De la Alianza Atlántica a la 'entente' paneuropea
Sobre un contexto de crisis y desorganización económica generalizada, la década de los setenta fue testigo de algunos cambios importantes en la jerarquía de las potencias económicas mundiales.El hecho más significativo fue el declive de Estados Unidos en relación con Europa' occidental y Japón en una serie de índices económicos (crecimiento absoluto del Producto Nacional Bruto (PNB), proporción del PNB per cápita, productividad de la mano de obra, porcentaje de exportaciones mundiales). Los intentos por parte de Estados Unidos de reducir la competitividad de sus rivales a mediados de los años setenta mediante la devaluación del dólar y el fomento del aumento del precio internacional del petróleo tuvieron esencialmente unos efectos contrarios. Europa occidental y Japón fueron, en líneas generales, capaces de aumentar sus exportaciones, pudiendo así financiar el aumento de los costes de sus importaciones de petróleo, y la devaluación del dólar sirvió para estimular la inversión en Estados Unidos como medio de llegar al mercado estadounidense, revirtiendo la situación existente en los años sesenta, cuando las empresas norteamericanas tuvieron la posibilidad de adquirir grandes sectores del comercio y de la industria europeos.
Las devaluaciones del dólar fomentaron, en realidad, una mayor cooperación monetaria europea, obligando a Alemania Occidental a protegerse de una revaluación excesiva del. marco mediante la creación de la serpiente y, posteriormente, del Sistema Monetario Europeo. No obstante, la necesidad de Europa occidental y de Japón de conseguir una balanza de pagos excedentaria con países en vías de desarrollo no productores de petróleo a fin de estabilizar sus facturas petroleras ha llevado al surgimiento de ciertas regiones geográficas en las cuales han dejado de ser reconciliables los intereses de Estados Unidos y de Europa; éstas regiones se encuentran principalmente en América Central, en donde la socialdemocracia europea ha apoyado y armado a movimientos políticos que están combatiendo a regímenes apoyados por Estados Unidos, y en Oriente Próximo, en donde, hasta recientemente, la CEE se ha mantenido más próxima a las aspiraciones palestinas, y consecuentemente a la OPEP, de lo que lo ha hecho Estados Unidos.
Los intentos por parte de Estados Unidos de entrar en el mercado de exportación de productos agrícolas y de armamento militar han chocado con los planes que Europa tenía en esos mismos campos: tanto Francia como el Reino Unido siguen siendo grandes exportadores de armamento 41 Tercer Mundo. Y, gracias a los resultados de la política agrícola común, la CEE puede ofrecer productos agrícolas en el mercado internacional a unos precios que amenazan con robarle mercados a Estados Unidos.
La tenaza europea
En sus esfuerzos por mantener su influencia sobre sus aliados europeos, Estados Unidos ha dado un giro a los debates en el seno de la Alianza Atlántica a finales de la década de los setenta, de cuestiones económicas a cuestiones estratégicas, y, en particular, se ha esforzado por resaltar la continua importancia de la garantía nuclear norteamericana para la seguridad europea, haciendo revivir la imagen de una Unión Soviética expansionista. Sin embargo, lejos de restaurar la disciplina dentro de la Alianza, esta política, cuyas consecuencias pueden verse en la decisión de prohibir la venta de tecnología para la construcción del gasoducto con la Unión Soviética a empresas radicadas fuera. de Estados Unidos, no ha hecho más que aumentar la disensión, incluso por parte de lugartenientes leales, como Mrs. Thatcher.
Para Europa occidental, los esfuerzos de Estados Unidos por impedir la modernización económica de la Unión Soviética constituyen un ataque sobre una zona de su hinterland vital, una fuente de materias primas y productos energéticos y un foco potencial de demanda de tecnología avanzada; sin mencionar la desestabilización de la banca de Europa occidental, en una situación de descubierto ya precaria.
Atrapadas entre el deseo soviético de aumentar sus ingresos mediante la exportación de materias primas y las presiones de los pagos de las deudas a Occidente, las economías de la Europa del Este se encuentran atenazadas; después de haber conseguido ya un grado importante de integración con las economías de la Europa occidental, especialmente en el campo de la provisión de créditos y tecnología, las economías de¡ Este han atravesado un punto sin retorno: ven la solución a sus largos problemas de estancamiento de la producción y de la productividad en una mayor integración con Europa occidental, antes que en el refuerzo de un inoperante Comecon.
Acuerdo Oriente-Occidente
El fracaso de las políticas monetaristas y keynesianas nacionales al no ofrecer una solución a la recesión de Europa occidental, ejemplificada en el empeoramiento de la situación económica británica y en el abandono de las políticas expansionistas en Francia, junto con el cada vez mayor estancamiento de los intereses de Estados Unidos y Europa occidental en una serie de cuestiones centrales, está convirtiendo en tentadoras ciertas unidades políticas y económicas como contextos en los que se podría llevar a cabo una política económica determinada. Se contemplan dos posibilidades: una fortaleza europea en la cual la CEE se uniría más estrechamente con las economías de la Europa del Este, con el visto bueno tácito de la Unión Soviética, y que llevase a cabo un keynesianismo regional parapetándose en unas tarifas generales que redujeran las importaciones a un nivel dado de actividad económica. Y, por otro lado, un eje Washington-Pekín-Tokio que dominara el Pacífico (en donde la vulnerabilidad de Japón a la política alimentaria y energética de Estados Unidos podría ser crucial).
Estrategas políticos norteamericanos, como W. W. Rostow, han propuesto ya un acuerdo entre Oriente y Occidente; para Rostow, el teatro europeo, sobrecargado de armamento, constituye una carga cara y peligrosa, y alejamiento de los verdaderos intereses geográficos de Estados Unidos, siendo además fuente de movimientos políticos extremistas. El Sur no escaparía de su dependencia tras tal reajuste; en realidad, la estabilización del sistema mundial mediante tal reestructuración podría incluso aumentar la situación de subordinación de los países en vías de desarrollo. No obstante, durante la transición a un nuevo orden mundial, el Sur podría encontrarse con espacio de maniobra para atraerse el apoyo de bloques rivales, consiguiendo así cierto alivio económico o concesiones políticas.
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