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Tribuna
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Ya van quedando pocos en Baler

Hay actores que marcan una época y otros, como es el caso de José Nieto, que son esclavos de la época que les ha tocado vivir. Si Nieto hubiera sido francés no habría llegado probablemente a Jean Gabin, aunque el toque de cornetín de La bandera, versión Duvivier, le hubiera sonado familiar, pero habría resultado un hampón marsellés casi aceptable; de haber salido norteamericano, Hollywood posiblemente habría podido pasarse de Gilbert Roland -Luis Alonso, nacido en el barrio de Gracia, de Barcelona- o hubiera tenido a mano y a buen precio a un mexicano casi auténtico para tanta producción necesitada de unos buenos mostachos y un acento natural, sin que ello signifique que Anthony Quinn hubiera tenido que quedarse sin trabajo; en Italia habría quedado un tanto malparado porque la producción nacional de napolitanos, padrinos y mafiosos en general ha cubierto siempre ampliamente las demandas del mercado; la República Federal de Alemania y el Reino Unido habrían tenido mayores dificultades todavía en encuadrarle porque, a no ser como valet de chambre suntuosamente recamado de oropel de Sissi emperatriz o dueño de un cafetín del Soho, habría estado muy mal de salidas profesionales.En cambio, a su vuelta a España tras la experiencia del cine norteamericano con las dobles versiones para el mercado de habla castellana, su sino fue el del excombatiente cinemátográfico. Eran años en los que el cine era la continuación de la guerra por otros medios, añagaza propagandística en la que no había pensado Clausewitz, pero que prolongó en nuestras pantallas el mundo bélico de épocas pasadas y otras bastante presentes. Así, fue Nieto el indomable capitán Las Morenas en Los últimos de Filipinas, resistente hasta la extenuación en el fortín de Baler sostenido por unas raciones alimenticias muy similares a las que entonces se hallaban al alcance de una gran parte de los españoles. Anteriormente había encarnado en Raza al equivocado combatiente del bando republicano, rojo propiamente hablando, que comprendía su error con el tiempo justo de morir fusilado dando vivas a España. En esa contrafigura, la del redentor y la del redimido, dos caras de un mismo combate en blanco y negro, quedaría resumida laimagen de José Nieto en la cinematografía española de los años cuarenta.

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Moderado exotismo

A diferencia de otros actores que se le parecieron en todo lo que la época obligaba, como es el caso de Alfredo Mayo, un galán con menos bigote y un tono como pajizo del pelo que le hacía casi nórdico para el moderado exotismo de aquellos años, no vivió el distanciamiento de su propia figura, no encontró la oportunidad de un Saura y una caza que le permitiera contemplarse, como los mosqueteros de Dumas, veinte años después. El veranillo de San Martín del que entonces ya era veterano actor sin ser todavía viejo no pasó de algunos papelines en, producciones norteamericanas como Salomón y la reina de Saba, en la que aparecía improbablemente disfrazado de judío presidente de una de las doce tribus de Judá, y en un cometido más o menos igual de etéreo en Campanadas a medianoche, de Orson Welles. En ambas ocasiones más que el bigote le había servidoel paso por Hollywood y su inglés.

Decir a estas alturas si José Nieto era un buen o mal actor parece un tanto irrelevante. Era, simplemente, aunque no para su desgracia, con la forma de ser de un Bogart o un Cooper. Era el actor de una época en la que los actores se inscribían inevitablemente en el bando del entretenimiento siempre inocente, como lo fue el primer Fernán-Gómez, o en el de la edificación de las almas, tarea esta. habitualmente menos agradecida de los espectadores del momento, poco dados a aceptar que confundan a su costa el cine con las obras públicas, y que con el correr de los años se presta a una revisión que no siempre sabe ser caritativa.

En realidad Nieto-Las Morenas continuaba resistiendo allá en Baler, como el último de los últimos de Filipinas, sabiendo que en un cine así en una época como aquella sólo nos podía tocar un actor como éste.

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