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Tribuna
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La muerte dulce

No se puede acoger sólo con resignación -ya van siendo demasiadas resignaciones- la noticia del cierre de la Sala Cadarso. Son muchos años los que lleva acogiendo en sus bancos -como de aula- un público juvenil que todavía tenía confianza en el teatro y en su escenario -fuera de medidas, un poco destartalado- a los grupos que pretendían seguir siendo independientes, contra viento y marea: de Madrid, de otras ciudades españolas, del extranjero.Ha ido sufriendo y defendiéndose como ha podido de los males de una dictadura; y, después, de las muchas y pequeñas dictaduras de aguijón fino: los cierres por disposición gubernativa, por falta de trámites reglamentarios, por incumplimiento de reglamentos y disposiciones de viejas, obsoletas, leyes de Espectáculos Públicos, con sus sucesivos añadídos y referencias al Boletín Oficial. Se ha defendido de todo ello, y ha ido a morir de la muerte dulce: la falta de dinero, la necesidad de mantener las entradas a bajo precio para que su público -y no otro, más caro, que manda hacer otras cosas- pudiera asistir y recibir el mensaje del teatro, y hasta de un buen cine con el que se reforzó en los últimos tiempos.

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Dificultades técnicas y económicas provocan el cierre de la Sala Cadarso

Nuevos autores, viejos textos

Han pasado por su sala nuevos autores, nuevos actores; y también viejos textos. Por eso hay que teñir la resignación con una dosis de indignación y repetir el tono y el desgarro de una, frase callejera aplicable a tantas cosas: se derrochan los millones y se abandonan a su suerte y a su muerte cosas fundamentales. La Sala Cadarso podría ser fundamental en unas bases culturales que cada vez están más carcomidas.

Tiene esperanza la Asociación Caballo de Bastos -que la administraba- de poder encontrar una sala más adecuada, y algún dinero que no sea exigente, para poder continuar con su teatro. Una esperanza que hay que compartir, junto con otras: que se preserven otras salas -la Olimpia, el Gayo Vallecano y el Lavapiés- que están tratando, entre mil apuros, con autores que no cobran más que propinas en la ventanilla de la Sociedad, con actores sacrificados de sacar esto adelante. Necesitan, sobre todo, que el público no las abandone. De otra forma, todo está perdido.

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