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Con Henry King muere otro poco la edad dorada del cine

La muerte del director norteamericano Henry King es un paso más en la desaparición de la gran generación de cineastas que hicieron la edad de oro de este arte. En las dos últimas décadas, lo que entendemos por cine ha sido devastado por la muerte. El cine, pese a su corta vida, generó un clasicismo, respecto del cual toda película que nace es siempre una referencia forzosa. King contribuyó a ese clasicismo con algunas películas, entre el centenar que realizó, que son modelos de ese clasicismo. Hombre a hombre, el cine se nos muere.

Quedan ya muy pocos. De cuando en cuando gotean frías noticias sobre este o este otro hombre que un día fue legendario y ahora sólo es un anciano que desaparece, sin queja, como quien se apaga, sin dejar otro rastro que ese, tan frágil y delicado, que queda en algunas memorias sentimentales. Ese King, Henry King, que acaba de morir, ¿no era el director de Tierra de audaces, de El pistolero, o Suave es la noche? Lo era, y de casi un centenar de películas más, algunas de las cuales tienen, por fuerza y por derecho, un hueco en la memoria de varias generaciones, que se han muerto un poco con él.Por ejemplo, ¿quién que comience a echar canas no recuerda Las nieves del Kilimanjaro, Chicago, El séptimo cielo, El cisne negro, La canción de Bernadette, Esta tierra es mía y Almas en la hoguera? Defectuosas o perfectas, todas estas películas son referencias de los recuerdos oscuros de los viejos merodeadoras de salas de cine, es decir, casi un signo de identidad para millones y millones de personas. Un hilo muy frágil une a lo que queda de Henry King -su obra, hoy su humo- con la vida. Mientras tanto, lo que sobrevive de su talento está encerrado dentro de latas en los sótanos de la 20-Century-Fox y otras fábricas, dormido y a la espera de un resucitador fugaz, como todos.

Durante los últimos años hemos visto desaparecer, uno tras otro, a los que crearon y animaron la más fabulosa -en sentido literal, de fábula- barraca de fiesta nunca inventada, la vieja Hollywood. Fue la gran generación de divertidores del cine norteamericano, hombres con el serrín del espectáculo calado hasta los huesos, que supieron devolver el gusto por la aventura humana a una humanidad sin aventura. ¿Qué nos dieron? No mucho, o no poco, según se mire. Nos dieron la última montaña no escalada, la última pradera virgen, los últimos residuos del antiguo optimismo humano, los últimos rescoldos del asombro, es decir, las últimas posibilidades para el hombre adulto de jugar, de ser niño.

Los que se fueron

Se fue John Ford, y se llevó consigo a Spencer Tracy, a John Wayne, quienes, a su vez, arrastraron a la tumba a innumerables fantasmas que todavían pueblan innumerables recuerdos humanos; se fue Alfred Hitchcock y con él desapareció la última conexión entre la geometría y el humor; se murió Nicholas Ray, y sin él ya no existen los sutiles lazos que tendió entre ética y ficción cinematográficas; se fue Howard Hawks, y desde entonces, ¿a quién le queda algo que decir sobre la amistad y el trabajo humanos?; se fue Raoul Walsh, y los aventureros se queda ron sin norte, y muchos merodean desde entonces, perdidos entre sus sábanas durante los insomnios; ya no existe Jean Renoir y, por tanto, ya no hay manera de convertir una ecuación en una elegía.¿Quién puede hacernos descubrir la identidad entre lo ilimitado y lo íntimo si ya no está aquí Anthony Mann, ni nadie, desde su muerte, sabe qué hacer con una cámara en una pradera?; ¿qué cosa imprevisible puede ocurrir detrás de cualquier puerta si ya no hay ningún Lubitsch que lo averigüe?; los pasillos han perdido misterio desde que Fritz Lang dejó para siempre de investigar en sus oquedades; ¿qué iconoclasta se atreve a sustituir a los hermanos Marx, y qué empedernido nostálgico del viejo estilo puede emular a Humphrey Bogart?

La lista funeraria se eternizaría. El último de ella es Henry King, sin el que Gregory Peck -que hizo el sobrio y fastuoso Ringo de El pistolero- sería poco más que un figurín, y Tyrone Power -que hizo su grave y denso Jesse James de Tierra de audaces-, poco más que un bonito adelantado del rebelde irónico que fijó James Dean.

King es el último, pero por poco tiempo. Aguardan la escoba todavía algunos nombres, que se llevarán consigo otras parcelas de la imaginación de este tiempo, como George Cukor, Allan Dwan, Frank Capra, Rouben Mamoulian, Vincente Minnelli, Luis Buñuel, un puñado de hombres que se extingue y que extingue las luces del teatrillo íntimo.

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