Más caballos
Claro que hoy ya habido una segunda y última parte del discurso de investidura y la cosa ha sido otra cosa, pero las primeras reacciones fueron la característica reacción sangrienta nacional de los toros: "Más caballos".El personal siempre quiere que mueran más caballos, que haya sangre. Si no hay sangre, un discurso de investidura les parece una primera comunión en las Jesuitinas en vez de unas bodas de sangre con el cadáver de Lorca atravesado de por medio. Sólo este matutino matizaba: "Se elogia la moderación de Felipe González". Y González lo ha dicho: "Yo no iba a hacer de la investidura una masacre de UCD". Es la milenaria elegancia del morisco español, al que no entendimos nunca en España, después de ocho siglos, y acabamos por expulsarle. Lo que pedía la gente el martes por la tarde y el miércoles por la mañana, como aquellas veces en que el Gallo daba la espantá (le he reprochado / elogiado a Dámaso Alonso, al que me encuentro en Banesto, su espantá de la Academia), lo que pedía la gente, ya digo, eran más caballos. Había husmos de sangre torera como en el Madrid entre dos siglos y la gallofa bohemia. Por Ventas y por el Congreso es que no podía uno ni acercarse: "Felipe no ha entrado a matar".
Lo que ha pasado después ya lo saben ustedes, pero me importa litografiar la lámina nacional y cruenta del Más caballos. Así somos -izquierda / derecha- y un regeneracionista de flequillo, lleno de energía tranquila y morisca, viene a regeneracionarnos. Fraga, naturalmente, fue el primero en decirlo con otras palabras más catedráticas: "Más caballos".
Hubieran querido oler el tripamen de Calvo Sotelo desperezándose, sangriento y rasgado, sobre la moqueta y las alfombras, la cosa visceral de Calvo Sotelo estenotipiada por las estenotipias grises del Congreso. Pero Felipe es más Lorca que Lagartijo: "Que no, que no quiero verla, la sangre de Ignacio sobre la arena". Y la espuerta de cal ya prevenida se quedó en conserjería, sin usar. A ver si se aclaran, yes, de que este presidente socialista no va a entrar a sangre y fuego en la catedral de la Almudena ni en las catedrales neoclásicas del dinero, aunque Fraga haya recordado a sus lectores que "los socialistas quemaban iglesias en el 36". Yo se lo dije un día personalmente:
-¿Usted ve a Felipe pegándole fuego a la Almudena?
-Hombre, a Felipe, no. Pues no lo escriba, coño, no lo escriba. Aquí no hay izquierda ni derecha. Aquí hay la España taurina y sanguinaria que el 98 se metió en los toros, pegándole puerta al Desastre, mientras Aguilerón (don Alberto Aguilera) trataba, como alcalde, de hablarle al personal. Es la España que se consuela cruentamente del Desastre pidiendo más caballos. Y hay la España culta, minoritaria, institucionista, socializante, liberal, residencial, de don Francisco Giner de los Ríos al 27, que es la que quiere que seamos un armónico hemiciclo progresivo.
Se piden "más caballos" en los tendidos de sol y de sombra. La lucha de clases desaparece en los toros. Y sólo mis difuntos y vigentes amigos Cossío y el Caña (Antonio Díaz-Cañabate, a quien incluso prologué un libro) están en el entresol pidiendo moderación, buen juego de muñeca, paz para esta tribu. Felipe ha dicho que creará los puestos de trabajo prometidos, que someterá la NATO a referéndum, que el Estado intervendrá para corregir el capitalismo salvaje. ¿Qué más queréis, tíos? En la madrugada del martes, ya digo, había una como decepción de freidurías porque Felipe había ido de traje cruzado (como cuando Bienvenida sacaba el alamar goyesco) y no había destripado vistosamente a don Leopoldo con peto. Felipe (ya nos iremos aclarando) viene a otra cosa.
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