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Juan Pablo II se despidió del Reino Unido, en Cardiff, con una nueva exhortación para que reine la paz

Juan Arias

"Permitidme recordar hoy todos los lugares de la Tierra donde en este momento se está derramando sangre humana". Fueron éstas unas de las últimas palabras pronunciadas en la tarde de ayer por Juan Pablo II antes de dejar el Reino Unido para regresar a Roma. El Papa las pronunció en la ciudad de Cardiff, donde fue nombrado ciudadano honorario, en la zona minera del sur de Gales, y quiso dedicarlas enteramente al mundo de los jóvenes, como "esperanza del futuro", dijo el Papa. También aquí, a pesar de que fue el único día de lluvia del viaje hubo entusiasmo desbordante hacia el Papa.

Por la mañana, el Pontífice se encontró con 30.000 niños, muchos de los cuales recibieron de sus manos la primera comunión. Por la tarde, a los jóvenes reunidos en el campo de fútbol del Ninian Park Less, dijo que "celebrando la vida y hablando del Príncipe de la Paz, el Papa no podía dejar de condenar la guerra, el terrorismo y la violencia".En el momento de abandonar el Reino Unido, la opinión pública se pregunta a qué se debe este entusiasmo por el Papa, inesperado meses antes del viaje.

A manera de disculpa, los diarios afirman que no se les puede negar a los pudorosos ingleses que se dejen arrastrar por sus sentimientos en determinadas circunstancias.

El Times lo definía ayer en primera página "el buen pastor". El Glasgow Herald llegó a escribir, con un título que ocupaba toda la primera página: "Ahora Glasgow es ya de Juan Pablo II".

Es verdad que no ha faltado quien ha descrito al papa Wojtyla en su papamóvil, el cochecito descubierto que ha usado durante el viaje en los actos públicos, como "un general que pasa revista a sus 'tropas".

Tampoco faltaron quienes le tiraron huevos podridos a su paso, ni quien lo ha tachado de megalomanía papista cuando ha afirmado: "Hasta que esta visita al Reino Unido quede viva en la memoria de los hombres deberá recordarse que Juan Pablo II vino al Reino Unido para llamarnos a Cristo, para invitarnos a todos a rezar".

Pero todo esto ha sido un episodio al margen. Juan Pablo II se lleva a Roma un nuevo éxito de su carisma personal. Se lleva la amargura, eso sí, de haber sido impotente para frenar la guerra en las Malvinas, pero también la satisfacción de haber palpado que ha sido aplaudido cada vez que ha exaltado la paz y condenado la guerra.

Quizá por esto ha subrayado un pastor anglicano que la gente le ha negado el aplauso una sola vez: cuando en Glasgow recordó las pasadas persecuciones de los protestantes a los católicos. "Fue como la voluntad común de remover viejas polémicas", afirmó el anglicano, "porque hoy la gente, sobre todo los; jóvenes, quieren sólo vivir en paz".

Ahora la preocupación mayor del Papa y de su diplomacia vaticana es el viaje a Argentina. Hay quien se pregurita si es justo que el Papa vaya a visitar a los argentinos sólo para consolarles de las víctimas perdidas o "para celebrarles el gran funeral de la derrota", después de haber estado cinco días en el Reirío Unido "sin obtener nada".

El Papa debe estar preocupado de que antes de ir a Buenos Aires se pueda producir una matanza en las Malvinas durante el ataque fl nal. Por eso durante uno de sus discursos, soslayando los papeles, ha improvisado y ha citado una frase significativa de Shakespeare:

"Justicia, sí, pero siempre con misericordia".

Inmediatamente, alguien comentó: "en esta guerra no está en juego la justicia, si acaso lo está el derecho, que es una cosa muy distinta". De cualquier modo, el Papa está extraordinariamente contento por la acogida recibida.

El éxito personal indudable que ha recogido en el Reino Unido, a pesar de ser un país en guerra con otro país, hace pensar a los observadores que la nueva fórmula de Juan Pablo II de presentarse como un Papa pastor, y no diplomático, que le coloca por encima de las contiendas del momento y de los países que visita, le abrirá aún más las puertas para otros viajes. Es el caso de Polonia, donde los obispos de este país aseguraron que el Papa estará entre ellos el 26 de agosto, fiesta de la Virgen de Cestochowa. De esta forma, podría ir a Moscú o a Pekín. Su deseo, como ha indicado en este viaje, es el de crear una especie de fuerza católica universal y de demostrar la unidad de los católicos, a la que desea ahora unir la de todos los cristianos. Quienes le critican hablan de proyecto integrista, más político de lo que pueda parecer.

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