El toro pasa la aduana, por fin
ENVIADO ESPECIALEl toro pudo pasar, por fin, la siniestra aduana donde pierde su fuerza y hasta su raza, y pisar la negra arena de Vista Alegre. Lo trajo don Fermín. Que ese toro se viniera abajo, más o menos, en el último tercio, esa es otra cuestión.
Se ha dicho muchas veces: el toro ha de tener trapío, fortaleza para soportar la lidia y casta. Con estas características facturó don Fermín sus pupilos desde Jerez a Bilbao, largo viaje por carretera cruzando España, y así llegaron, a despecho de la aduana siniestra ya aludida. Parece mentira que hayan de subrayarse tan elementales circunstancias en un espectáculo donde la emoción del toro es su primera razón de ser.
Pero la realidad manda y ésta es que los taurinos llevan cuarenta años organizando corridas de toros sin toros, a pesar de lo cual la fiesta sigue. Quizá sea por el peso de su historia y de su leyenda, o porque los inviernos van a Lourdes, a pedir el milagro, pues en otro caso no se explica. La feria de Bilbao venía siendo exponente de esta rara habilidad de taurinos y transcurría con el sucedáneo de unos animalitos absolutamente inútiles para la lidia.
Plaza de Bilbao
21 de agosto. Sexta corrida de feria.Toros de Fermín Bohorquez, bien presentados y serios, con casta, agotados en el último tercio. Dámaso González. Cuatro pinchazos y estocada (silencio). Media baja atravesada (silencio). Roberto Dominguez. Pinchazo y bajonazo descarado (silencio). Dos pinchazos, estocada delantera baja y descabello (vuelta). Tomás Campuzano. Dos medias atravesadas y descabello (silencio). Estocada caída (ovación y saludos).
Lo de don Fermín, en cambio, que tenía seriedad y cuajo, por lo menos cumplió en el primer tercio, y esta fue una novedad en la feria. Al primero lo estrellaron contra un burladero los peones cuando iba a empezar el último tercio y se conmocionó. Dámaso González no pudo hacer otra cosa que estoquearlo. El cuarto también acabó sin embestida, pero antes, en una larguísima vara, había empujado al caballo hasta los medios y allí lo hirió, lo derribó con estrépito y lesionó al picador. Roto el toro en ese encontronazo brutal, de nuevo el buen Dámaso hubo de limitarse a rematar al moribundo. El pundonoroso hombrecito de Albacete se tuvo que ir de vacío bien que a su pesar. El segundo se portó como bravucón, de los que entran al caballo con fiereza, lo cornean con genio y después salen de estampía. En el tramo final de su vida se comportó reservón y a Roberto Domínguez ni se le pasó por la imaginación fiarse de semejante enemigo. En cambio el quinto mostró nobleza de la buena. Había sido éste un toro desconcertante que primero saltó al callejón, con lo cual hacía gala de mansedumbre, tomó pronto y codicioso dos varas, con lo cual hacía gala de bravura y, por si fuera poco, en la tercera derribó. A pesar de su bondad manifiesta repetía poco las embestidas, pues también acabó agotado, y Domínguez supo entenderlo muy bien, a lo largo de una faena reposada, suave, torera, medida, que contó con algunos redondos exquisitos -algo afeados por el pico dichoso-, pases de pecho de pitón a rabo, adomos, y notables aditamentos de arte. El torero vallisoletano tuvo a mano un triunfo, que estropeó con la espada, pero toreó bien, y ahí queda su faena
Nuevamente bravucón el tercero, no tenía fijeza para la muleta e hizo pasar apuros no solo a Campuzano, sino también a sus peones Guillermo de Alba y Tito de San Bernardo. El sexto tomó tres puyazos con bravura y le quedaron pocas embestidas, todas boyantes, que Tomás Campuzano aprovechó a medias, mediante unas decorosas, series de redondos.
Hubo en la tarde otros acontecimientos de interés, casi todos durante la lidia del quinto, como unos bonitos lances a la verónica y por delantales de Domínguez, un valiente quite de Campuzano por gaoneras y dos soberanos pares de Orteguita.
Babelia
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