La política exterior, con la OTAN al fondo
LA POLITICA exterior es uno de los temas más zarandeados -en el peor sentido de la palabra- de la mano de UCD durante su expirante mandato. Bandazos desde posiciones casi tercermundistas a alineamientos sin matices con la Alianza Atlántica han jalonado estos últimos seis años de actividad exterior española, en la que no han sido aprovechadas las oportunidades del nuevo régimen de penetración en América Latina ni se ha dado respuesta fiable a los problemas que nuestro país tiene en el norte de Africa. La espera interminable en la antesala de la CEE y el mantenimiento de unas relaciones cada vez más frías con la Europa socialista configuran un panorama nada halagüeño a la hora de la transmisión de poderes. Panorama que los españoles votantes del PSOE esperan, con justicia, cambie en la próxima legislatura.Es difícil saber hasta qué punto los posicionamientos socialistas sobre la OTAN han influido en la decisión de su electorado. Las promesas de realizar un referéndum acerca de la integración española en la Alianza -firmes hace varios meses, y para un plazo inmediato, caso de que el PSOE obtuviera la mayoría absoluta- se comenzaron a evanescer ya durante la campaña electoral. De todas formas, no es descartable la suposición de que numerosos ciudadanos de este país, con tanta tradición de neutralismo, se vieron irritados por el método unilateral con que el Gobierno de Calvo Sotelo nos zambulló en la Alianza, en contraste con los deseos difusos de pacifismo y desarme de amplias zonas de la población. La interesante encuesta publicada el pasado día 25 de octubre por este periódico, en colaboración con el Instituto Atlántico y el International Herald Tribune, de París, muestra hasta qué punto el peligro soviético resulta algo lejano en la mentalidad de un país que, como el nuestro, no ha vivido ninguna de las dos guerras mundiales. Los problemas de seguridad españoles parecen más centrados en el Mediterráneo y norte de Africa. Si añadimos a ello la vocación pacifista de las nuevas generaciones, hay que suponer que la opinión pública espera algo de los socialistas en este sentido.
El Gobierno de Felipe González no defraudará, sin embargo, probablemente a sus electores si aplaza el referéndum sobre la OTAN, toda vez que esos mismos electores conocen los parámetros de presiones intemacionales sobre esta cuestión. Una congelación o endurecimiento de las condiciones de integración militar en la Alianza será probablemente el símbolo aceptado por la opinión pública de las buenas intenciones socialistas en esta cuestión. Esas buenas intenciones deben verse además avaladas por gestos indicativos de la voluntad pacifista del nuevo Gobierno. Un ejemplo: la apertura de la verja de Gibraltar, en el marco del deseo -expresado por el propio Felipe González la noche de su triunfo- de una solución sobre el Peñón satisfactoria para las posiciones españolas.
Por pequeños que sean algunos de dichos gestos y por poco autónoma que sea nuestra voluntad soberana en la política exterior, pueden surgir conflictos con la Administración Reagan. En América Latina, por ejemplo, donde las preocupaciones de Felipe González coinciden con su mayor nivel de información y con los intereres objetivos de este país, una actitud más activa de negociación en Centroamérica y un papel más protagonista de Espafía pueden motivar las reticencias de Washington. En el Magreb, las recientes maniobras conjuntas Estados Unidos-Marruecos y el tratado bilateral firmado por estos dos países sugieren también no pocos problemas a la hora de defender posturas no coincidentes con Rabat en la cuestión del Sahara, para no hablar de los contencioso de Ceuta y Melilla.
Todo indica, desde este punto de vista, que, aun esforzándose por una política de buena voluntad respecto a EEUU, los apoyos básicos de la política exterior del PSOE van a recibir su aliento fundamental de Europa. De cómo pueda influir este aliento en la de incorporación española a la CEE es pronto para decir algo. Pero sería absurdo pecar de excesivo optimismo respecto a un cambio esencial de la actitud francesa y del resto de los países de la Comunidad en momentos de verdadera crisis para ésta. Es previsible, en cambio, que los franceses ayuden más en la cuestión de la lucha contra el terrorismo y contribuyan a la creación de una política mediterránea, no sólo en cuestiones de defensa, sino en ámbitos tan distantes como la cultura y la acción exterior, política en la que España deberá jugar un papel inexcusable.
En las relaciones con los países vecinos, aparte Francia, se puede experimentar una mejoría con el muy maltrecho diálogo que mantenemos con Portugal. Al entendimiento de los problemas por parte del actual primer ministro luso, es preciso añadir las buenas relaciones personales que le unen a Felipe González, lo mismo que la colaboración de los partidos socialistas de ambos países -el de Portugal en la oposición, el de España, en breve, en el poder-. Más difícil se presenta la relación con Marruecos, según apuntábamos antes, en virtud de las posiciones adoptadas por el PSOE en el tema del acuerdo de Madrid, firmado por el Gobiemo franquista de Carlos Arias y por cuya interpretación unilateral Rabat se ha apoderado de la soberanía de la antigua colonia española. Por otra parte, las relaciones del Gobierno argelino y del partido de la revolución de este país han sido siempre oficialmente buenas con el PSOE, y no es dudoso que el Gabinete Chadly tratará de rentabilizarlas en el futuro.
En el área en la que el cambio de Gobiemo en España puede ofrecer más oportunidades de novedad, en lo que se refiere a la política exterior, es en América Latina. Las excepcionalmente buenas relaciones de Felipe González con numerosos dirigentes de aquellos países, el papel negociador y pacificador jugado personahnente por el próximo jefe de Gobiemo español en los conflictos de Centroamérica, y la objetiva buena oportunidad de España para aumentar su penetración en la zona, se pueden sustanciar en acuerdos de ayuda mutua y en una mayor introducción de las empresas y del comercio hispanos en aquel continente.
Lo que en cualquier caso esperan los millones de espafloles que han votado al PSOE es una mayor definición de los intereses y las grandes opciones nacionales en política exterior -definición de la que han sido fínalmente incapaces los últimos Gobiemos-, y un papel más autónomo de nuestra política intemacional, dentro de las limitaciones que la geopolítica y la historia imponen. Si el PSOE acierta a llevar una política inteligente con los EE UU -en cuya opinión pública la imagen de Felipe González resulta altamente positiva- y logra desbloquear los recelos que la cuestión de las bases y la integración en la OTAN provocan, no es dudoso que se puedan dar serios y enormes pasos positivos en este terreno.
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