Tete Montoliú recibe un homenaje en el festival de San Sebastián
A lo largo de su periplo, la XVII edición del Festival Internacional de Jazz de San Sebastián no has traído de todo. Historia recuperada con el Modern Jazz Quartet, el exotismo de la orquesta de Toshiko Akiyoshi, la comercialidad de los Crusaders, la aventura de Randy Weston, el agrado de Duke Jordan y la gran promesa que es Winton Marsalis. Faltaba, tal vez, la emotividad. Pero ésta llegó a raduales con el cierre del festival, cuando Tete Montoliú recibió el homenaje de admiración que él merece como pocos en este país.Comenzó la última noche con la entrega de premios a los ganadores del concurso restringido a grupos vascos. El primer premio fue a caer en el grupo Kursaal, el segundo a Xango y uno al mejor instrumentista, al pianista Iñaki Salvador. Luego salió Tete Montoliú para recibir sobre el magnífico escenario una txapela bordada y una placa que venían a dar cuerpo sólido a este homenaje. Y desde este comienzo todo resultó enormemente emotivo, simpático, bello.
Tete se puso al piano y poco a poco fue sacando de su bolsa cientos de cuentas de colores que sonaban, un collar de música que parece hacerse aún más delicado con el tiempo. Pero el homenaje era algo más. Era la oportunidad de escuchar a nuestro único gran músico de jazz en compañía de grandes figuras de su generación, músicos enormes pero no figurones, la savia del jazz, en suma.
El primero en salir fue el danés Niels Henning Orsted Pedersen (NHOP), tan orgullo de su país como Tete del nuestro. Y así, casi de entrada, ambos realizaron un dúo maravilloso. Pero luego fueron apareciendo Ed Thigpen o Duke Jordan y una ristra de saxos brutales, tal como Frank Foster, Frank Wess y Eddie Michel. Y allí fue el pasmo y la emoción. Pasmo por saber que todo aquello era prácticamente improvisado, emoción porque se les veía contentos a ellos mismos, saboreando el momento, pasándolo bien.
Así, con Tete acompañando tan magistralmente como NHOP, mientras Ed Thigpen iba a más durante la noche, llegó el climax de la reunión. Es decir, las baladas. Cada uno de los tres saxos menores nos regaló una joya de delicadeza, ese darle vueltas al sentimiento que caracteriza a todo gran músico.
Es normal que hicieran piezas superconocidas como Cheroqui o Autumn Lisves. Uno no viene a este tipo de actos con la pretensión de escuchar buenas nuevas jazzísticas, sino más bien de percibir el contraste entre los diferentes sonidos, de buscar la inspiración en el terreno donde puede encontrarse la tradición.
El público, unas seis mil personas, aclamaba sin cesar, sin esas dudas que se habían percibido los otros días. Y es que aquello estaba claro, era la exaltación de un músico, Tete Montoliú, a través de la música. El más bello reconocimiento que pudiera rendirse.
Y ahora hacia Vitoria para escuchar los trinos de una Ella Fitzgerald que ya tiene 64 años, las guitarras de Kessel, Ellis y Bird, y luego el saxo de Albert Collins, y después Palma de Mallorca como antes fue Vigo. El verano en España trae jazz y llena sus filas de nuevos aficionados.
Babelia
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