El cine español protagoniza las últimas jornadas del certamen donostiarra
El cine español fue protagonista de la jornada de ayer, y lo será de la de mañana. Demonios en el jardin, de Manuel Gutiérrez Aragón, acaparó toda la expectación de los innumerables satélites que rodean al teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, pese a la ausencia de sus dos estrellas, Ana Belén y Angela Molina.Una vez más sale a relucir, con Demonios en el jardín, la indiscutible sensibilidad de este festival para con los acontecimientos cinematográficos específicamente españoles. La película ha generado, como un reguero de pólvora, una legión de incondicionales y otra paralela de más o menos insatisfechos. Es lo que habitualmente ocurre con el cine de Gutiérrez Aragón, que dispara los entusiasmos y las controversias, pero que a nadie deja indiferente.Disgustos familiares
Los entusiasmos son indefinibles; las controversias, en cambio, dejan huella. Por ejemplo, se le reprocha a Gutiérrez Aragón de hacer un melodrama. Y éste protesta: "No he intentado hacer un melodrama. El melodrama es un género de origen italiano, y a los italianos les va como anillo al dedo, porque saben exteriorizar sus sentimientos. En cambio, los españoles tenemos muchos frenos, muchos pudores, y aquí lo normal es sofocar y reprimir los sentimientos, por lo que no hay posibilidad de hacer verdaderos melodramas. Por otra parte, la historia que cuento está narrada a través de los ojos de un niño, lo que provoca una distanciación que impide la inmediatez necesaria para hacer un melodrama. Por eso, en vez de un melodrama, prefiero decir que Demonios en el jardin es una película de disgustos familiares. Claro que esto es tan sólo una opinión mía".
Nuevamente han salido a relucir las entretelas irónicas del cine de Gutiérrez Aragón. "Esta no es una película muy irónica, creo yo. Lo que ocurre es que, cuanto más viejo me hago, también más escéptico, y esto sale a relucir involuntariamente. Por ejemplo, el desencanto del niño de la película con su padre tiene que ver con el gran desencanto de los niños españoles de derechas, cuando descubrimos que Franco era bajito".
"Sin embargo, no hay que exagerar los significados ideológicos y políticos, ni ver cosas donde no las hay. Me persiguen las interpretaciones simbólicas de mis películas, y esto me preocupa, porque, si hay una sola secuencia simbólica en Demonios en el jardin, yo la cortaría inmediatamente".
"Si en la película se ve una tortilla de patatas, lo lógico es deducir que se trata de una tortilla de patatas, y no de un símbolo político. Lo mismo digo de la época donde ocurre el filme. El que transcurra en los años cuarenta no se debe a motivos esotéricos, sino porque la historia está vista a través de los ojos de un niño, y precisamente yo era uno de los niños de aquel tiempo. No es, por eso mismo, una película testimonial. Los testimonios surgen de una elección ideológica, y yo me he limitado a contar, de acuerdo con mi instinto, cosas que conozco, en las que hay gentes que conozco y durante una época que conozco".
Ayer, cuando todavía el flemático y apacible Manuel Gutiérrez Aragón era el eje del día, los centros del despelleje festivalero fueron tomados, con técnica de hongos, por una horda abigarrada de pegamoides, alaskas, pepis, lucis, booms, chicas del montón, punkies con acento vallecano, Félix Rotaeta y otros aristócratas de Malasaña. Son los bárbaros almodóvares, que vienen a apoyar, en riguroso orden de caos, el laberinto de pasiones que hoy ofrece Pedro Almodóvar como exorcismo contra el aburrimiento festivalero. No sabemos si dentro de unas horas, cuando el filme se haya proyectado, serán perseguidos a gorrazos, pero mientras se averigua estas gentes han subido vertiginosamente el tono festivo del festival.
Un complemento notable
El complemento de ayer fue una película notable, viva, del veterano director argentino Fernando Ayala: Plata dulce. Ha sido para muchos una de las sorpresas gratas de esta edición del Festival de San Sebastián. No sólo por la nobleza del filme, no sólo por la singular interpretación de Federico Luppi y Julio de Grazia, sino porque es un síntoma del despertar, tras su incalculable tragedia de los últimos años del cine del pueblo argentino.
Se proyectó hace un par de días otro filme de este despertar: Volver, de David Lipszyc, al que ya me referí; y nos llegan hasta aquí los ecos vibrantes de Pubis angelical, de Raúl de la Torre, y de Tiempo de revancha, del director Astarain; y otros filmes más.
La sólida, inteligente y humilde presencia de Fernando Ayala, cargado desde las antípodas del planeta con las latas de su película bajo el brazo, es una imagen que hay que fijar en la memoria, porque nos concierne íntimamente a los españoles.
Mientras tanto, John Fontaine sigue durmiendo.
Más información en páginas 32 y 33.
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