La jungla pérdida
Hace dos años, en una reciente y encristalada arca de Noé parisina, se mostró durante algunos meses una gran pintura, venida de lejos, rutilante como un colibrí, poblada como un bosque. Esta gran pintura, aun pareciendo tan joven y fresca como recién acabada de pintar, y provista de la humedad de la foresta, era, sin embargo, vieja de ocho lustros. Su construcción se ordenaba en ritmos verticales en los que se inscribían, en perfecta simbiosis, elementos zoomórficos de oscura procedencia. Abriéndose paso entre la madeja de la reja vegetal concebida como un pretexto plástico, aparecía, en proliferante.ocupación, henchidas y obscenas frutas, piernas como raíces, monstruos planos cargados de lejanas savias entremezcladas, senos y nalgas abultados, cabezas y extremidades esquemáticas. La caña tropical se convertía en madeja estructural, y un mundo repleto, a medio camino entre el gigantismo de la jungla y el microcosmos de la oruga, se trasponía en milagrosa síntesis histórica, en cargado objeto de fenomenología plástica.El pintor, ya enfermo, sentado en su sillón de ruedas, pasaba delante de su cuadro para situarse entre nosotros, y en su paso, a través de su mirada, comprendimos la tristeza infinita del artista que se enfrenta abruptamente con la realidad de aquello que hizo y que nunca más podrá hacer, y también la inmensa alegría de quien habiendo podido hacer tal maravilla se pregunta, en el fatídico olvido de los momentos hermosos, cuáles fueron los gestos y en qué estado se encontraba su espfritu. Como era, en suma, el impulso -ciego y magnífico- que le obligó a realizar tal suma de verdades.
Grafismos ceremoniales
En Cuba no hay jungla, sino manglar y caña, y en el bello país extendido como un caimán de tierra, no perduran las formas ancestrales, sino todo lo más grafismos ceremoniales sobrevivientes, palabras rituales ya suspendidas en los abismos del tiempo y del agua. Las frutas, de nombres sonoros -guayaba, anón, guanábana, mamey, plátano macho, papaya o fruta bomba-, sí aparecen, en cambio, como diosas madres primigenias, imagen de una naturaleza contenida, de parciales y obscenas explosiones. El espectro de la naturaleza y la arqueología será fertilizado en la reciprocidad de los encuentros, y en la iluminación sorprendente y única, ciertas obras jugarán el papel de catalizador, plasmando el milagro del apasionado presente y de la persistencia del mito. Curiosamente, allí donde no hay jungla, y por un proceso de simbiosis cultural, la idiosincrasia de un país, pareciendo contradecirse, se resume a través de un cuadro. La jungla, de Wifredo Lam, siendo extraordinaria solución plástica y una pintura esencial en el arte contemporáneo, es además imagen mítica de un país enraizado en dos culturas y en donde existe un espléndido mestizaje de las formas y de la sangre.
Este milagro se opera pocas veces en el transcurso de la historia, y si en Las señoritas de Aviñón queda el pasmo de la síntesis luminosa de las llamaradas del Greco, la concisa intensidad del arte africano, el descubrimiento del arte ibérico y la presencia in sidiosa de las hinchadas gracias, en La jungla, de Wifredo Lam, aparecen no solamente estos residuos revitalizantes, percibidos a través del famoso cuadro prostibulario, sino también, el vuelco del espíritu, ingredientes insospechados en el carnaval de las formas. Las nalgas de las diosas de Rubens reaparecen engarzadas de plantas y en jardín florido, sujetas por la dureza del tambor africano y el dolor del origen, y el sobrecogedor desfile del museo del hombre se inserta, naturalmente, por vías de sangre y de cultura, en los trazos fulgurantes de los orientales monjes locos.
Dentro de su bidimensionalidad conceptual, la construcción de esta pintura y el tratamiento de sus ingredientes hacen que no se turbe la modernidad de su presencia por el surgimiento de la imagen pintada, a la cual los vanguardistas actuales, mordiéndose la cola, se tornan misteriosamente.
Tras el corte abrupto que supuso la guerra civil española, Lam tecibe la leccióni de Picasso, para pronto, en su terreno, superarle. Picasso se afirmó en la radicalización de su sexuado monstruo, y parece indudable que en la reciprocidad establecida entre maestro y protegido, y a través de las obras clue el Minotauro polimorfo guardó celosamente durante la guerra mundial, hubo un misterioso y fértil trasvase. Picasso se apartaría de este momento sublime del que guardará para siempre la libertad adquirida, y Lam, conservando el contorno-cultura que nunca abandonaría, convirtió su hacer de monstruos en sutil elementalidad dominada por la jungla perdida y el lejano bambú celestial. Diosas madres de carbón y acuarela, puntiagudos senos y rostros de serena fiereza, guardan la sensualidad y esbeltez de un Greco opaco y africano.
Pinturas alargadas, hechas de marrones, ocres y blancos luminosos, cubren con libertad apacible estructuras precisas, construyendo acoplamientos reales y conjunciones de sincretismo imaginado. Una barroca y resonante sequedad, nacida de la caña y de la umbría Yoruba, tanto como del tránsito en donde se alimentó, atraviesa la historia para recobrar la clave de lo primigenio. Ninguna concesión al realismo tantas veces de moda, ninguna concesión a la desintegración tantas veces resurgida.
Recuerdo de España
La primera vez que hablé con Wifredo, en 1953, en su taller de la Rue d'Alesia, surgió con precedencia el tema de la guerra civil española y el recuerdo de los años vividos en nuestro país. En los últimos años, ya enfermo y en su sillón de ruedas, el placentero motivo de conversación tornaba alrededor de aquella época, como obedeciendo al insólito fenómeno de querer borrar la cercanía para recobrar, en la senectud, las zonas marcadoras en la aventura de la vida.
Mi amigo Wifredo, maestro de elegancia intelectual, terminó ayer su vida, y la noticia de su muerte llega a Cuenca, la ciudad que él quiso, con la esperada tormenta, el olor de tierra mojada y la música oscura. Hubiera cumplido ochenta años, y la proyectada exposición, homenaje del pueblo español a quien fue amante y, luchador de su libertad, vendrá tristemente sin su presencia alzada y morena caminando en sillón de ruedas.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.