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Las huellas de la ocupación argentina en las Malvinas / 2

El Ejército británico trata de ganarse a los malvinenses, todavía traumatizados por la guerra

Andrés Ortega

ENVIADO ESPECIALEl Ejército británico es bien consciente de la necesidad de ganarse a una población en estado de choque psicológico, algo que no se les ocurrió a los argentinos.

Los malvinenses intentan adaptarse a la nueva situación, pero están aún confusos. No pueden pasearse por su querido campo. Está minado. Sólo alrededor de Puerto Stanley los británicos han detectado unas 12.000 minas. El proceso de limpieza ha comenzado y en él murió el único gurka caído en este conflicto. La nieve ha cubierto el campo, la ciudad, las aldeas. Se espera que las zonas habitadas queden fuera de peligro en octubre. El resto, quizá un año después.

Los niños, y hay, muchos en estas islas, han sido ya avisados. Los zapadores británicos han encontrado trampas explosivas -al parecer plantadas con cierto apremio en las últimas horas antes de la rendición- en la escuela, en los sacos de lana, en el hipódromo y en otros lugares.

Los isleños -no les gusta que les llamen kelpers, por el nombre de las algas que crecen en su mar- están agradecidos al Reino Unido y especialmente a su nuevo ídolo, Margaret Thatcher, por haberlos liberado. Muchos de ellos, según el comisario civil (antes gobernador), Rex Hunt, se han negado a ser pagados por alojar a oficiales británicos en sus casas. Algunos quedaron sorprendidos de la contundente respuesta británica a la invasión argentina. Otros no albergaban dudas.

La impresión, sin embargo, al hablar en privado con varios oficiales británicos -uno de ellos muy próximo al general Jererny Moore, comandante de las fuerzas en tierra y ahora comisario civil-, es que las tropas brítánicas, profesionales todas, lucharon más bien contra la agresión y la violación del derecho internacional por Argentina aue Dor estos 1.800 habitantes y sus deseos primordiales, aunque ambos conceptos no pueden ser fácilmente separados.

Ciudadanos de segunda clase

Entre los malvinenses, la actitud británica hacia las Malvinas en el pasado había causado graves resentimientos, que no han quedado totalmente superados; sólo hay nueve kilómetros de carretera asfaltada. El Gobierno de Margaret Thatcher rechazó un proyecto de veinte millones de pesetas para la muy necesaria modernización de un sistema de filtración de agua potable. La nueva ley de Nacionalidad británica les relegó a ciudadanos de segunda clase.

Y está el Foreign Office. Los isleños, según Cecil Bertrán, agricultor jubilado que domina fechas y situaciones, querían establecer un puente aéreo con Chile. Londres se decidió por Argentina. Desde el acuerdo de 1971 los malvinenses que utilizaban estos servicios aéreos tenían que rellenar una ficha en la que no figuraba la nacionalidad, sino su lugar de residencia en las islas Malvinas.

Rex Hunt es un hombre muy discutido. "No es uno de nosotros" y "hace lo que dice el Foreign Office", fueron dos comentarios. Y el Foreign Office era el que estaba negociando con Argentina. A Nueva York fueron en algunas ocasiones representantes de los malvinenses para las discusiones en las Naciones Unidas. Pero no estaban preparados para las dificultades de un foro internacional diplomático y sutil.

La gente vive con sencillez en las Malvinas. Van correctamente vestidos para el frío invierno. Muchos lucen ahora ropa militar británica. Si no hay miseria -aunque hay chabolas en Puerto Stanley-, si hay pobreza, pero no conciencia de ella. "Esta es una sociedad justa", fue el dictamen del sacerdote católico monseñor Spraggon.

Los malvinenses no funcionan como una sola comunidad. Las distancias, las malas comunicaciones y el aislamiento se lo impiden. Puerto Stanley es todavía una ciudad donde se descuelga el teléfono, se da vueltas a la manivela y se pide a la operadora el nombre de la persona con la que se desea hablar, no el número. La telefonista sabe si está en su casa o trabajando.

Los malvinenses no tienen una conciencia política. No hay partidos políticos en el archipiélago. En el pisado, las elecciones para el Consejo Legislativo Local versaban prácticamente sobre la actitud a tomar ante Argentina. Estos consejeros forman parte también de la Junta Ejecutiva que preside Rex Hunt, un hombre nombrado por Londres.

Hay una gran compañía que domina la vida económica de las, islas, una situación que muchos habitantes querrían ver cambiar. La Falklands Island Company es propietaria de un 46% de las tierras en el archipiélago. Sólo hay en las Malvinas treinta agricultores independientes. El resto de las tierras están en manos de otras compañías. Pero la Falkland Island Company es la principal empresa comerciante de la isla. Sus gerentes locales son de hecho los alcaldes de las aldeas. Es ella la que controla los barcos de suministros y la que comercia la lana de las ovejas -principal fuente de recursos de las Malvinas- cuando zarpa de Puerto Stanley.

La mayoría de los habitantes de las Malvinas son campesinos que trabajan a sueldo. El Gobierno británico compró, antes de la invasión, una de estas grandes granjas para dividirla y revenderla a los malvinenses. Hunt espera que este camino siga abierto.

