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Tribuna
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El cine invisible

En los buenos tiempos de Pepe Nieto, los pedantuelos de biblioteca no íbamos a ver películas españolas. Hacíamos bien. Era una curiosa forma de resistencia que quizá no haya sido tan inútil, tan boba, como puede parecer. Se negaba uno a la contaminación de la propaganda política. No tratábamos de llevar una lucha abierta contra una forma de cine (o de literatura, o de teatro); nunca supusimos que nuestra abstención iba a hacerse notar en la taquilla de una manera disuasoria. Entre otras cosas, porque no éramos tantos y porque el cine no vivía de la taquilla, sino de otras cosas que no tenían nada que ver con el público: subvenciones, cuotas de pantalla, declaraciones de interés nacional, créditos sindicales, licencias de importación... Las posturas estaban claras: el Estado ponía el cine que quería que viésemos, y nosotros nos negábamos a verlo. Nos defendíamos a nosotros mismos. Mucho más tarde habría otra especie de consigna tácita, de acuerdo silencioso y espontáneo, para estas mismas generaciones: se diría que "había que verlo todo" para "estar informados". Pero entonces era lógico que nadie con nuestras preocupaciones fuese a ver Raza, con un guión escrito sobre una narración del mismísimo caudillo, o Los últimos de Filipinas, en la que había una deliberada transposición de hazañas y heroísmos.Ibamos, entonces, a ver un tipo de cine que tenía un fondo de heroísmo civil. No sería demasiado intelectual, probablemente, pero a nosotros nos convenía, y necesitábamos ver cómo hombres y mujeres, sencillos, de los de todos los días, encarnaban una forma de defensa frente a la adversidad impuesta. Ofrecía ese cine, generalmente, el Callao, donde la empresa era belga -la familia Couret- y procuraba importar esa clase de películas. Eran los tiempos de Mrs. Minniver, de Adiós, Mr. Chips, de Las rocas blancas de Dover; los de Intermezzo, de Leslie Howard -vino a Madrid: al día siguiente, el avión que le llevaba a Londres, un avión de pasajeros sin ninguna defensa militar, fue derribado por los cazas alemanes-, o los de la fugaz aventura de El puente de Waterloo, asesinada por la censura. A veces había batallas por esas formas del cine. Hubo una en la mis ma plaza del Callao, cuando se es trenó Lo que el viento se llevó: los falangistas, germanófilos, sembra ron de tachuelas el suelo para castigar a los automóviles de los es pectadores, a los que insultaban y provocaban cuando salían de ver la película.

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El cine español era preferente mente de heroísmo y de milagros De lecciones estatales de lo que debe ser y de cómo se debe ser. Huíamos de él. Lo despreciába mos, lo negábamos. Hacíamos bien.

Para ver a Pepe Nieto fuera del registro heroico hubo que esperar La calle sin sol, de Edgar Neville. Edgar no era un resistente ni un inconformista, pero era un intelectual y reflejaba la vida de verdad cuando podía. La calle sin sol podría formar parte, salvando diferencias de épocas y de intenciones, de una actitud mental en la que estaban la novela de Carmen Lafore Nada y la obra de teatro Historia de una escalera, de Buero Vallejo Y en la que estaría, después, Surcos, la película de Nieves Conde Una literatura de tristeza para una época de agobio.

El cine de tristeza, la literatura de tristeza, representaban la época de tristeza larga y sombría que fue, para muchos, la posguerra, y entonces creíamos -es algo que se ha podido creer hasta hace muy poco- que narrar, reflejar, explicar cómo eran de verdad las cosas y las personas serviría de algo. Se hablaba entonces -entre nosotros, los pedantillos- de concienciar, de producir tomas de conciencia en lo social y en lo político. Quizá el que una forma de pensamiento y una cierta manera de ver el mundo hayan traspasado los tiempos adversos y reaparecido cuarenta años después -aun con todas sus confusiones, aun con todas sus dificultades- pueda deberse parcialmente a aquellas personillas que, al buscar en la cartelera el cine al que ir por la tarde cuando el que leía en voz alta decía un título, coreaban "A ésa no, que es española".

Ahora se hacen revisiones. Se encuentra en ese cine otro valor, a veces un hallazgo, a veces un men saje secreto, incluso una calidad Por lo menos, se encuentra el re trato invertido -el espejo oscuro- de una época: de los vencedores de una época. Ahora es más difícil informarse. Entonces, sobre todo, había que defenderse.

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