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El papa Juan Pablo II afirma antes de abandonar Sicilia que el desempleo es la "muerte" de los jóvenes

Juan Arias

"La desocupación es la muerte de los jóvenes". Fue ésta una de las últimas afirmaciones hechas por Juan Pablo Il antes de salir ayer noche hacia Roma. El Papa quiso dedicar ayer a la juventud siciliana su último encuentro en la plaza central de Palermo. Fue la mayor explosión popular durante las jornadas sicilianas, que se habían caracterizado más por el respeto al Papa que por las clásicas manifestaciones desbordantes.

Para los jóvenes de Sicilia Juan Pablo Il pidió ayer una sociedad nueva donde no exista la droga, que es, dijo, "un hachazo a las raíces del ser". Una sociedad "sin guerras porque afirmó que "la paz no es un sueño, una utopía", y, por fin, una sociedad en la que hayan sido aisladas y destruidas "las ramificaciones de las actitudes mafiosas de algunos culpables de crímenes aberrantes".

La condena a los misiles

Quienes no aplaudieron y se quedaron desilusionados fueron cuantos esperaron hasta el último momento que Juan Pablo II, del mismo modo que ha condenado el "fenómeno mafioso", cáncer de esta isla siciliana, condenase también, y con la misma fuerza, el intento de convertir Sicilia en "la isla de los misiles atómicos". Y de nada sirvieron los ocho días de ayuno, en el convento de los Franciscanos, de un grupo de jóvenes del Comité por la Paz que habían escrito al cardenal Salvatore Pappalardo pidiendo que intercediese ante el Papa para que lanzase desde Palermo un mensaje "contra la militarización de la isla", haciéndose eco de las luchas y de las múltiples manifestaciones -realizadas en Comiso, localidad siciliana- para que no se instalen, como ha sido ya decidido, las bases atómicas de la OTAN para misiles nucleares. En vísperas de la visita del Papa, los grupos católicos más progresistas habían escrito que el viaje de Juan Pablo II a Sicilia habría sido histórico no sólo si condenaba a la Mafia, porque esto lo habían hecho ya todos los obispos sicilianos, sino también si condenaba los misiles que se desea instalar en la isla, porque, decían, este "gesto profético" no lo ha realizado aún la mayor parte de los obispos.Nunca los observadores que siguen al Papa le han visto, como ayer por la mañana en el hipódromo de La Favorita, declamar, gritar, gesticular, enfervorizarse.

El Papa hablaba de Cristo como rey y, en un crescendo continuo que duró toda la homilía, fue desplegando el concepto de la Iglesia como "potencia". Cristo, decía el Papa, fue un rey que rechazó el cetro de los reyes judíos, pero fue igualmente rey. Un rey con un reino que "no es de este mundo", pero que al mismo tiempo es más grande que todos los reinos del mundo juntos, "en el que no se pone el sol". Y en él, dijo, "no se pone el sol del reino del hombre".

El Papa gritó con todas sus fuerzas: "¡Sólo en él!, ¡sólo en él!". Parecía como si estuviese desafiando a un poder invisible. La gente no sabía si aplaudir o callar. El Papa dijo que sólo en "Cristo rey", que es "el príncipe de todos los reyes de la tierra" y el "primogénito de los muertos", existe "gloria y poder".

Y lanzó un nuevo grito con toda su fuerza: "¡El es único!". Y acabó diciendo que en un mundo en el que el hombre "puede acabar víctima de la horrible energía que él mismo ha liberado", hay que levantar los ojos de la fe hacia ese "rey único". Y haciendo temblar el micrófono, con las dos manos extendidas y levantadas al cielo, pidió, gritando sílaba por sílaba: "Ven-ga-tu-re-i-no-a-mén".

Momentos antes de empezar esta homilía, el cardenal Pappalardo -siciliano, muy amado de esta gente, y a quien Juan Pablo Il había calificado de "intrépido"- subrayó que el Papa durante esta visita ha estimulado a los obispos y a toda la Iglesia siciliana a superar y borrar "odios, venganzas, homicidios, Mafia y ansias de poder".

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