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El escritor italiano Leonardo Sciascia juzga ilusionado el presente intelectual y político de España

"Los socialistas españoles no se pueden permitir el lujo de ser revolucionarios", ha dicho el novelista siciliano Leonardo Sciascia, que termina su viaje por España, sobre cuyo presente hace observaciones siempre agudas. "Tienen ustedes suerte de que no exista aún una Democracia Cristiana fuerte en España", dice este diputado radical, admirador de Ortega y Gasset, que considera que "los libros de Stevenson son una forma de la felicidad", y que Borges "ha cumplido la paradoja de ser un teólogo ateo".

"La situación española", resume Leonardo Sciascia, que termina su viaje por este país, "es mucho mejor que la italiana. Yo creo que las fuerzas políticas han captado cuáles son las del franquismo y de la derecha más negra, y han demostrado que deseaban un cambio radical, el paso de una democracia formal a una real. Si, matemáticamente, el PSOE está en condiciones de gobernar, tendrá que actuar con mucha cautela, con mucha prudencia, y debe saber resistir a la presión de las reivindicaciones de la izquierda. Tendrán que hacer un Gobierno reformista: no pueden permitirse el lujo de ser revolucionarios". "Naturalmente", matiza, tímido, "éstas son observaciones que vienen de mi experiencia italiana, y a lo mejor no valen mucho para España".Pero también venía de su experiencia italiana su lectura del intento de golpe de Estado del 23-F, una de las más sugestivas, y, desde luego, literarias, y probablemente de ahí, también, la visión de intelectuales españoles como Ortega y Gasset -"uno de los más iluminadores entre los escritores europeos del siglo"- o la de los hechos que le hacen afirmar: "Tienen ustedes mucha suerte, porque no existe en España una Democracia Cristiana fuerte. todavía".

Leonardo Sciascia es un hombre agradable de trato, muy meridional físicamente, con esa fortaleza interior que se asoma a la piel cetrina y al pelo entero y gris, y una visión irónica del mundo que ha salido a su cara y que es, seguramente, lo que le asemeja tanto a las fotografías de Ramón Gómez de la Serna: serían idénticos con sólo sustituir cierto señoritismo en la expresión del madrileño, por unas gotas de cautela y de decisión comedida. Da la impresión de que no se toma muy en serio a sí mismo, y cuando habla de su país natal, de Sicilia, que ocupa su primera preocupación a la hora de escribir, está hablando también de la condición humana, de lo que más odia y de lo que más ama.

"Aunque parezca banal", dice, "lo primero que hay que decir de Sicilia es que es una isla en el Mediterráneo, y que eso la ha convertido en escenario de cruce de gentes y culturas muy distintas. Su situación estratégica ha hecho también que terminara siendo objeto de invasiones continuas de pueblos más poderosos, y todo esto ha generado en los sicilianos un sentimiento paralelo al que Américo Castro ve en los españoles: un sentimiento de inseguridad, que, según mi criterio, es el que ha producido tanta literatura". De entre toda esa literatura, cita a Pirandello todo el tiempo: "El ha descrito como nadie esa inseguridad. No se puede estar seguro de nada: el problema de identidad histórica se convierte siempre en problema de identidad individual".

Del honor y la apariencia

También cita a Pirandello cuando se le pregunta por las pasiones sicilianas, casi como un sinónimo de fuertes. "Hay una sola pasión que preside toda la acción de los sicilianos: lo que La Rochefoucauld llama amore di se, no exactamente amor propio, una especie de sentimiento del honor relacionado con las apariencias. El gran mérito de Pirandello es haber separado las apariencias de la realidad, haber sacado a la luz que, para el siciliano, existir es aparentar". "Hablo mucho de Pirandello", dice como justificándose, "porque nací en un pueblo que está a veinte kilómetros del suyo y he conocido su mundo, in natura, desde mi infancia". "En realidad", dice, "y para terminar, todas las pasiones sicilianas que parecen fuertes son fruto de la debilidad".También es ftuto de la debilidad, según Sciascia, la Mafia, un tema que él ha investigado a fondo pero sobre el que no se muestra muy locuaz. "Incluso la Mafia es fruto de esta fragilidad; claro que, naturalmente, hablo de la Mafia original, de la primera Mafia. Hoy es otra cosa: hoy es una multinacional del crimen".

Y, a lo mejor, tiene que ver con ese juego de espejos entre lo real y lo aparente a que se refería primero la misma escritura de Sciascia. "Creo que la estructura de las novelas policiacas es la mejor ara contar historias. Como dice Borges, yo he empezado a escribir después de leer a Agatha Christie y a Simenon, pero hago un uso distinto. En las películas policiacas hay un desarrollo de una historia, que termina cuando el culpable es castigado. En mis novelas pasa justamente lo contrario: la historia se va complicando cada vez más, y el culpable queda sin castigo".

El libro final del mundo

Habla de los tres autores citados hasta ahora, Borges, Agatha Christie y Simenon. "Bueno, Borges es otra cosa. Hay tres escritores que han dado nombre a un sentimiento que se conocía pero que no se sabía nombrar, que son Borges, Pirandello y Kafka. Ahora hay tres adjetivos: borgiano, kafkiano y pirandelliano... Borges ha cumplido la paradoja de ser un teólogo ateo. Ha descubierto una nueva dimensión de lo humano, que está entre el mundo de la realidad y el de la escritura. Como si existiera un puente entre los dos. Este mundo, hecho de realidad y de libros, que va hacia la formación de un único libro final, como si todo el génesis debiera desembocar en eso, en un octavo día de la creación en que todo quedaría por fin contenido en el libro".Toma café Leonardo Sciascia, pedido naturalmente, como si no se pudiera tomar otra cosa a las cinco de la tarde. Se menciona el agradecimiento borgiano por "el sabor del café y la prosa de Stevenson", y dice: "Los libros de Stevenson son una forma de la felicidad. Yo vuelvo siempre a dos libros: Los novios, de Manzoni, y La isla del tesoro... ". Y cuando oye nombrar a Papini, dice: "No me interesa nada. A Borges le gusta algún cuento suyo, pero yo puedo decir que no volveré a leer a Papini en mi vida. Nunca. A los veinte años, uno se siente en la obligación de leerlo todo, pero a mis sesenta, ya no". "Yo releo, no leo. A lo sumo cuatro o cinco libros nuevos al año mientras vuelvo una y otra vez a Stendhal, a Tolstoi, a Manzoni... y a Stevenson. No quiero correr riesgos. Voy a lo seguro".

Pero vuelve a Agatha Christie y a Simenon y distingue: "Ella me interesa sólo desde el punto de vista técnico: no es una escritora leal con el lector, nadie puede adivinar quién es el culpable. En cambio, Simenon es muy leal, es un escritor que viene de Dostoievski: su atmósfera, cuando habla de algunos hotelitos de París o de Bélgica, y su manera de tratar el tema de la conciencia, creo yo que le viene de los grandes rusos. Y otra cosa: Simenon usa también la técnica del género policiaco para hablar de otras cosas, un poco como Graham Greene, otro maestro del género. ¿Ha leído usted Quinta columna? Es una delicia, una policial pura". Hablar, habla Sciascia de todo lo divino y lo humano: sobre todo de lo divino. Ya ha contado alguna vez que, si existe, va a pedir cuentas a Dios: "Le puedo pedir cuentas de la vida absurda, de haber dado a unos hombres la razón y a otros la estupidez, del dolor, de la muerte... y así, de tantas cosas".

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