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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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En busca de la derecha perdida

Los vencedores absolutos -más que absolutos, absolutisimos- de las pasadas elecciones han recomendado sordina en las celebraciones y dan seguridades de que no ejercerán la arrogancia política que, sin haber obtenido mayoría, aunque habiendo ganado muchos votos y escaños, está ejerciendo ya su verdadero y casi único contrincante, puesto que entre los 201 escaños del PSOE y los 105 de AP apenas existe en el Parlamento nada digno de mención. ¿Será eso lo que preocupa a quienes van a legislar y a gobernar solos o, en todo caso, con la presencia tonante de una oposición que ya veremos hasta qué punto es leal como asegura? Porque Fraga ha anunciado ya que la oposición de sus diputados no será únicamente verbal, sino también activa.No era necesario advertirlo, desde luego, pero, de todos modos, el PSOE ha dejado claro que en absoluto va a hacer socialismo -ni siquiera socialdemocratismo, me atrevería a añadir-, como no sea una especie de socialismo consistente en lograr que trabaje bien la máquina administrativa, que hasta ahora trabajaba mal. No es poco, desde luego. Y es suficiente para asustar a los que se han agrupado tras la mole inmensa de Fraga, confiando, sin duda, que les parará los golpes. Es un papel que a Fraga le gusta, salvo el otro, que le gustaría más, de jefe de una mayoría absoluta con la cual podría gobernar absolutamente. Cada cual, a lo suyo, y lo suyo es eso, como repite frecuentemente. No dice absoluto, claro está, pero casi prescinde de los rodeos para decir lo mismo cuando habla de una democracia fuerte, en la que el que la haga la pague. Ya recordará el lector que, en su opinión, no precisamente jurídica, el mejor terrorista es el terrorista muerto. Se refería a ETA, juicio severo que no ha hecho nunca cuando se ha referido a los golpistas, que se negó a comparar con los terroristas porque -dijo- no habían producido un solo muerto cuando entraron en el Congreso pistola en mano. En absoluto pasó por su cabeza la idea de los muertos que hubiera costado una victoria de aquellos sujetos. Sujetos a las decisiones de los tribunales de apelación, quiero decir, no vaya a ser que salgan del recurso mejor librados todavía de lo que salieron con la sentencia.

Miedo a Fraga

Confieso que si yo estuviera en la piel de quienes han de tomar las grandes decisiones en el PSOE, también le tendría miedo al señor Fraga. Se lo tengo sin tener a mi cargo más decisiones que las que me afectan personalmente y un poco más, en el orden profesional, familiar, etcétera. Casi nada. Así que me parece normal que hasta Alfonso Guerra haya limado un poco sus agudezas y que Felipe González grite "¡Viva España!" a las primeras de cambio. Porque hay, no cabe duda, una cierta descompensación entre los depositarios de la mayoría absoluta y la minoría, también casi absoluta como minoría, que tiene enfrente. La descompensación se basa en el hecho de que el propio PSOE sabe que no es socialismo todo lo que reluce en su electorado, ni siquiera el digestivo socialismo que salió del último de los congresos de dicho partido, y, por tanto, piensa gobernar no sólo con la legitimidad indiscutible de los votos que le han dado la mayoría absoluta, sino limando las uñas involucionistas del aliancismo para acercarse hasta sus orillas más templadas. De ahí que aludiera -y ahora no sabría decir exactamente si fue él o Guerra quien lo hizo- al pasado democrático clandestino de, por ejemplo, Oscar Alzaga, que parece querer iniciar el despegue de lo que no ha llegado a ser mayoría y tal vez no sea tampoco natural. Yo también le recuerdo, impetuoso, oponiéndose a Gil Robles, en cuya familia democristiana me parecía que estaban, una fría ma¡lana de domingo, juntamente con el citado líder histórico de la derecha, ya desaparecido, Ridruejo, Marcelino Camacho, etcétera. Y por cierto que el anfitrión, Eduardo Cierco, es uno de tantos de aquellos tiempos que han preferido la discreción profesional a la dedicación política. Eso se ha perdido la política.