Para el padre Bagnall, sacerdote anglicano en Puerto Stanley, "si las islas hubiesen sido argentinas no habría ahora nadie aquí". Mirando al desolado -pero fascinante- paisaje, padeciendo el frío y observando las dificultades de la vida en las Malvinas, se aprecia que esta sentencia es correcta.

Existen ahora muchos problemas. El agua está contaminada. El sistema había sido pensado para 2.000 habitantes. Ha tenido que servir a 10.000 personas. Hay que hervirla antes de beberla, pero en cualquier caso aquí se bebe más té o café que agua. La mujer, en la cocina, pues hay que hacer de todo. Desde el pan y los pasteles a diario hasta el cultivo de pequeños huertos. Falla de cuando en cuando la electricidad. El Ejército británico hace cuanto puede para subsanar estas dificultades a través de una comisión mixta de civiles y militares. No falta combustible, pues lo aporta el Ejército, para estas rústicas casas que carecen de calefacción central. Vuelan decenas de helicópteros al día, numerosos vehículos militares y soldados circulan por doquier.

No parece haber problemas entre civiles y militares, pero algunos isleños guardan ciertos hábitos adquiridos durante la ocupación. Así, Ramón Miranda, chileno residente en las Malvinas desde hace veintiocho años, llevó a este enviado especial y a otro periodista en su Land Rover a visitar Moody Brooks, el antiguo cuartel, hoy destruido, de los marines. Preocupado, nos preguntó si realmente teníamos permiso para sacar fotos.

Hay tres soldados por habitante. Mientras estábamos allí llegó un crucero civil con 1.500 hombres del Cuerpo de Ingeniería para llevar a cabo una labor de reconstrucción, o quizá habría que decir por las buenas de construcción.

Las municiones, los contenedores y los armamentos argentinos están apilados en todas partes, pero los británicos han comenzado a retirar ya gran parte de su material bélico. Muchos soldados viven en tiendas de campaña, especialmente en la zona del aeropuerto.

Los militares británicos hacen gala de iniciativa. Así, en Ajax Bay, una compañía se ha instalado en una antigua planta de refrigeración de pescado donde se alojaron prisioneros de guerra. Se lavan donde se limpiaba el pescado. Han conseguido reparar un viejísimo quemador para calentar agua, y ducharse.

Según el padre Bagnali, la población no está tan unida como puede parecer a primera vista. Hay divisiones internas. Se señala con el dedo a los sospechosos de colaboracionistas. No encontramos a ninguno. Por su parte, el sacerdote católico quiere recuperar su vida privada. Que los soldados y oficiales regresen a sus casas o se instalen definitivamente en nuevos cuarteles.

Cambiar la imagen colonial

El presente es difícil y puede ser un augurio del futuro. Para Rex Hunt, comisario civil, ya nada va a ser lo mismo que antes del 2 de abril, y ésta es una impresión generalizada. Hunt piensa que con la presencia de las tropas británicas subirá el nivel de vida, un mejor hospital y llegará la televisión y otros placeres modernos... Hunt desea impulsar la economía de las islas, la explotación del supuesto petróleo, de la pesca y de la agricultura. Para esto, asegura Hunt, "la colaboración con Argentina es posible". Los isleños, muchos de los cuales hacen gala de ingenuidad, no quieren ni oír hablar de esto.

Lo principal para Hunt es cambiar el "estatuto y la imagen colonial" de las Malvinas. No es claro cuál es la solución. En cualquier caso, Hunt pretende que los isleños tengan voz y voto a la hora de decidir su futuro, pero no a través de un referéndum, sino a través de sus representantes democráticamente elegidos. Algunos habitantes de las Malvinas disienten de este modo de consulta.

Stuart Wallace, un consejero electo, piensa en marcharse, pues "dentro de cinco años Argentina estará de nuevo implicada en las islas y volveremos a quedarnos con 42 marines y el Endurance". El general Moore no va tan lejos, pues piensa que la simple protección del aeropuerto, cuya pista va a ser ampliada en los próximos meses para que puedan operar cazabombarderos Phantom y aviones de transporte VC10, requerirá un gra número de tropas.

Wallace no quiere indeperidencia ni una fuerza multinacional ni norteamericana para las islas Malvinas, pues se debilitarían los lazos con el Reino Unido. Los habitantes, en su mayoría, parecen convencidos de que sólo tropas británicas estarían dispuestas a combatir para defenderles.

Una cosa está clara: no quieren nada con Argentina y se sienten muy británicos. Abundan las fotos de la reina y las banderas en las casas. Hablan con orgullo de su sentido de identidad; a 8.000 millas (13.000 kilómetros) de la madre patria han conocido la paz y, bruscamente, han vivido la ocupación y la guerra. Algunas de sus instituciones siguen vigentes. Así, la lista negra que establecen el magistrado, el médico y los familiares de los implicados para impedir que alcohólicos y borrachos compren bebidas. Aún no han vivido una inflación interna real, pero no tardará.

Las postales son difíciles de encontrar, dada la demanda. Han tenido que imprimir más billetes y monedas locales (libras y peniques), ante la escasez de dinero en efectivo. La ubicación de la guarnición y su tamaño son dos de las cuestiones fundamentales que se estaban debatiendo en Londres.

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