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Crítica:TEATRO /'DESENCUENTROS'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Malos y buenos

El grupo Teatro de la Ribera, de Zaragoza, ha organizado su propio espacio en la sala Olimpia. Es como una calle, con su farola, su paso de peatones, su parada de autobús; a un extremo, un bosquecillo otoñal, y al otro, un café. Los laterales donde se suponen las casas son las gradas para los espectadores. Y ahí está la peculiaridad más importante; las mujeres están de un lado; los hombres, de otro. Se les separa. Se trata de un espectáculo que parece considerarse feminista, escrito, adaptado y dirigido por una mujer, Pilar Laveaga.Desde el otro lado

Yo diría que aquí hay una contradicción: sólo he visto separar hombres de mujeres en lugares discriminatorios y machistas: los autobuses de El Cairo y Teherán, los templos de los mormones... Probablemente estoy equivocado, pero mi idea del feminismo es la de que hay que acabar con las diferencias sociales o culturales, políticas o económicas, por el medio de que los dos sexos -y cuantos más hubiere- estén juntos e igualados. Pero, teatralmente, la picardía, el juego, tiene su interés.

Desencuentros, de Pilar Laveaga, con textos propios y de Molière, Dacia Naraini, García Lorca, Fassbinder, Dopis Lessing, Ibsen, Enqvist, Tolstoi, Kroetz, Simone de Beauvoir y Karl Valentin

Intérpretes: Teatro de la Ribera, de Zaragoza, con Javier Anós, Mariano Anás, Ricardo Joven, Rodrigo Marco, Margarita González, Pilar Laveaga. Vestuario, dramaturgia y dirección de Pilar Laveaga. Estreno: Sala Olimpia. Madrid. (Muestra de Teatro de Compañías Estables e Independientes del Centro Dramático Nacional). 30 de noviembre de 1982.

Miramos los hombres lo que sucede con las mujeres en el espacio escénico central y, al mismo tiempo, estamos viendo a nuestras compañeras como fondo del espectáculo, como pequeñas protagonistas -pequeñas porque no hablan ni intervienen, sólo son reflejo de lo que se actúa- de la intencionada creación, y supongo, o sé, que desde el otro lado, desde lo que en el teatro del siglo de oro se llamaba cazuela (sitio reservado a las mujeres, porque allí también había separación), ellas nos ven o nos piensan de una manera parecida.

Picante, divertido el suceso, es también, naturalmente, militante y duro a la manera clásica. Lo que se ve, que es la interpretación de algunos textos ilustres antiguos y modernos, y otros escritos expresamente por Pilar Laveaga, es continuamente el drama incesante de la mujer apaleada, violada, esclavizada, utilizada, explotada y todo lo demás por el hombre verdugo, violador, cobarde y, también, todo lo demás. Cualquier manual de teatro nos dirá que una obra de buenos y malos es teatro menor y generalmente malo, y que la calidad y los matices están en la razón de cada cual y la dialéctica de las posiciones encontradas. No quisiera que las posibles lectoras confundieran esta crónica, si les es posible, con un alegato machista por el hecho de decir que aquí no hay más que dogmatismo y maniqueísmo.

El malestar procede de que se sabe que eligiendo textos distintos e introduciendo otros se conseguiría el mismo espectáculo pero al revés -hombre bueno, mujer mala- y sería igual de inaceptable teatral y socialmente. El tema va mucho más allá. El tema estaría en los encuentros, y no en los "desencuentros" -título e intención del espectáculo- y que se describe en una nota en el programa: "...Estos magníficos seres diferentes, tan cuidadosamente programados, son obligados a conocerse, a relacionarse, a encontrarse.

Y así ese pequeño error de fabricación hace surgir disparatados comportamientos, absurdas actitudes, confusas reacciones, incomprensibles para los sorprendidos programadores. Así surgen los desencuentros". Ha sido así y también de la otra manera. Lo malo es que el verdadero conflicto de la mujer y el hombre se adultere y se vaya a parar a otro extremo.

Todo en el espectáculo está previsto para un efecto y, por tanto, todo en su forma teatral está deficiente. Los actores, siguiendo la línea técnica de buenos y malos, y visto que a ellos les ha tocado la de malos, acentúan la virilidad de sus movimientos, sus voces, sus actitudes, su energumenismo; las actrices, su recogimiento, amargura, abandono, desgracia.

El riesgo

Este tipo de espacios donde los intérpretes están al alcance del espectador, y a veces entre él, tienen siempre un riesgo: al privarse honestamente del recurso de misterio, elevación y transfiguración del teatro a la italiana o de otros espacios concebidos con la misma idea, dejan traslucir sus defectos: no puede uno privarse de verlos y oírlos. No van más allá. Los cuatro actores, las dos actrices, podrían disimular mejor en un género no exagerado, no violentado.

Confiemos en que, a pesar de todo, el espectáculo tenga su eficacia y contribuya, aunque sea por este lado barato, a la verdadera reivindicación feminista. Hay también que advertir que, visto en la sala Olimpia, joven y experimental, de un barrio como Lavapiés, donde hay tantos liberados y liberadas, parece más anacrónico y más desplazado de aquello por lo que combate, pero que hay otros sectores en la sociedad española, muchos hombres y muchas mujeres que viven todavía los arcaísmos que se denuncian. El dividido público se reunió en el aplauso, al cual saludaron los creadores de estos Desencuentros.

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