El caudillo y el niño
El primer síntoma de seguridad en sí mismo e independencia personal, respecto de su última película, Demonios en el jardín (hay un título de poesía de los sesenta-setenta, que es Tigres en mi jardín), lo da Gutiérrez Aragón volviendo a contarnos la posguerra española cuando estamos entrando en las terceras elecciones generales de la democracia.Pero es que Gutiérrez Aragón, poderoso fabulador (si no le hubiera secuestrado el cine sería nuestro mejor novelista joven), ha contado su posguerra, sin restarle al manadero autobiográfico la inmediatez que Carlos Saura, por ejemplo, complica y enfría mediante el pudor / rigor intelectual. La posguerra, aquí, no es ya la nostalgia crítica que hemos practicado algunos, ni tampoco, naturalmente, el camp comercial e interminable de otros. La posguerra, en este filme, es sólo la ecología en que respiran los personajes. MGA ha contado la historia de un niño con dos madres (dos cuñadas), la natural y la inducida, digamos. (El propio Manolo fue criado por dos tías). De todo lo cual resulta, por la ecología franquista que he aludido, la espantosa orfandad de un niño con dos madres, bajo la dictadura, orfandad que sufrimos varias generaciones y que este director subraya mediante la sutileza dramática y la calidad lírica. La tienda de ultramarinos, mítica, en que transcurre la acción, ha recibido un tratamiento viscontiano por el que las legumbres fosforecen en la sombra como diamantes. Esta acumulación de madres expresa, involuntariamente, la orfandad errante que presidía la sociedad española de entonces. Angela Molina da la madre natural, directa, elemental, casi zoológica, con un brillante trabajo exterior, y Ana Belén consigue, magistralmente, la madre inducida, la tía del chico, mediante un trabajo de. interiorización psicológica y ademán secreto, tan riguroso como delicado. La fascinación siniestra de las dictaduras ya la recogió Fellini en Amarcord, cuando todos van a ver pasar el transatlántico en que viaja Mussollini, y no ven nada. La no l visión fugaz de Franco en persona es una experiencia generacional que muchos hemos tenido y algunos hemos contado por escrito. Cuando el niño quiere escribir a Franco para que le devuelva a su padre, le dice a. la amanuense Ana Belén:
-Trátale de caudillo, que es lo que le gusta.
El Magic Circus nos ha presentado en Madrid la Historia de un soldado, de Stravinski y Ramuz, que diluye en circo, magia, poesía, teatro / teatro y vino blanco la guerra europea, terminada aquel año dieciocho. Los grandes genocidios acaban siendo un libreto de la ópera de Milán. José Tamayo nos devuelve a Vital Aza en un prevodevil que ya denuncia las miserias de la política y el caciquismo en España. El desencanto de todas las superideologizaciones, la desfanatización de la modernidad, llega así de Vital Aza a Gutiérrez Aragón, pasando por Stravinski. Dice Sartre, autobiográficamente:
-Y me entregué a la profunda melancolía de los huérfanos de padre.
El paternalismo providencialista de los dictadores deja a los pueblos huérfanos de sí mismos, y no bastan dos madres, ni doscientas, para curarle a aquel niño los ahogos. He almorzado con Landelino Lavilla y no he podido menos de felicitarle por haber parado en la derecha, el cuarentañismo de Fraga. Fraga-demonios en el jardín- añora tanto a Franco que necesita sustituirle.
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