¡Cómo hubiera deseado el PSOE que UCD se mantuviera! O al menos, que su fuerza hubiera pasado a Suárez. O que se la hubieran repartido. Todo, menos que se haya pasado en parte a sus propias filas y en mayor parte a las filas de Fraga. Porque al PSOE le han llegado votos de los que no podían, aunque hubieran querido, votar comunista, y de los que creyeron que en esta ocasión no podían quedarse en casa. Aparte, claro está, su propia expansión o, si se prefiere, su propia explosión, aunque siempre es de temer que la derecha distorsione el sentido figurado de la palabra.

No ha ocurrido así. La derecha democrática se ha disuelto como un terrón de azúcar en el amargo café de la Alianza Popular, lo que demuestra, creo, que es menos democrática de lo que dice. Y estando así las cosas, ¿se puede esperar que el PSOE, a pesar de su mayoría absoluta, puede dejar de tener siempre los ojos sobre Fraga y los oídos en los cuarteles? Porque esa es la cuestión, me parece a mí. ¿Hay que confiar en que se vayan cayendo del caballo aliancista los derechistas menos crudos en un camino de Damasco que desemboque en la carrera de San Jerónimo? ¿O hay que echarle a la cosa más esperanza todavía y confiar en que se rehagan las huestes ucedistas descalabradas o surjan las huestes suaristas, que aún no han echado a andar?

La izquierda, esfumada

Sobre un rumor de espadas que no cesan, se enfrentan una izquierda cocida en el fuego lento de la oposición, clandestina primero, cuando no todo el socialismo era el PSOE, más testimonial aún que los socialismos del la CSI primero y la FSI después y, por tanto, digestiva, muy digestiva, hasta el punto de que no le puede hacer daño a nadie. Y una derecha cruda, más dura que pura, capaz de atragantársele a cualquiera, por ancho que tenga el gaznate democrático. Se comprende la fragilidad de la situación, aunque no pueda justificarse, porque el miedo a la propia mayoría -que el PSOE disimula tanto como puede, pero puede poco- se fundamenta en el hecho incuestionable y probado de que hay más fuerzas de las que caben en el Parlamento, sin duda alguna, y nadie sabe hasta qué punto, o hasta qué momento, estarán quietas y si se someterán o no a la disciplina que hay que aplicarles como único remedio de sus propios males. Es decir, para salvarlas de ellas mismas, a fin de que pierdan la tendencia a salvar a quienes no necesitan ser salvados.

Se ha expresado estos días la esperanza -la ilusión, me parece- de que las fuerzas civiles que adulan y utilizan a las más fácticas, pasadas por el cedazo fraguista, acabarán entrando en el juego democrático. Inestable parece el futuro, si ha de basarse en esa esperanza, en esa ilusión. Casi, casi, diría que en esa quimera. Habrá que hacer algo con la enseñanza, y con el aborto, y con el régimen fiscal, etcétera, si no se quiere defraudar a los que han posibilitado la mayoría absoluta. Crear 800.000 puestos de trabajo -aunque sean menos- sin recortar los privilegios de quienes creen que el mejor camino para lograrlo es mantenerse intangibles, porque constituyen un estímulo que hasta ahora no les ha servido para crearlos a partir de cómo entienden la iniciativa privada, ¿puede hacerse sin, por ejemplo, avanzar la edad de jubilación, reducir las horas de trabajo, aumentar el período de vacaciones, etcétera? Lo cual supone costos que han de cargar no sólo sobre el incremento de la productividad, sino también sobre beneficios, que han de descender desde los niveles especulativos hasta los que son normales en los países de capitalismo más avanzado que el español, casi medieval, o sin casi.

¿Se podrá hacer comprender a los que piensan en "la unidad y la integridad de la Patria" que quienes les adulan y les empujan la entienden uniforme y rígida para dominarla mejor?

Y, por último, puestos a llorar por la derecha perdida -y hallada en el templo aliancista-, ¿por qué no llorar por la izquierda esfumada? Tanta necesidad como de una derecha civilizada enfrente, la mayoría absoluta del PSOE necesita -quizá la contiene- una izquierda que sí que quiere cambiar el modelo de sociedad -¿por qué no habría de quererlo?-, aunque, a partir de ella, haya que cambiar para eso la propia Constitución. Pero en esa izquierda, obsesionados por la ausencia de la derecha, ¿quién piensa ahora?

Vicent Ventura es escritor.

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