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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El gas siberiano y el estado de guerra

EL GOBIERNO británico ha dado orden a las cuatro compañías que tienen contratos con la URSS para suministro de equipos con destino al gasoducto para el gas siberiano que cumplan sus contratos y que ignoren las amenazas de Estados Unidos. Sigue el camino del Gobierno italiano con la empresa Nuovo Pignone, el de la República Federal de Alemania y de Francia con sus industrias comprometidas. Son pasos muy decisivos dentro del tema general, y ya antiguo, de las que son, por lo menos, dos diferentes vías, la europea y la americana, de la constitución general de Occidente y de su tratamiento del problema soviético, diferencias exacerbadas desde la aparición de Reagan o -probablemente con expresión mas exacta- desde la crispación interna de Estados Unidos, que se tradujo en la elevación de Reagan al poder.En la conferencia aliada de Bonn, el presidente Reagan tuvo esta expresión que consternó a los europeos: la Unión Soviética está ya en guerra con Occidente. "No están combatiendo directamente contra nosotros, pero con toda seguridad están en guerra contra nosotros", explicó. Haig trató de minimizar el alcance de la frase diciendo que se trataba de "una intervención personal no estructurada"; pero Haig perdería puesto y poder muy poco después. Es evidente que si Reagan tiene esa seguridad trate de evitar que sus aliados lleguen a tal tipo de alta colaboración con el enemigo. Pero esos aliados no entienden bien por qué, mientras tanto, Reagan autoriza la venta de grano a la URSS, escapando así él mismo a las sanciones que trata de hacer cumplir a otros. A menos que se dé la respuesta más simple: la de que no puede dañar a un sector económico importante de su propio país, con su propio lobby o grupo de presión y su amplio número de electores. A fin de cuentas, nada distinto de lo que pretenden los países europeos con su propia economía.

Tres son las principales razones para que en este y otros campos el conjunto de Europa se distancie ahora de Estados Unidos y, concretamente, de los Estados Unidos de Reagan. La primera es que las relaciones globales con la URSS no están unánimemente deterioradas, unánimemente puestas en la situación que correspondería al estado de guerra descrito por Reagan en Bonn: se trata solamente de que Estados Unidos quiere controlarlas y dirigirlas exclusivamente y en su propio beneficio nacional, aunque sea en detrimento de sus aliados. La segunda es la de que el alarmante decaimiento de la economía europea, con sus graves repercusiones sociales -treinta millones de parados en la Comunidad: cifra sin precedentes-, no sólo no está paliado o comprendido por Estados Unidos, sino que es resultante de la presión económica de Estados Unidos, que exporta sus problemas hacia sus aliados. Hace poco, el ministro japonés de Planificación Económica, Toshio Komoto, explicaba las tres razones de esta grave situación: primera, la segunda crisis del petróleo; segunda, la elevación de las tasas de interés por Estados Unidos; tercera, la carrera de armamentos, que supone unos gastos anuales mundiales de 600.000 millones de dólares (los tres efectos son fácilmente perceptibles en España, sumados a ciertas ineptitudes y a ciertos arrastres históricos). En ese trío está presente la acción de Estados Unidos, ajena a las soluciones que se tratan de favorecer desde Europa.

La tercera de las razones del distanciamiento de Europa con respecto a Estados Unidos corresponde al campo ético-político, y, por tanto, afecta más a las poblaciones, la opinión pública y los electorados que a Gobiernos, empresas y grupos de capital. Es la pérdida del sentido de defensa de las libertades y de un modo de vida decantado y preparado durante siglos. No es posible que se vea ahogada la economía europea en razón de la justa y necesaria operación de castigo a los invasores de Afganistán y los opresores de Polonia mientras al mismo tiempo se despliega un abanico inmoral de protección a situaciones bárbaras como las que van desde la defensa de la dictadura en Turquía y las represiones a los movimientos populares americanos para llegar al cerco, matanza y destrucción de Beirut. Dicho de otra forma: no parece que la opinión pública europea tenga que satisfacerse moralmente con sufrir pérdidas económicas y so ciales graves para forzar a la URSS a ser liberal con otros países, y nuevamente pérdidas -en forma de una tercera crisis del petróleo, siempre posible- para que los israelíes puedan diezmar a los árabes

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Toda esta situación general afecta, naturalmente, a España, contratante en principio de dos mil millones de metros cúbicos de gas siberiano, metida seriamente en la carrera de armamentos, víctima de la crisis del petróleo y de la nueva carestía del dólar. Y todo deberá estar presente, sin duda, en las próximas elecciones y en las ofertas que puedan hacer a la opinión los partidos políticos, que pueden cifrarse esquemáticamente en si nuestro país va a seguir las líneas generales de Europa o las que presenta Reagan.

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