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La muerte de Valentín Andrés AIvarez, el autor de '¡Tararí!'

El 25 de noviembre de 1929 se produjo una sorpresa en el teatro español: un científico de fama -matemático, economista- estrenaba en el teatro Lara (al que por entonces las gacetillas llamaban la bombonera: pequeño, cuidado, tapizado, limpio... ¡Quién lo ve ahora!) una comedia de humor. Valentín Andrés Alvarez -que falleció el pasado martes a los 92 años- era ya conocido como escritor de segundo oficio por Sentimental dancing, novela; un título que tenía retazos más o menos visibles de su biografía, porque Valentín Andrés era -y lo fue toda su vida- un fanático del tango; sobre todo, de bailar el tango. Venció, para el teatro, las resistencias habituales. Ya se sabe que entonces los autores formaban un círculo mágico, cerrado, del que desalojaban con desdén a todos los escritores que ellos no consideraban precisamente autores (el círculo lo cierran, ahora, los directores).Cándido Lara era un empresario tradicional, las novedades le perturbaban un poco (rechazó Los intereses creados, de Benavente: sólo se pudo estrenar porque los actores pagaron los trajes y el decorado, y Benavente, después, en premio, regaló los derechos de autor de esa obra al Montepío de Actores: ha dado millones y millones, desde entonces). La obra de un novel, y más si era economista, produjo toda clase de reservas.

Desde la noche del estreno su obra ¡Tararí! se convirtió en un éxito y, poco después, en un mito. Un mito de renovación del teatro, de aproximación de la que todavía no se llamaba -creo- generación del 27. La publicó Revista de Occidente; años más tarde, Aguilar (con Sentimental dancing y Pim, pam, pum, colección Crisol); creo que también las colecciones especializadas (La Farsa, Alfil) y aparece en un libro homenaje al autor de la Caja de Ahorros de Asturias. Creo que su título dio origen a una palabra: tararí (estar tarari), para indicar que alguien está loco.Duda de la locuraPorque la obra primeriza de Valentín A. Alvarez trataba de locos. Un tema de siempre, pero muy de la época, que era la de Freud. Un año antes, otro personaje insólito y próximo a la generación, el torero Ignacio Sánchez Mejías, que moriría "a las cinco en sombra de la tarde", había estrenado Sinrazón, donde también se ponía en duda la locura. Pero en serio. Valentín Andrés Alvarez era, como todos los economistas (véase José Luis Sampedro; véanse, en general, los serios tratados de economía), un aficionado al humor. "A la zumba", diría en su crítica de El Sol Enrique Díez Canedo, clasificando esa forma cómica dentro del regionalismo asturiano (entonces se decía ¡regionalismo), que acompañó siempre a Valentín Andrés Alvarez. Un autor zumbón...

La obra, estrenada por la compañía de Margarita Robles y Gonzalo Delgrás, tuvo 150 representaciones. En 1929 era una magnífica cifra, que desairó a los autores del círculo mágico: un intelectual, un profesor, podía conectar con el público, que parecía cosa de ellos... La historieta de la obra era ésta: en un manicomio, los locos se sublevan. Entienden que son los médicos, los loqueros, los empleados, los que están verdaderamente locos, y no ellos. Hasta tal punto llega la confusión que, en el epílogo, el comisario de policía que llega a poner orden en la casa ya no sabe distinguir cuáles son los locos, cuáles los cuerdos: si no lo es ninguno o lo son todos. Y todos van a ser encerrados conjuntamente. "En cuanto estén un poco tiempo encerrados", dice un personaje, "se volverán locos todos, así que encerrados injustamente sólo estarán los primeros días. Ahora, el encierro es definitivo".

Faltaba todavía casi medio siglo para que el doctor Laing, y Cooper, y los inventores de la antipsiquiatría vinieran a decir lo mismo. Pero sobre esta trama de manicomio se veía algo más, o lo vieron los intelectuales de su tiempo: una sociedad de organización equivocada, una alteración de valores, una imposibilidad de discriminar la justicia de la injusticia... En cuanto al público, le llegó el humor, la zumba asturiana, lo divertido del diálogo y de las situaciones.

Pero, ¿tendrían al fin razón -si es que la palabra razón tiene algún valor- los autores del círculo? La verdad es que el teatro no volvió a sonreír a Valentín. Volvió a los escenarios con Pim, pam, pum en 1946, representado por la compañía de Cipriano Rivas Cherif (salido de la cárcel no mucho tiempo antes). Eran malos tiempos y eran, por lo menos, dos rojos. La obra no gustó. Se le quedó inédita otra: Abelardo y Eloísa, sociedad limitada. Queda, prácticamente, como autor de un sola obra. Pero la irrupción repentina de ¡Tararí! hizo pensar que un intelectual novel siempre puede llegar a tiempo para renovar el teatro...

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