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XXX Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Los boxeadores también hacen el amor en el 'ring'

La artista belga Marie-Jo Lafontaine (nacida en Amberes, hace 35 años) ha elegido un título en lengua extranjera, Round around the ring (Round alrededor del ring) para su instalación de vídeo, una de las más interesantes y originales de las presentadas en el festival. Quizá se deba a la belleza eufónica que provoca en quien va rumiando el título en inglés. Quizá sea porque esas tres palabras, en un cinta, sinfín, son la mejor onomatopeya del flotar de los cuerpos en el cuadrilátero, del constante circular de las imágenes entre cinco monitores.Las imágenes van como rizos y ondas de uno a otro monitor, reproduciendo "el alarde del cuerpo y de la imagen de ese cuerpo, la parodia de la violencia, cara a cara; el continuo desafío lanzado al adversario", como escribe la autora en un poema que adjunta con las cintas.

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Los artistas, como Lafontaine, extraen de la realidad impresiones y sensaciones poco menos que inimaginables para los demás. Así, Lafontaine ve en el boxeo un juego latente de sensualidad y de erotismo entre los cuerpos de los dos púgiles.

Amor y no sólo violencia en las miradas, en las entregas al abrazo. Los boxeadores tienen el volante en los ojos, y la persecución de las miradas es el árbol de transmisión de todos los movimientos.

Round around the ring es una instalación o escultura en vídeo. Cinco cintas de vídeo de siete minutos de duración son reproducidas por cinco magnetoscopios en otros tantos monitores alineados en realidad en un mismo plano horizontal. Las cinco cintas reproducen en realidad una sola imagen: planos cerrados muy cortos y comprimidos contra el fondo, que condensan en siete minutos un combate de boxeo desde el precalentamiento hasta avanzado el duelo. Los monitores uno, tres y cinco están sincronizados independientemente de los monitores dos y cuatro, que tienen un desfase de algunas décimas de segundo. Las imágenes se contemplan simultáneamente en las cinco pantallas y el espectáculo total tiene una duración de veintiocho minutos: cuatro pases ininterrumpidos de siete minutos cada uno y a cada pase un desfase mayor en el sincronismo de las cinco imágenes.

Son este desfase y visión múltiple los que provocan la sensación de flotación y de imágenes rizadas. Sólo con el paso del tiempo el espectador se percata de que los boxeadores son diferentes: dos pesos medios y dos pesados.

La banda sonora contribuye a crear un clima idílico o violento de la lucha, según el momento en que se contemple: obras de Bela Bartok, de Leo Redlonne, la canción polaca Varsoviana y la alemana Wunderbaar, de Zarah Leander, la canción preferida del padre de los nazis: Hitler.

Músicas que parecen tan inconciliables como el erotismo y la muerte en el acto de boxear, como la ternura y la violencia de este espectáculo, que a la autora se le antoja como la fiesta de una parada callejera. "Elegí la canción preferida de Hitler porque soy judía. Por eso, cuando se transmite la sensación de violencia sólo aparece la espalda de los boxeadores dando golpes bajos y ocultos, quizá de muerte", dice Marie-Jo, con la alegría de una superviviente de la matanza, con parecido estupor al del palestino de Beirut al oír el himno nacional de Beguin, de su ministro de Defensa y de sus ejércitos. Una inyección de orgasmo a la sangre al compás del Wunderbaar.

La instalación se realizó en un año de trabajo, con un presupuesto de 1.500.000 pesetas -según palabras de la autora-, prueba evidente de que el vídeo no es tan barato como se hace creer, y fue financiada, en parte, por el Centro Pompidou.

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