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Armando Valladares: "La cárcel cubana me enseñó a escribir poesía"

Presentó en Madrid la segunda edición de 'Prisionero de Castro'

Ventidós años de cárcel son muchos años, y más cuando ocupan desde los veinte de la edad. Seguramente, ese es el dato más conmovedor, y el único no esgrimido por Armando Valladares, preso político del régimen castrista, al que la cárcel convirtió de funcionario en poeta y de poeta en protagonista de una campaña que culminó en su liberación, negociada por el Gobierno socialista francés hace pocas semanas. Valladares, que vendrá a vivir a España, presentó ayer su libro Prisionero de Castro y declaró que la cárcel le enseñó a escribir.

Armando Valladares come con una mano situada en el regazo, detrás del mantel, debajo del tablero de la mesa, y un poco ladeado. No sé bien en qué novela policial o en qué película explicaban esta postura como efecto de alguna condena carcelaria, de la comida estrecha en bancos corridos.Armando Valladares ha comido en bancos carcelarios la mitad casi cabal de su vida. Y de eso hablaba ayer, en la presentación de la segunda edición de su libro Prisionero de Castro, editado conjuntamente por el Instituto de Estudios Económicos y la Editorial Planeta.

Por primera vez, el misterio de la vocación poética de Valladares se presenta más o menos claro: "Yo empecé a escribir, por necesidad de comunicación, en la cárcel". Y de su pasado: "Estaba en ocupando funciones docentes, examinando a los que ingresaban en el cuerpo de Policía. De ahí, tras la revolución, pasé al de Comunicaciones".

Flanqueando a Baltasar Porcel, a la derecha de Valladares, está Marta, la esposa en los papeles y prometida en la realidad de la vida común, de Armando Valladares. Marta tiene aspecto de joven mística, como si el catolicismo amoroso de Armando Valladares fuera más cosa suya. Cuando se le pregunta cómo pudo casarse con él ante una condena infinita, en una relación trabada ya ante las rejas "cuando iba a visitar a mi padre, también prisionero político", empezada en su caso a los catorce años y con una luna de miel de quince minutos por delante, Marta responde: "Sólo puedo decir una cosa: porque le amo".

Financiación conjunta de la edición

A la izquierda de Armando Valladares está Víctor Mendoza Oliván, que fuera director de las empresas del Estado español en tiempos y hoy es director general del Instituto de Estudios Económicos, coeditor del libro. Este instituto según sus propias palabras, "sólo tiene que ver con la CEOE en que los miembros asociados para hacerlo son empresarios presumiblemente también asociados en CEOE". Las ediciones conjuntas entre Planeta y el Instituto, la colección Tablero, ha estado, según sus palabras, "destinadas a analizar y esclarecer los grandes problemas de la sociedad española y occidental". Valladares es su primer invitado de tipo literario y de tipo internacional. La editorial Planeta es una de las asociadas en el Instituto de Estudios Económicos.La historia de Valladares es terrible: veintidós años de prisión, que dejan un rencor minucioso, contra el que lucha encomendándose a la fe católica. "No he odiado ni odio a quienes me torturaron", dice, y luego, cuando es inoportunamente preguntado por las demás dictaduras: "Sólo puedo decirle que la más terrible es la dictadura marxista". Insiste con todo en que "no se adscribe a ninguna ideología política", y en que tiene como única fe la religiosa.

Habla de la incomunicación y de la oscuridad, de los trabajos forzados y de la lucha de los presos políticos contra los sistemas de redención por el trabajo, y cuenta historias espantosas de violaciones de menores en las cárceles, de un niño de doce años que llora, privado de libertad hasta su mayoría de edad, "por coger una pistola y disparar la bala al aire la bala que cargaba", y resultar que la pistola era de un militar. Habla de la no protección legal de los políticos -y éste es un lenguaje de pasadas épocas españolas- contando su propio juicio: "El juez, con los pies sobre la mesa, leía comics". Valladares desmiente el rumor de que había salido libre tras un pacto con Regis Debray por el que se comprometía a no hablar mucho de Cuba.

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