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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La normalización del eusquera

LA APROBACION por el Parlamento vasco de la ley básica sobre Normalización del Uso del Eusquera, cuya tramitación fue iniciada el 27 de noviembre de 1980, es una nueva muestra de las potencialidades de las instituciones de autogobierno para resolver problemas culturales y de identidad histórica arrastrados durante décadas. De añadidura, el acuerdo alcanzado en torno a esa norma por las principales fuerzas políticas del País Vasco es un esperanzador signo para el futuro. Los resultados del 28 de octubre y el espectacular ascenso electoral de los socialistas han contribuido probablemente a que el PNV, cuya victoria en los comicios autonómicos de marzo de 1980 y el boicoteo institucional de Herri Batasuna al Parlamento de Vitoria le permiten ocupar en solitario el Gobierno de la comunidad autónoma, haya resuelto, en buena hora, adoptar una estrategía de concertación con el resto de las fuerzas democráticas para afrontar los principales problemas de Euskadi. Si todos los partidos vascos aceptaran el procedimiento de acudir a la negociación y al consenso para solucionar las cuestiones básicas pendientes, siguiendo el modelo de los trabajos de las Cortes Generales durante la etapa constituyente, se habría dado un gran paso hacia la pacificación y la reconciliación de Euskadi.La polémica en tomo a las distintas concepciones del eusquera y de las vías para su normalización no sólo había enfrentado hasta ahora a las diversas corrientes ideológicas existentes en el País Vasco, sino que incluso había llegado a dividir las filas del propio PNV. La dificultad de llegar a entendimientos satisfactorios sobre un tema tan cargado de resonancias emocionales como la regulación del bilingüismo hace especialmente meritorio el acuerdo alcanzado. El peligro de que las discrepancias sobre cuestiones idiomáticas desembocara en una especie de guerra lingúística, sobre el trasfondo de la violencia política y del terrorismo, era demasiado serio como para que el sentido común y la buena voluntad no terminaran por imponerse. La absurda batalla librada hace unos años entre grupos nacionalistas en torno a la utilización de la letra hache en el eusquera puede servir para ilustrar que la eventualidad de ese riesgo no es producto de la imaginación, sino expresión de la atmósfera superideologizada y tensamente crispada del País Vasco. De no llegarse a un acuerdo, la cuestión de la lengua hubiera podido ser un factor para la escisión cristalizada de la población vasca en dos comunidades -nacionalista y eusquerahablante, la una; no nacionalista y castellanohablante, la otra- de parecida dimensión demográfica, herméticamente separadas en sus culturas y políticamente enfrentadas según criterios ajenos a los principios ideológicos y a la pertenencia de clase.

El número actual de vascohablantes en la comunidad autónoma apenas supera a la cuarta parte de sus 2.100.000 habitantes. Los expertos consideran imposible que esa proporción pueda situarse en el 50% antes de veinticinco años. Estos datos, unidos al hecho de que el bilingüismb ha sido una constante en ese territorio desde qu¿ existen testimonios históricos escritos, ponen de relieve el carácter irreal de las afirmaciones destinadas a predicar que el eusquera es la única lengua de los vascos. Evidentemente, ese 75% de personas que viven en Euskadi -en muchos casos, con raíces familiares de vieja data- y hablan castellano son tan vascos como la minoría eusquerahablante. Pero no menos absurdos que los intentos de negar la condición de vascos a quienes no hablan eusquera serían los temores a que. una promoción de ese idioma, absolutamente imprescindible para su supervivencia y desarrollo, significara una amenaza para el castellano hablado en ese territorio. Los cuidados prestados al eusquera, un idioma tan español como el castellano, el catalán y el gallego, no harían sino cumplir, por lo demás, el mandato constitucional expresado por el artículo 3º de nuestra norma fundamental al establecer que "la riqueza de las distintas modalidades fingoísticas de Espafla es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección".

Como ha puesto de manifiesto el ilustre filólogo e investigador Koldo Mitxelena, la lengua vasca es un idioma que no ha dejado de fragmentarse y diferenciarse en modalidades de hablas locales a lo largo de dos milenios. La normalización del eusquera se enfrenta así tanto con problemas internos a la propia lengua como a desafíos procedentes de su contexto geográfico e histórico. De un lado, el eusquera necesita proceder a la unificación en una sola norma, que sería la utilizada en la escritura, de sus diversas modalidades dialectales. Las resistencias a la corriente mayoritaria que aboga hoy por esa unificación cuentan todavía con fuerzas nada desdeñables. De otro lado, el eusquera, a diferencia del catalán o el gallego, emparentados como lenguas romances con el castellano, es un idioma peculiar rodeado de lenguas que le son estructuralmente extrañas. Su principal problema externo es el acceso a los medios de comunicación, la integración armónica en el sistema de enseñanza y la utilización en la Administración pública. Aunque los debates del Parlamento muestran que ha existido una elogiable voluntad polítíca para resolver esos problemas sobre la base del consenso, la plasmación concreta de esa voluntad debe quedar abierta a las experiencias futuras.

La política lingüística en el País Vasco, en cualquier caso, deberá bordear dos escollos diferentes. De un lado, como ha señalado Mitxelena, "la tolerancia en materia de lengua es una manera tan eficaz como cualquier otra de favorecer a unas lenguas y postergar a otras". Una política de ese género desembocaría, inevitablemente, en la paulatina eliminación de la lengua minoritaria como consecuencia de procesos objetivos que operan en beneficio de la lengua mayoritaria. De otro lado, la tentativa de deslizar la imprescindible protección del eusquera hacia el terreno de la coerción administrativa sería, además de lesiva para los derechos constitucionales de los propios vascos, más peligrosa incluso para ese idioma que el espontaneismo. La empresa histórica de crear, a largo plazo, una comunidad efectivamente bilingüe en el País Vasco exigirá, además de constancia y prudencia, el más profundo respeto por las libertades individuales. Porque, como ha escrito Elías Canetti, "la superación del nacionalismo no vendrá del internacionalismo, puesto que existen diferentes lenguas, sino del plurinacionalismo".

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