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La población de Beirut celebró anticipadamente el acuerdo sobre la evacuación de la guerrilla palestina

Todo Beirut se echó a la calle ayer por la mañana, tras una larga noche de intensos bombardeos, anticipándose a la aceptación de principio por el Gobierno israelí, ayer a primera hora de la tarde, del plan de evacuación de la capital libanesa por los combatientes y dirigentes palestinos. En un aparente arrebato de optimismo colectivo, decenas de miles de habitantes caminaban sin rumbo por las calles o hacían, cola ante las tiendas abiertas, más numerosas que dé costumbre, mientras niños y adultos se lavaban en la calzada o recogían el agua que manó durante algunas horas de las cañerías rotas por los bombardeos.

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Ni el balance trágico del último bombardeo aéreo, marítimo y terrestre israelí, en la tarde y noche del lunes al martes, que asciende oficialmente a 42 muertos y 85 heridos, ni la noticia del desembarco ayer de importantes refuerzos militares israelíes en el puerto de Jounieh, a dieciséis kilómetros al norte de Beirut, consiguieron mermar la sensación de alivio palpable ayer en la capital libanesa.Incluso, cuando a primera hora de la tarde, coincidiendo con el anuncio de la respuesta positiva del Gobierno israelí, la fuerza aérea israelí hizo su aparición en el cielo de Beirut para atacar masivamente los campamentos de refugiados palestinos en el sur de la ciudad, los habitantes seguían desde sus terrazas, casi relajados, las evoluciones de los aparatos enemigos, y hasta se aventuraban a pronosticar, dando por seguros sus deseos, que este bombardeo sería el último. Muchos opinaban que se trataba del último "zarpazo del tigre Sharon" (ministro israelí de la Defensa), mientras otros proclamaban su intención de ofrecer flores a los 2.000 soldados norteamericanos, franceses e italianos que deberían empezar a ocupar las posiciones palestinas a finales de semana.

Algunos fedayin, con uniformes militares, examinaban con interés, en la céntrica calle Hamra, delante de la iglesia de San Luis de los Capuchinos, la colección de maletas que había puesto a la venta un vendedor ambulante.

Intenso bombardeo

La noche anterior, desde el lunes a las siete de la tarde, hora en que anochece en Beirut, hasta el martes a las cuatro de la madrugada, había sido una de las más violentas, por la intensidad del bombardeo al que había sido sometida la capital libanesa, obligando a sus habitantes a pasar una noche más, para muchos de ellos la séptima consecutiva, en un refugio.

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Eliane, por ejemplo, tiene los ojos enrojecidos por el humo de las basuras incandescentes, amontonadas en la acera delante de la puerta de la galería comercial que da acceso al cine subterráneo Estrale, donde acaba de pasar la noche protegida de los bombardeos.

"Lo que ha ocurrido aquí", dice Eliane, madre de familia cristiana libanesa, con cercos bajo los ojos tras la larga noche pasada sentada en las butacas incómodas del cine, "no tiene nombre. Para acabar con un enemigo", añade al borde de la acera, en la madrugada ya calurosa de ayer, "no se puede exterminar a miles de habitantes inocentes de una capital".

Con su marido y su hijo recién nacido, Eliane llegó hace horas, exactamente la víspera a las ocho de la tarde, al cine-refugio donde le habían precedido decenas de compatriotas y donde se presentaron, a lo largo de la noche, más familias libanesas que optaron por sortear las bombas hasta llegar al Estrale, para pasar allí una noche incómoda pero tranquila, porque sólo el ruido atenuado de las explosiones llega hasta la sala.

Un hombre armado con un fusil de asalto Kalashnikov al hombro y una linterna en la mano, miembro de alguna de las innombrables milicias libanesas, les preguntó, a la altura de la taquilla, cuántos eran y les condujo hasta algún lugar del patio de butacas donde había aún algo de sitio.

Como a todos aquellos nuevos clientes del cine Estrale, el joven miliciano convertido en acomodador explica en la puerta las reglas de la convivencia en el refugio: "Aquí no se fuma, se habla en voz baja y si desea escuchar las noticias en el transistor, hágalo, por favor, en el descansillo".

El cine, en el que curiosamente proyectaban El exterminador hasta 48 horas después de que empezase la invasión israelí, es un refugio de lujo comparado con aquellos sótanos donde, como la mayoría de sus compatriotas, Eliane pasó las noches anteriores en condiciones higiénicas deplorables, sin aireación, ni servicios, ni espacio siquiera para tumbarse.

Nada ha de extrañar en este caso que la situación sanitaria de la ciudad, que el Ejército israelí privó desde hace un mes prácticamente de agua y de comida fresca y totalmente de electricidad, se haya deteriorado hasta tal punto que la protección civil publicó ayer varios anuncios en los diarios explicando cuáles eran los síntomas de la peste e invitando a los habitantes a que señalen inmediatamente los casos sospechosos a los hospitales aún abiertos.

Pero Eliane, como la mayoría de los habitantes de Beirut, empieza a utilizar desde ayer el pasado para hablar de lo ocurrido y se despide de su interlocutor con un: "Creo que nuestro calvario se acaba".

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