Balance del arte bien premiado
La simple relación nominal de los Premios Nacionales de Bellas Artes de este año, concedidos anteayer, basta para acreditar a quienes los han concedido. Dentro del carácter aleatorio, que siempre acompañará a cualquier premio oficial, hay que reconocer, en efecto, el acierto estimulante que significa haber elegido a Eduardo Arroyo, Rafael Canogar, Carmen Laffont, Julio López Hernández y Josep Guinovart. Ninguno de ellos necesita presentación, pero, a mi modo de ver, no es sólo importante el reconocimiento a un mérito artístico sólidamente afianzado, sino el que se haga énfasis en lo que éste revela de la creatividad actualizada, esto es, en el hecho de que estos artistas premiados continúan hoy mismo envueltos en la misma ilusión que la que les llevó hace años a la fama. De hecho, casi todos han sido noticia reciente por las exposiciones que han presentado.Tan sólo falta por aquí una gran muestra individual de Carmen Laffont, de la que, no obstante, en Madrid, se ha podido contemplar, no hace mucho, obra gráfica y unos cuadros bellísimos en la exposición colectiva de los Realismos, que se celebró en la Facultad de Bellas Artes, pero todavía no una exposición como la de este año en Sevilla.
Creo, por tanto, que lo verdaderamente importante ahora es hace balance de la aventura última en la que andan envueltos estos creadores. Eduardo Arroyo (Madrid, 1937), triunfador en París desde los años sesenta y, hoy día, uno de los pintores figurativos más interesantes de Europa, ha presentado durante este otoño su obra reciente en el Centro Pompidou y en el stand de la Galería Flinker, de la FIAC. Unos meses antes enseñó en Madrid una amplia retrospectiva de su traba o de los últimos veinte años, lo cual era imprescindible porque de Arroyo, aquí, no se conocía nada más que su leyenda, habiendo sido clausurada por motivos políticos su primera exposición en Madrid el año 1963 y habiendo coincidido su segunda, en 1977, con las elecciones.
Rafael Canogar (Toledo, 1935), uno de los miembros fundadores de¡ grupo El Paso, ha tenido también una buena ocasión en fechas muy recientes de exhibir la riqueza y complejidad de su dilatada experiencia plástica, recuperando el bello caudal de sus cuadros informalistas junto a sus investigaciones últimas, que le llevan de nuevo por el camino de la abstracción tras una etapa aproximadamente de diez años en los que anduvo envuelto en una figuración crítica que quizá prendió excesivamente como estereotipo.
Josep Guinovart (Barcelona, 1927) posee una personalidad y una vitalidad sorprendentes que no parecen nunca resignadas a reposar. No voy a contar sus glorias pasadas, que empiezan en los años cincuenta, cuando sumó su testimonio a los del grupo Tahul, pero sí les voy a enumerar algunas de las exposiciones que últimamente le he visto: en la primavera de 1980 realiza un espectacular montaje con montañas de barro en la Biblioteca Nacional de Madrid y una exposición en la galería Vandrés; en abril de este año pude contemplar otro montaje diferente, dedicado al Guernica, en una de las galerías del Soho neoyorquino; un par de meses después le fue asignada una sala en el pabellón español de la Bienal de Venecia, y, por fin, dentro de un mes escaso, inaugurará una muestra individual en el Museo de Cáceres. Desde el realismo inicial al expresionismo abstracto que le siguió, así como desde la recuperación del objeto hasta los vistosos montajes, Guinovart no parece, como dije, descansar: siempre insatisfecho pero, a la vez, bien arraigado en la tierra catalana.
Julio López Hernández (Madrid, 1930), ganador del Premio Cáceres de escultura el año 1980, es uno de los representantes más conocidos del realismo madrileño, del que forman parte Antonio López García, María Moreno, Isabel Quintanilla, su hermano Francisco López Hernández, Amalia Avia, etcétera, una generación históricamente muy importante como continuidad de la memoria figurativa española. Escultor notabilísimo en bronce, su exposición antológica en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño el año 1980 produjo un gran impacto, ya que permitió apreciar la coherencia de un trabajo iniciado a comienzos de los cincuenta.
Carmen Laffont (Sevilla, 1934) es, por su parte, representante de la escuela realista sevillana, que posee unas características líricas, intimistas, evanescentes. De este grupo hemos podido ver en Madrid algunas muestras recientes significativas, como las de Claudio Díaz, Antonio de Casas y Joaquin Sáenz. De Carmen Laffont, sin embargo, como decía al principio, desde su exposición en Juana Mordó en 1979, sólo apariciones puntuales, todas, eso sí, lo suficientemente sugestivas como para esperar con impaciencia una amplia exposición individual en la que se pueda ver la espléndida madurez de esta pintora.
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