No les deseo ‘Merry Christmas’
Desde una roja españolidad agnóstica, desconfiada frente a la globalización, la gentrificación cultural y el papanatismo tecnológico pido para 2025 que los ‘cheesecakes’ vuelvan a ser tartas de queso y los ‘workaholics’ gente alienada.
Tras la caída de Madrid en 1939, Celia Gámez, reina de la revista que se contoneaba al ritmo de “Ven acá y te enseñaré a bailar el cachumbambé”, cantó aquel chotis fascista: “De hoces y de martillos, y soviet / Era en aquel Madrid de puño en alto, donde gritaban / ¡No pasarán! / Decían los marxistas / ¡Ya hemos pasao!”. Gámez respondió a la consigna de un Madrid resistente con mueca chulesca y victoriosa. Nos acordamos.
Hoy en un muro del cauce del río Serpis en Gandía, leemos “No pasarán”; al lado, el dibujo de una mira telescópica; un poco más allá, “Fuera moros”. El jeroglífico tiene una resolución simple y su interpretación llega directa a la tripa que a mí se me rompe: un lema antifascista se vacía de contenido, se desvincula de su razón histórica, para representar justo lo contrario de lo que significaba; los valores y palabras de una España que quería ser más justa, igualitaria y democrática se confunden con el mensaje xenófobo en una realidad donde los débiles repelen a los más débiles.
Nos tunean el lenguaje olvidando la historia y legitimando los principios de quienes nos aplastan. No sé si los autores —quizá también las autoras— de la pintada son ignorantes y no han estudiado la historia de España en sus currículos académicos, o son tan malvados que dan la vuelta al sentido de las cosas para maquillar cada mentira y perpetuar los poderes de siempre a través de una máscara de rebeldía que, por cierto, también resultó útil a las fuerzas sublevadas en el 36.
Entre tanto, ni siquiera por mantener las formas, Ayuso y Feijóo no dan el pésame a la familia de Marisa Paredes y la derecha utiliza la guerra sucia cultural de los chuletones de vaca, beba lo que le salga de las gónadas incluso si conduce, el horror de la cancelación —sobre todo si los cancelados son hombres blancos cultos con un finísimo sentido del humor y del honor—, las denuncias falsas de mujeres resentidas, la abominación del papá Estado, las paguitas y el España se rompe mientras negocia con Junts para proteger lo que de verdad importa: los intereses económicos de las energéticas que no son intereses ni tuyos ni míos, sino de quienes siempre han tenido la sartén por el mango. Para el PP esta alianza no es una traición, y el cielo ya no se desmorona sobre nuestras cabezas por el hecho de que Puigdemont sea un prófugo y un delincuente y no hable en español, español, español.
El estribillo chulesco de Celia Gámez me recuerda que nunca se fueron o que ya han pasao como gota serena, desde arriba y hacia abajo. Tenemos mucho que hacer y, pese a que pueda resultar paradójico —la lucha contra lo rancio no es incompatible con la crítica a lo que nos deshumaniza: existen distintas formas de ranciedad y mal gusto—, no les deseo unas Merry Christmas arropadas por espeluznantes jerséis de renos con la bemba colorá, sino que, desde la memoria democrática, el gusto por las celebraciones y la confusa maraña entre lo popular y lo patrio, comparto con ustedes campanas de Belén, mierdas de la suerte y turrón de Jijona. Desde una roja españolidad agnóstica, desconfiada frente a la globalización, la gentrificación cultural y el papanatismo tecnológico —la transición digital va sola— pido para 2025 que los cheesecakes vuelvan a ser tartas de queso y los workaholics gente alienada. También pido siempre paz y respeto por Palestina, y un ministerio ecológico, educativo y memorioso, destinado a la crítica del tecnocapitalismo y a la protección de especies analógicas en vías de extinción.
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