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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El Nobel de la Paz

A Gabriel García Márquez le han dado el Premio Nobel de la Paz, y esto es lo que ningún periódico del mundo ha subrayado. Cien años de soledad es quizá la mejor novela que yo haya leído en mi vida (aun que no creo que le hayan dado el Nobel porque la haya leído yo). Y es, sobre todo, un libro que ha cambiado la escritura en el mundo entero. Hay novelas de Günter Grass, Italo Calivino y absolutamente todos los españoles, que no habrían nacido sin García Márquez.Pero lo que le han dado al colombiano es el Premio Nobel de la Paz. Este periódico es de los pocos que se han preocupado de valorar, me parece, a García Márquez como activista de la paz, que viaja continuamente por el mundo entero haciendo lo que puede por Vietnam, los polisarios, los palestinos los salvadoreños, los guatemaltecos o sus propios paisanos. De modo que le han dado el Premio Nobel contra el régimen colombiano que le mantiene errante por e mundo, tras su urgido vuelo a México, que él ha contado muchas veces. Como se lo dieron a Juan Ramón Jiménez contra la dictadura española. Y, de paso, con plena justicia literaria. El Nobel es un premio político, como todos sabemos y como yo comprobé personalmente en Estocolmo. Suecia, pequeño país rico, avanzado de las libertades y las democracias, utiliza sus Nobel para hacer política en el mundo, para influir, y esta vez ha acertado. Hasta tal punto es político el premio del señor Nobel, que nació como contrapartida de un hecho bélico: la invención de la dinamita.

Del mismo modo que en Juan Ramón se premia el exilio español, y en Aleixandre la Resistencia antifranquista, en García Márquez se premia el antifascismo del Cono Sur americano y la lucha itinerante de un escritor por la paz y la libertad.

El Nobel es un premio político en cuanto que lo tiene Winston Churchill y no lo tiene Proust. Este año, igual podían haber premiado a Onetti, Cortázar, Paz o Rulfo (para quien lo pide el propio García Márquez). A Carpentier le dejaron morir sin dárselo. Y a Lezama Lima. Todos son buenos y tienen cosas que contar, porque han nacido en el último triángulo del mundo donde todavía pasan cosas novelescas. (Max Frisch, en Suiza, tiene que inventarse que es ciego para escribir una novela, porque en Suiza, naturalmente, no pasa nada.) Pero García Márquez, siendo de los mejores, es, además, el más militante, el más decidido viajero de la paz por el mundo, el anti/Kissinger, el exiliado voluntario/forzoso de su Bogotá literaria, texto costeño donde no espera a ver escrita la caligrafia sangrienta de su muerte. Y hace bien. A uno le han cambiado la escritura tres o cuatro libros en esta vida, tres o cuatro hombres o mujeres: Baudelaire, Virginia Woolf, Carlo Emilio Gadda, Valle-Inclán, García Márquez. Cien años de soledad y los cuentos o novelas cortas que giran como asteroides en tomo de ese libro impar.

Lo que pasa es que yo lo digo y los otros escritores españoles, grandes o pequeñitos, hacen como si no hubieran leído a García Márquez. Pero García Márquez fusiló en una noche a todo el socialrealismo español. Los muertos amanecieron imaginativos y, como me decía Michele Gazier, mi traduptora francesa, "en cada novela que leo, hacia las veinte páginas, los personajes vuelan con toda naturalidad". ¿Y Jorge Luis Borges? Es el patriarca de la literatura americana. Pero es reaccionario, burgués y comodón.

Anotado esto, queda claro para uno lo que el Nobel/82 tiene, además, de premio contra el régimen bogotano. (El autor se había revelado universalmente hace unos diez años.) García Márquez no para en su heroico turismo por la paz del mundo. De modo que le han dado el Nobel de la Paz. A ver si al año que viene le dan el de Literatura.

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