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Entrevista:

Clara Calvi afirma que su marido fue asesinado mientras negociaba en Londres con el Opus Dei

"Mi marido no se suicidó. Estamos seguros. Por eso hemos querido que se abra de nuevo la investigación sobre su muerte en Londres. Para él iba a cambiar todo. Estaba ya a punto de volver a Italia. Por otra parte, si se hubiera suicidado, ¿cree usted que habría escogido una forma tan horrible, en vez de usar los barbitúricos o las cuchillas para afeitarse, como ya hizo otra vez?".Pregunta. ¿Quién le mató?

Respuesta. Pienso que la respuesta está en la última operación preparada por Roberto, y para la que había ido a Londres; es decir, porque el Opus se iba a hacer cargo de las deudas del Instituto Obras de Religión (IOR).

(Clara Calvil hace una pausa).

Era una operación arriesgada política y económicamente. A cambio de la ayuda, el Opus le pedía poderes muy concretos en el Vaticano; por ejemplo, en la determinación de la estrategia hacia los países comunistas y el Tercer Mundo. En el Vaticano existe una profunda división entre los autores y adversarios de la ostpolitik, entre la izquierda y la derecha.

(De nuevo, un segundo de excitación).

En esta división se injertan fuerzas ocultas italianas e internacionales. ¿Cómo excluir que Roberto haya sido asesinado también para impedirle que realizase un proyecto conservador, como el del Opus Dei?

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P. También para impedirle... ¿quiere esto decir que su marido pudo ser muerto por otros motivos?

R. Roberto viajaba siempre con una bolsa llena de documentos y con su agenda. La llevaba con él incluso cuando íbamos a visitar a nuestros familiares. Estoy segura; la tenía con él también cuando fue a Londres. Son la bolsa y la agenda de las que tanto se habló y que han desaparecido misteriosamente. Dentro debía haber material para asustar a mucha gente, poderosos de nuestra política, finanzas y mundo editorial. A todos ellos les ha sido provechoso que mi marido fuese eliminado.

P. Usted habló con él por última vez la tarde antes de su muerte. ¿No le reveló nada?

R. Me llamó desde Londres aquí a casa. Estaba muy lejos de la idea del suicidio, aunque alarmado a causa de algunas cosas desagradables que no quiso explicarme. "Las negociaciones van adelante con dificultad, pero se mueven", me dijo. "Es cuestión de poco. Está para explotar esta cosa de locura, maravillosa, que me ayudará también en el proceso".

(Es la primera entrevista que Clara Calvi concede desde la desaparición de su marido. En el chalé alquilado del hijo, Carlo, en este alegre barrio de Washington, la tragedia del puente de Blackfriars, en Londres, aparece más deshumana que nunca. Rubia, frágil, la esposa del financiero está rota por el dolor: "No como ni duermo", me dice. "Tengo sólo pesadillas y lágrimas". Me enseña un retrato de Roberto Calvi sonriente, abrazado a ella, en la casa de campo: "Treinta años juntos, una vida, y no me queda nada". Reacciona: "Ha sido el hombre más explotado, chantajeado y calumniado de Italia. Han dicho que quería escapar. 'Escapar es una palabra que no debes pronunciar jamás', me repetía. Pudo haber escapado más de mil veces, pero volvió siempre porque estaba convencido que sin él todo se hubiese hundido". "Estaba a punto de volver de Londres", añade, "cuando le mataron. Era un hombre a la antigua, honrado e ingenuo, que ha pagado por los otros". Un breve silencio: "Cuando mi hermano me dio la noticia por teléfono no tuvo el coraje de decirme cómo le habían asesinado. Casi enloquecí. Salí las escaleras arrastrándome como una fiera, grité y golpeé la pared con los puños hasta que sangraron").

"Mi marido no se fiaba de Gelli"

P. ¿No piensa que ha sido la P-2 quien asesinó a su marido?

R. No lo sé, no puedo pronunciarme. Roberto estaba en la P-2. Yo sabía que era masón; una vez me dijo que iba a Ginebra para la investidura, que estaba también Vittorio Emanuele de Savoia. Pero la tarjeta de la P-2 nunca se la vi. Sé, por otra parte, que mi marido no se fiaba de Licio Gelli; tenía miedo de él, temía que fuera un espía, pero no sabía de quién. Se había hecho masón para trabajar en paz: debían haberlo chantajeado con un ofrecimiento de protección. Por otra parte, hay masones incluso entre los curas.

(Busca en su memoria: "El día que se descubrieron las listas de la P-2 en el chalé cerca de Arezzo, Roberto se preguntó si no habría sido Gelli quien las habría entregado a la policía, si no las habría vendido alguien que por razones políticas internas italianas quería destruir a mucha gente").

Cuando apareció en la escena Flavio Carboni (el famoso industrial de Cerdeña, hoy en la cárcel de Ginebra), mi marido le habría dado con la puerta en las narices si hubiera sabido que era amigo de Gelli.

