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La historia en primera persona

Por los años del modernismo Federico Carlos Sainz de Robles era ya un joven poeta que quería ir, al mismo tiempo, más acá y más allá. "Me libré de las influencias de los movimientos líricos subersivos", decía, "pero no de las de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez": se consideraba dentro del "posmodernismo más avanzado". Pero aquel joven poeta (La soledad recóndita, 1920; El silencio sonoro, 1923) y novelista (Mario en el foso de los leones, 1925), que nunca dejaría sin embargo de escribir versos, tenía la llamada de la erudición, de la historia. Y de su ciudad, que era Madrid. Hay raros, escasos madrileños, incluso -¿sobre todo?- entre los madrileñistas, que es una raza de escritores que ha ido desapareciendo -aunque aún tenga alguna ilustre muestra- casi al tiempo que Madrid.Con tal fuerza de evocación que Sainz de Robles llegó a escribir como si él mismo fuese Madrid, metiéndose en la ciudad o dejando que la ciudad se metiera en él: contaba su historia en primera persona en uno de sus libros más famosos, la Autobiografia de Madrid (Aguilar, 1949), pero, curiosamente, se quedaba casi en los albores del siglo XX. Le parecía que, con él, había encontrado el error en la ciudad. "¡Qué turbulentos, qué dolorosos han sido para mí los años iniciados por el de 1906!", decía Madrid por la pluma de Sainz de Robles. Que en 1906 tenía precisamente ocho años. Era como si el Madrid que amase, del que se declaraba animosamente "hijo apasionado", no fue el que vivió, el que coincidió con su paso por la tierra. Lo curioso de este fenómeno es que es muy frecuente en los madrileñistas antiguos: algo así le pasó a Mesonero Romanos, a Pedro de Répide o a Diego San José. Los cronistas de Madrid han visto siempre las escenas matritenses como algo anterior a ellos, como algo que no cuadraba o conectaba con la realidad en que vivían. No es así ahora. Umbral, por ejemplo de madrileñista de hoy, entra más directamente en la entraña de la ciudad en que vive, la entraña que desentraña, con un idioma que no sólo comprende sino que crea y enriquece. Pero Umbral es un caso asombroso de lucidez sonámbula, de literatura.

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Este literato que fue Sainz de Robles buscaba otra cosa: el relato, la identidad de la ciudad por su anécdota, por su crónica. Aún con una erudición y una capacidad de lectura asombrosa (entre mis recuerdos de niño figura la estupefacción de ver los libros que se amontonaban por todas partes por pasillos y estancias, en la casa madrileña de don Federico) no intentaba tanto el acopio de datos como su interpretación histórica. En ¿Por qué es Madrid capital de España? no intentana buscar razones inéditas o incorporar documentos recién hallados, sino contraponer lo sabido, sopesarlo, para que lo nuevo fueran las conclusiones, las ideas. Ya en ese libro (1931) estaba ese pesimismo característico del madrileñista: "Villa destartalada, ladera a un menguado río. Y su último alarde: la expresión desértica". Decía de cómo fue Madrid cuando Felipe II la eligió como capital (y nunca ha dejado de añadir que Madrid, en cambio, nunca eligió a Felipe II, ni a su corte, ni amó nunca ser corte).

En la obra madrileñista de Sainz de Robles, como en toda su obra de erudición y de conocimiento, hay sobre todo un afán de divulgación, de sencillez de lenguaje y concepto, de humildad de expresión por la anécdota. Ese afán le ha Jlevado muchas veces a las antologías y a los diccionarios: De la poesía, del teatro, de los escritores -como, por ejemplo, de los autores del famoso Cuento semanal-, a las biograrlas, a los ensayos breves. Quien pueda hacer ahora la cuenta de sus libros se encontrará con bastantes más de cincuenta: Y todos entrelazados entre sí, todos complementando una misma historia, un mismo juego de personajes. Y una misma ciudad.

Terminaba su Autobiografía de Madrid haciendo decir a la ciudad: "Quiero -¡sobre todo!- olvidar, olvidar, olvidar. Olvidar la crueldad y la inmoralidad de mis gentes. Olvidar la estúpida transformación de mis costumbres. Olvidar tantos aciagos sucesos que ensangrentó el egoísmo y que entenebreció un rencor implacable. ¡Olvidar!". Y era que por Madrid, y por la vida de Federico Carlos Sainz de Robles, había pasado la guerra civil. Ya no le correspondía a él contarla. Un madrileño más que se había tapado los ojos para no ver lo que no quiso ver.

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