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El 'viejo' expresionismo, revalorizado en una muestra barcelonesa

Victoria Combalia

El próximo día 10 se abrirá en Barcelona una exposición sobre lo que supuso el movimiento expresionista alemán, que evolucionó hacia la crítica social en los años veinte. La muestra, organizada por la principal caja de ahorros catalana, se completará con un ciclo de conferencias sobre la presencia de la estética expresionista en las distintas disciplinas artísticas y con unos talleres juveniles donde se aprenderá la técnica más elemental del grabado. En el terreno cinematográfico se ha organizado un ciclo de filmes expresionistas, en el que se incluyen títulos como El gabinete del doctor Caligari, Metrópolis, Nosferatu y El Golem. Se trata de una exposición itinerante, radicada en Munich, que en febrero se expondrá en Madrid con la organización del Ministerio de Cultura.

Asistimos ahora a la revalorización de un movimiento de principios de siglo, el expresionismo alemán, al que una concepción tan rígidamente formalista como la norteamericana -que ha impregnado buena parte de nuestros criterios- consideró siempre como menor. Si nos atenemos a las grandes rupturas formales de las vanguardias -básicamente la que rompe con el color local y con la perspectiva ilusionista-, es cierto que los logros del expresionismo son mínimos: derivan, de hecho, del gran salto dado por fauvistas y cubistas. En cuanto a la expresividad o deseo de comunicar un universo interior, se trata de un rasgo común a distintas épocas y artistas: de El Greco a Goya, el propio Romanticismo alemán, Van Gogh y Munch. Pero cuando dejamos de pensar en la historia del arte como una mera carrera de obstáculos, para entenderla como una manifestación que interpreta al hombre y su mundo, entonces el expresionismo alemán cobra un nuevo sentido. Para entenderlo, deberíamos hacer referencia a la oleada espiritualista que inundó el tournant de siècle como respuesta al positivismo vulgar; al auge del anarquismo y de la utopía; al gran impacto de la obra de Nietszche y, en fin, a la oposición directa al régimen imperial, militarista y burgués de Guillermo I. En pintura, la gran retrospectiva de Van Gogh en 1893, la primera exposición personal en la galería Vollard de Cézanne en 1895, el descubrimiento de las pinturas de Daumier (no de su obra gráfica) en 1900, el impacto de Gauguin, Rodin y Ensor y, por fin, el redescubrimiento de El Greco y de Mathias Grünewald, contribuyeron a crear un nuevo estilo que, al decir de Mario de Micheli, "presiona la realidad para que brote de ella su secreto latente".

Revolución y arte

Nolde, Pechstein, Otto Müller... será el mejor ejemplo. En ellos lo primitivo es sinónimo de civilización no contaminada, los espacios antiilusionistas están ahí para revelar la opresión psicológica de calles y estancias; el desnudo se funde, en un anhelo panteísta, con la naturaleza. Otra opción será la del refugio en el reino del espíritu, perfectamente plasmada en la reacción espiritualista de Kandinsky, secundada por los integrantes del grupo Der Blaue Reíter (El Jinete Azul, 1911-1913): Franz Marc, Macke, Jawlensky, Paul Klee, Gabriele Münter ... Por fin, el expresionismo más directamente social y crítico de la guerra y de la posguerra que coresponden al declinar del imperio, la miseria en las calles, el intento revolucionario y la proclamación de la república de Weimar. Grosz, Beckmann. y Otto Dix nos describirán lo trágico o lo grotesco de los mundo suburbanos de la vida nocturna y de las convenciones sociales.A excepción de Kandinsky, uno de los grandes pioneros de la abstracción, y de Klee (quien se integraría, como el anterior, en el equipo de profesores de la Bauhaus), la obra del resto de los expresionistas es poco conocida en nuestro país. En ellos cabe admirar la pluralidad de técnicas empleadas (pintura, dibujo y una profusa utilización del grabado) pero sobre todo la fuerza vital de sus producciones, que puede ir desde el más espontáneo salvajismo hasta la representación más lírica, como sucede con Nolde. La agresividad de sus líneas quebradas, el estallido de color, la pastosidad de su textura y la densa carga emotiva de sus personajes son todos ellos rasgos que los nuevos expresionismos de los ochenta han vuelto a recuperar. Cabría preguntarse, por tanto, si asistimos a un fenómeno semejante, pero la historia, indudablemente, no se repite jamás en los mismos términos. Es cierto que existe un mismo deseo por volcar una subjetividad en la tela y, en algunos casos alemanes, por criticar la farsa de la sociedad burguesa. Pero la nueva actitud ha perdido ya toda confianza en una incidencia directa en el conjunto de la sociedad, y su individualismo asumido no puede más que pasar por el control del nuevo mecenazgo capitalista. Lejos han quedado los tiempos en los que el grupo de El Jinete Azul decía: "Es éste nuestro rechazo, decidido libremente, contra los ofrecimientos que el mundo nos hace; nosotros no queremos confundirnos con esto...".

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