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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La inocencia de Beguin

EL JUEZ Isaac Kahane recoge en Israel las declaraciones para tratar de dilucidar quién fue el culpable de las matanzas de Sabra y Chatila. Parece que todo el mundo en el Gobierno israelí y sus aledaños sabía de antemano lo que iba a pasar, excepto una sola persona: el primer ministro, Beguin. Lo cual plantea un problema: o Beguin no sirve para un puesto en el que no se entera de acontecimientos de enorme envergadura y consecuencia, o todo el mundo está tratando de encubrirle para tratar de que no haya una crisis de Gobierno y unas posibles elecciones generales. Sería difícil encontrar un sustituto para el anciano enconado, a no ser el general Sharon. Pero quizá no haya llegado todavía el tiempo de Sharon en Israel. Se presiente que al final de la encuesta se decidirá que las matanzas fueron un asunto de ajuste de cuentas entre musulmanes y cristianos y que en todo caso habrá alguna negligencia menor en algún funcionario militar israelí.En cualquier caso, la operación completa, incluyendo matanzas, expulsión de palestinos, inmovilidad siria, inanidad árabe, gestos reprobatorios de Reagan, ira de estadistas europeos, colocación, asesinato y nueva colocación de un presidente afín en Líbano, ha terminado de una manera enteramente favorable a Israel. Es lógico que Beguin recoja, capitalice y administre su iniciativa y su decisión sin que le alcance la sangre de los desharrapados, sedientos y enfermos ancianos de los campos arrasados. Lo que fue gran línea de enfrentamiento entre Israel y Líbano, ahora es ya una frontera abierta "para el comercio y el turismo", incrementado este último por el atractivo de ver las ruinas de las batallas recientes. No siempre los turistas tienen ocasión de ver ruinas humeantes todavía: hasta ahora tenían que conformarse con las grecorromanas y, en el mejor de los casos, con las medievales. De todos modos, la noción de frontera ha variado ligeramente, puesto que ahora a los dos lados de la línea hay soldados de Israel, y su presencia se prolonga hasta más allá de un tercio del país, que es al mismo tiempo vencido y amigo cordial, lo cual prueba la justicia de la gran invasión. Ese Gobierno vencido y amigo no está tan de acuerdo con la apertura unilateral de las fronteras, puesto que a través de ellas, y dada la identidad única de sus guardianes, están llegando a Líbano productos de Israel sin pago de aranceles. La hostilidad mayor se presenta en los sectores campesinos, que se encuentran con que las frutas y verduras de que el enemigo tan generosamente les provee son más baratas que las que producen sus campos. Pero no hay que olvidar que la inmensa mayoría de los agricultores es musulmana y que en esta protesta por el dumping las autoridades dominantes están siempre dispuestas a ver una maniobra política.

Se trata ahora de culminar la operación con la retirada de todas las tropas extranjeras de Líbano. No olvidemos que la operación de Beguin se llama Paz en Galilea, y que la invasión militar, la expulsión de palestinos y las matanzas de civiles tenían ese alto fundamento de conseguir la paz. La retirada de tropas extranjeras consiste, naturalmente, en el regreso de los israelíes a las fronteras que cruzaron en su ofensiva, así como también el Ejército sirio y los palestinos que quedan. Es la gestión que está tejiendo laboriosamente Philip Habib, el especialista designado por Reagan.

La dificultad esencial está en que los israelíes sostienen que las negociaciones con Israel no es un asunto de militares, sino de políticos, es decir, bajo la forma de un tratado mutuo entre Israel y Líbano, de carácter político, por el cual Líbano reconocería pura y simplemente al Estado de Israel. Se supone que ahora, simplemente, aguanta la presencia de sus soldados y sufre las destrucciones de su guerra, pero que lo que necesita es reconocer oficialmente la existencia de Israel en un tratado de paz. Paz por separado, indudablemente, como ya hizo -en su tiempo- Egipto. Israel no se decide. Es una cuestión de forma. No tiene ningún inconveniente -más bien, al contrario- en continuar su colaboración con Líbano, pero no de una manera visible y ostensible, que podría traerle represalias árabes; entre otras, que Siria -que está teóricamente colocada en Líbano para salvaguardarlo, en nombre de la Liga Arabe, del ataque de Israel, del que no ha podido salvarle, y del exterminio de los musulmanes, a los que no ha podido defender- se negase a evacuar el territorio en el que aún está y que los israelíes se decidiesen a desalojarla por la fuerza, lo cual parece inscrito también en el plan original Beguin-Sharon, aunque resulta más difícil imaginar que Estados Unidos pudiera respaldar, aunque fuera de una manera vergonzante, por sus posibles consecuencias. Lo que pretende la mediación de Estados Unidos es, según parece por lo declarado -que no tiene por qué corresponder con la realidad de la negociación-, que hubiese una retirada simultánea de sirios-palestinos, por una parte, y de israelíes, por otra: Líbano quedaría así independiente, en teoría, de cualquier influencia extranjera por primera vez en muchos años, capacitado para reorganizarse política y administrativamente, y solamente después daría el paso de la paz por separado con Israel. Lo que sucede es que ese supuesto Líbano limpio no dejaría de ser una opresión de unas minorías cristianas, que cuentan con la policía y el Ejército, sobre lo que todavía son mayorías musulmanas, despojadas ahora de toda clase de defensas.

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