P. ¿Qué papel tuvo Carboni en el Banco Ambrosiano?

R. Nos presentaron en Cerdeña el año pasado en agosto. Creo que la finalidad era obtener la ayuda de Roberto en el nombramiento de Corona, que es sardo como él, como gran maestro de la masonería. Corona, en efecto, fue nombrado en marzo. Roberto no se preocupó porque Carboni tenía buena audiencia en el Vaticano. Se sintió de este modo apoyado en el difícil papel de recuperar del IOR la espantosa cifra que le debía.

P. ¿El IOR había admitido responsabilidades en los desfalcos del Banco Ambrosiano?

R. No. Pero el Vaticano le había prometido restituir los créditos que le había concedido. El pasado abril Carboni hizo un viaje misterioso, no sé si a España, al Opus Dei, o a Estados Unidos. Las posibilidades de una solución de la crisis eran reales. Quizá Carboni contó algo, porque Repubblica habló del proyecto de crear un importante banco católico y Roberto se enfadó mucho.

"Estaban en juego intereses políticos"

P. Si no he entendido mal, las posiciones del IOR y del Vaticano eran diversas.

R. Sí. Marcinkus y Mennini (seglar, director general del IOR), y también el secretario de Estado, Cassaroli, eran contrarios porque para ellos significaba la pérdida, por lo menos parcial, del poder y el principio del fin de la ostpolitick. Pero el Papa estaba de acuerdo. Recibió a mi marido al principio de este año y le dijo que le había confiado las finanzas vaticanas para sanearlas. Hilary Franco, un funcionario de la Santa Sede, aseguró que lo habría defendido con todas sus fuerzas.

P. ¿Defendido de quién?

R. Yo sospecho que estaban en juego intereses políticos enormes también en Italia y otros países. Roberto me obligó en mayo a dejar Italia porque temía que nos pudieran matar. Recuerdo que me enseñó una noticia según la cual Cassaroli no había sido confirmado secretario de Estado para 1983. "Es obra mía", me dijo. Y añadió que si un cierto líder de un partido -no doy nombres- no se lo hubiese boicoteado, lo habría conseguido (su cese) en dos semanas. Sé que después se encontró con aquel líder, pero no me dijo nada más.

P. ¿Cómo acabó con el Opus Dei?

R. Lo ignoro. Quizá algo se logró, porque el Papa les ha concedido la prelatura.

P. Esto sucedió en mayo. Su marido desapareció el 8 de junio y al cabo de dos semanas tenía que haberse presentado en Italia, donde se veía en segunda instancia su proceso.

R. Parece increíble, ¿verdad? Repito: no sé si atribuir el asesinato de Roberto a motivos políticos o financieros. Sólo sé que deseo descubrir la verdad. He decidido publicar todo lo que recuerdo. Estoy ya tomando notas. Hasta ahora he callado; estaba como tonta por la desesperación y por las acusaciones, todas infundadas, sin apoyos. Ya basta.

(La indignación quebranta a esta mujer diminuta, reducida a piel y hueso por la angustia: "Si usted supiera cuánta corrupción hay en el asunto del Ambrosiano, cuánta vergüenza para Italia".

Con voz alterada, Clara Calvi insinúa financiaciones ocultas a los partidos, amenazas a su marido para que no hablara en el proceso de 1981 -"si no quería estar en cárcel durante toda la vida"-, financiaciones para la liberación de personajes insignes secuestrados, sobornos a mediadores de todas las tintas, incluso cien millones de pesetas pagadas a un gran diario "por una semana de paz" en la guerra promovida contra su marído.

"Mi marido", decía, "me tenía lo más lejos posible de Italia por mledo a que me secuestraran. En un año he estado en Londres, en Nueva York, aquí; en mil partes. Pero volví siempre a su lado. Cedí sólo en mayo pasado. No tenía que haberme ido, pero me lo impuso: 'Allí en Washington estás segura, hay quien te protege', me ha explicado. Pero no me haga decir nada más".)

"El general Dalla Chiesa ya nos lo advirtió"

P. ¿Qué le hizo pensara su marido que querían asesinar a ustedes dos?

R. Diversos episodios. Uno de los más importantes es de principios de 1981, cuando se descubrieron las listas de la P-2. En seguida, el general Dalla Chiesa invito a mi marido a encontrarse con él, ambos disfrazados. Roberto se echó a reír y no aceptó: "Si acaba sabiéndose", dijo, "apareceremos como dos conspiradores". Pero más tarde se vieron en secreto. Dalla Chiesa le advirtió que existían bandas armadas, no las Brigadas Rojas, precisó, que querían rnatarnos. Nos dio una escolta de carabineros que vigilaban alrededor de la casa. Nos venían a buscary nos acompañaban hasta la casilla de la autopista.

(Clara Calvi tiene un movirniento de compasión por la memoria del general: "Un año más tarde, cuando apareció en los diarios la foto del general vestido de seglar como gobernador de Palermo, se nos encogió el corazón. Era una persona buena y olfateamos presagios de muerte").

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