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Tribuna
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Un lugar sin límites

Félix de Azúa

Era irremediable: un artículo sobre la política cultural de las instituciones catalanas tenía que prestarse a malas interpretaciones. Debo agradecer a Carlos Barral sus aclaraciones; son absolutamente pertinentes, y las acepto en su totalidad. Por eso deseo ahora seguir reflexionando junto a él, y desarrollar brevemente lo que sus palabras sugieren. Después de leer su artículo me pregunté por qué había expresado mi opinión irónicamente. Ahora comprendo que temía escribir seriamente. La ironía es sólo un subterfugio, un primer paso que debe acompañarse de otro, si no quiere convertirse en alegato de lo que trataba de corregir.Hay una tendencia general a la ironía, cuando se opina sobre estos temas, que esconde un extraño temor tras la risa. ¿Y a qué se teme? Cuando se me ocurrió criticar la tediosa vida cultural barcelonesa del pasado invierno lo hice resumiendo un buen número de conversaciones. Gente de muy diverso pelaje, empleados de la Generalitat, o de la Caixa, o de la universidad, de institutos, altos cargos de partidos políticos, escritores notorios, ejecutivos editoriales, periodistas; todos sin excepción expresaban su disconformidad con una política cultural que convertía la voz de una nación en la hoja parroquial de una ironía pequeño-burguesa. Todos se expresaron irónicamente, como si no fuera posible hablar en serio. Y yo hice lo mismo. No debí hacerlo.

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Esnobísimo

Lo significativo no es que la vida cultural sea tediosa o divertida, supongo yo que a muchos les entretendrá enormemente, lo significativo es que esa vida cultural se encuentre tan radicalmente determinada por un cuerpo social que carece de proyectos generales, que carece de audacia, que se enerva en el detalle, que se alimenta de los restos decimonónicos de un nacionalismo aldeano.

Es un verdadero ejercicio de arqueología hablar de cultura, así, a secas. Pero es la consecuencia inevitable de hablar de patria o nación, así, a secas. Yo no dudo en absoluto de que haya tal cosa como una patria, para aquel que organiza su vida en ese ámbito de espíritu, y desea transformar la sociedad en la cual vive y trabaja, según un ideal. Para unos ese ideal será puro Mediterráneo, para otros será lengua, para otros un mapa de símbolos oscuros, sin los cuales se sienten perdidos y seccionados de la madre. La coalición de esfuerzos patrióticos, sin embargo, debe aceptar las contradicciones que van a presentarse en cuanto se inteme en el ámbito de lo irracional. No es ese un lugar cómodo, no hay en él seguridades, no es un refugio, aunque, en ocasiones, sea un asilo. Es un lugar que ninguna administración puede delimitar, y en el que la lucha es el único medio de esclarecimiento. Los perdedores, en esas gugrras, se quedan pura y simplemente fuera de lugar.

Patrias

Dudo de que pueda vivirse humanamente sin una patria. Y, desde luego, uno de los fundamentos de la patria es la lengua. Pero precisamente por eso, y porque nadie puede consentir su expulsión, precisamente porque nadie tolerará sin resistencia que alguien le dé o le venda certificados de patriotismo, los contenidos que el poder disponga para esa forma pura que es la lengua, tienen una importancia esencial. Por eso no es una frivolidad discutir sobre los contenidos estatales de una cultura, porque es allí donde se definen las fronteras ideales de una patria. Si en ese ámbito no hay sitio para lo universal, ese ámbito será irremediablemente estrecho y reventará tarde o temprano. Por eso no me molesta, todo lo contrario, que la telefonista me hable en catalán; lo que me inquieta es que diga lo mismo que en castellano.

La patria del franquismo fue estrecha y reventó. Tú mismo, Carlos, sabes hasta qué punto la definición de España se basó en la implacable labor de un cuerpo de funcionarios, los censores, quienes impidieron a todo trance que apareciera otra España que no fuera la definida lingüísticamente por el régimen. Una patria diminuta y grosera, celosamente cuidada por mercenarios que se llenaban la boca con palabras de amor hacia la nación. Hacia ellos mismos.

Por eso no es una frivolidad ni un matiz sin importancia que haya censores en la Generalitat. Porque sería una verdadera tragedia que la reorganización de la nación catalana diera como resultado un remedo de cualquier otra nación, y no una resultante diferenciada y específica. Sería trágico que en esa nación hubiera ciudadanos de primer y de segundo orden. Porque entonces ese nacionalismo sería vacío, hueco, abstracto. Si esa nación no tiene contenidos propios, si repite contenidos bajo otras formas, carece de sentido como nación.

La nación franquista redujo a escombros uno de los componentes esenciales de toda patria, sus pueblos, las ciudades. Aplastó la voz de sus habitantes, en cualquier lengua que hablaran. Y condenó a una vida prestada a grandes masas de inmigrantes que se encontraron para siempre en un tiempo que no era el suyo. Si hay una nación que remedie tanta destrucción será una nacion habitable. Pero si sólo conserva la destrucción carecerá de todo derecho a llamarse patria.

No dudo en absoluto de que haya fuerzas capaces de cbnstruir ese lugar en el mundo, un lugar habitable donde están mis recuerdos, lo que me une; el peso de la experiencia acaba por crearnos un centro de gravedad y es fácil saber dónde quiere uno morir, aunque la vida, allí, sea temerosa, de sus súbditos. El trabajo no será un castigo, sino una tarea. La lengua no diferenciará; unirá. Sus dirigentes no pertenecerán a una tribu, sino a una cultura. Y las discusiones no hablarán del presente, sino del futuro.

Félix de Azúa es novelista.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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