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El americano tranquilo

Más que un actor Henry Fonda era una imagen: la del americano pasivo, impasible, pacífico, austero, un poco puritano, y también ingenuo hasta la inocencia. Eso que no sin ironía se llamó, gracias a Graham Greene, un americano tranquilo. Pero Fonda vino al cine no de su nativa Nebraska sino de Broadway y de la universidad como actor antes. Además había llegado después de que Gary Cooper impuso su estilo de actuación que era una aparente ausencia de estilo y la exaltación de las virtudes campesinas, rudimentarias pero nunca rudas, que habrían sido reconocidas por Horacio como propias de Roma y por Horatio Alger como ciento por ciento americanas. Después de la garrulería romántica y de la locuacidad del folklore, había regresado al arte americano, al cine, al héroe lacónico. De cierta manera Fonda fue el más lacónico de todos. Si para Gary Cooper bastaba un Yep o un Nope para conceder su asentimiento o proponer su rechazo, Henry Fonda en una sola escena de una de sus películas exhibía su arte, que era su persona, con una economía de medios que parecía lo contrario de actuar. Ocurrió ese momento en Pasión de los fuertes, una de las películas más hermosas del cine, dirigida por John Ford. La escena pasa en Tombstone, el siniestro pueblo del Oeste donde el cementerio era mayor que el villorrio y nadie moría de muerte natural. El escenario es mayor que todas las escenas: es ese grandioso Valle de los Monumentos que Ford descubrió para su geografía imaginaria. Fonda, sheriff del pueblo, en camino de convertirse en el legendario Wyatt Earp, se acaba de hacer afeitar y el barbero cargó la mano en la colonia. Sale Fonda al portal humilde pero fotogénico y se recuesta a una columna. Viene a su lado su hermano Ward Bond, primitivo y fuerte, y respira la inusitada agua de colonia, que toma por un aroma silvestre que viene del valle vecino. "Ya se huele la primavera", le dice a su hermano, y Fonda, casi avergonzado, le explíca: "Soy yo. Es colonia. Fue el barbero". El actor es mucho más lacónico en el cine que el escritor ahora, pero ver a Fonda manejar esta escena en que la virilidad del Oeste es incompatible con el menor afeite, es una delicia de deleites en cincuenta años de cine.Ese es el tiempo que Henry Fonda duró como actor. Como muchos actores americanos altos su arte estaba en el artificio de caminar bien. Fue Gary Cooper quien creó esta escuela de actuación americana, en que el estoicismo del personaje dependía del laconismo del actor. Fue Cooper también quien vio claro el problema de todos los animales altos: cómo mover las extremidades con gracia. Pero fue Henry Fonda quien resolvió el dilema con mayor gracia, con una estudiada elegancia que parecía inevitable: todos los hombres altos caminan así. En Pasión de los fuertes el oficio de sheriff es el de un policía que recorre un pequeño pueblo con un sombrero en la cabeza, una pistola en la cadera y una estrella en el pecho. En esta su obra maestra Fonda se ve tan americano y tan tranquilo como el Valle de los Monúmentos al fondo. Los mogotes esculpidos por el viento parecen casi obra humana, como las cabezas truncas de la Isla de Pascua.

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René Jordán, crítico de cine, fue a ver a mediados de los años cincuenta Mr. Roberts, el éxito teatral que luego sería un éxito en el cine. Fonda encamaba a la perfección al calmado teniente de la Marina americana durante la guerra del Pacífico, que es un modelo de callada humildad, de humanismo y disciplina. Mr. Roberts tenía todas las virtudes militares que han caracterizado a los héroes bélicos, desde Alejandro hasta el coronel Torrijos. Pero su vocación para el deber hasta el martirio estaba en pugna con la atmósfera de aguas estancadas en que pasaba anclado su barco toda la guerra. Su destino se cumple, fuera de esa escena miserable, para morir peleando y dejar como testamento un a carta ejemplar: sencilla, pulcra, sentida pero sin sentimentalismo. Así era Fonda en escena y Jordán quiso saludarlo en su camerino durante un entreacto, como era costumbre del actor. Fonda estaba sentado en un butacón de terciopelo, vistiendo una chaqueta de fumar rojo punzó, que llevaba sobre el caqui militar escénico. Fumaba ahora un cigarrillo en una larga boquilla mientras bebía de una copa elegante el vino de los generales no de tenientes: champaña. Entre sorbos le confesó a Jordán que estaba cansado de ser la misma persona todas las noches. ¿Se refería al personaje en escena, al actor fuera de ella o a Henry Fonda? ¿Quién era el actor, quién la persona? ¿Era genuino cuando actuaba o también era actor entre actos? Prefiero por supuesto al Henry Fonda inmortal que atraviesa humilde ese pueblo del cine inventado por John Ford. Escoger al otro Henry Fonda sería como preferir que el Valle de los Monumentos fuera un telón pintado. Cuando muere un actor no hay que imprimir la leyenda: está en el cine.

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