El embargo que pide Reagan
EL ENDURECIMIENTO de la actitud norteamericana sobre el embargo de tecnología occidental para la construcción del gasoducto siberiano ha desencadenado un torbellino en las relaciones entre Europa y Estados Unidos que se han ido degradando desde la cumbre de Versalles. Según parece, Schmidt y Mitterrand enjuiciaron en aquella ocasión la solicitud de restricciones y de endurecimiento de las condiciones crediticias a los países comunistas como algo irrelevante o casi simbólico. La respuesta fulminante de la Casa Blanca no ha dejado lugar a dudas, sin embargo, y está haciendo todo lo posible para bloquear la contribución occidental al gasoducto.En principio, los soviéticos no pueden menos que asistir complacidos a esta disputa de sus antagonistas, que ni ellos mismos habrían planeado con un éxito semejante. La situación de Polonia y la opresión impuesta a los afiliados y simpatizantes de Solidaridad ha sido el motivo invocado por Washington para hacer valer ante sus aliados el peligro de la dependencia energética respecto de un suministrador como la URSS, dispuesto a anteponer sus intereses políticos a cualquier otra consideración. Sin embargo, la situación económica europea ha agriado la propuesta norteamericana, que, por otro lado, posiblemente confiaba en algún gesto dulcificador por parte del régimen de Varsovia para rebajar sus exigencias. El mensaje de ayer del general Jaruzelski y la relativa suavización anunciada en la situación polaca pueden quizás modificar la intransigencia de Washington en este sentido, pero a la hora de escribir este comentario no existe ningún síntoma que permita suponerlo así.
El embargo se trata de aplicar cuando el número de parados en Europa occidental asciende ya a dieciséis millones de personas, y cuando subsisten una serie de problemas graves. Todavía se mantiene viva la polémica sobre los tipos de interés y de un dólar sobrevalorado, que encarece las importaciones y retrasa la recuperación europea. Tampoco está bien encaminado el contencioso, ahora exacerbado, de los intercambios de productos siderúrgicos subvencionados, que se suma a la vieja disputa sobre las primas a los productos agrícolas comunitarios. Un embargo sobre unos suministros de 10.000 millones de dólares constituye para los portavoces europeos una invitación al incremento del paro y una agresión a su soberanía. Aunque 10.000 millones de dólares, la mitad del valor de las ventas anuales españolas al exterior, sólo representan el 0,8% de las exportaciones totales de los países industriales. Los europeos se resisten por todo ello a los dictados americanos. La misma Thatcher ha amenazado, si Estados Unidos no revoca sus órdenes de embargo a sus filiales en el Reino Unido, con invitarlas a desobedecer las leyes norteamericanas. Un grupo de bancos alemanes acaba ya de adoptar una decisión irreversible: la concesión de un crédito de 1.600 millones de dólares a la URSS para financiar la construcción del gasoducto.
Las esperanzas de un arreglo que aminore las tensiones entre Washington y las capitales europeas se han abierto con la llegada a la arena internacional del nuevo secretario de Estado. Pero la política exterior americana de la Administración Reagan está diseñada en gran medida, y el objetivo prioritario es hacer frente a Moscú sin las vacilaciones de Carter y su equipo. En este sentido, la represión de Polonia exige a su juicio una respuesta firme, el boicoteo económico, y poco o nada podrá hacer Schultz por variar el rumbo. No obstante, la historia muestra que las sanciones económicas casi nunca han resuelto nada de lo que verbalmente se proponían resolver: ni antes con Rhodesia, ni ahora con Suráfrica o la URSS. Y el boicoteo se puede volver en sus efectos contra los propios boicoteadores, los países occidentales que veían en el gas siberiano una apetecible solución a los problemas energéticos.
La actitud americana, basada aparentemente en los principios morales, supone de hecho una agresión añadida a las dificultades económicas y de todo género que padece Europa. El problema -como ha recordado el ministro de Asuntos Exteriores de Bélgica, Tindemans-, es "si la lección de la catástrofe económica de los años treinta ha sido o no aprendida". Las previsiones de crecimiento de la producción de bienes y servicios (PNB) en el área de países industriales de la OCDE para 1982, son prácticamente nulas, con una estimación del 2,5% de crecimiento para 1983. Las previsiones de paro ascienden en paralelo a un 9% de la población activa de los países industriales -es decir, unos 32 millones de trabajadores- en el primer semestre del próximo año. Si la modesta recuperación anunciada para 1983 tampoco se produce, el paro será aún mayor. En esta situación, el aumento general de las políticas proteccionistas -cada vez más evidentes en el propio marco de la Comunidad Europea- puede resultar una catástrofe. Y la amenaza de un empobrecimiento aún mayor, de nefastas consecuencias, puede convertirse en realidad si los americanos siguen obstinados en resucitar cara al Este listas de embargo de productos estratégicos ya utilizadas en los años cuarenta y cincuenta, y que no impidieron el progreso tecnológico y militar de la URSS.
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