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El realizador Yilmaz Guney huye de Turquía y presenta en Cannes su última película

La presencia en el Festival de Cannes de Yilmaz Guney ha supuesto uno de los acontecimientos de mayor importancia que probablemente se produzcan en esta manifestación cultural. En años anteriores, las películas de Guney, presentadas fuera de concurso, venían sólo acompañadas de algún texto del autor que, inevitablemente, aumentaba sus años de cárcel. A cerca de cien estaba ya condenado el cineasta como resultado de diversos delitos de opinión política y de una reyerta en la que, al parecer, encontró la muerte un juez adicto a la dictadura turca.

Una carta enviada al director del Festival de Valladolid cuando este organizó un ciclo sobre la obra de Guney le valió, por ejemplo, otros cinco años de prisión. De prisión turca, que, como muchos han recordado en Cannes, ofrecían un siniestro aspecto en la versión que de ellas daba la película inglesa El expreso de medianoche. Lo asombroso de Guney es que, desde la cárcel, continuaba dirigiendo sus películas, con6retando la planificación de los guiones hasta el menor detalle, hablando personalmente con los actores, rechazando o no las localizaciones que su fiel ayudante Serif Goren le iba ofreciendo. Guney es un maestro de la clandestinidad, un autor a distancia, aunque en el caso de Yol, presentada ahora en Cannes, ha podido controlar también el montaje y la sonorización, siendo, por comparación a sus películas anteriores, la más personal de su obra.Narra la historia de cinco prisioneros que disfrutan de una semana de permiso. Cada uno de ellos trata de encontrar en ese tiempo la realización del sueño que ha alimentado entre rejas. Algunos no regresan a la cárcel, como en la realidad hizo el propio Guney, exiliado en Europa desde octubre. Yol, sin embargo, no se detiene en esa circunstancia autobiográfica, sino que, respetando los cánones del melodrama y, en ocasiones, de la comedia, realiza un informe sobre la realidad de su país cuyo realismo llega en ocasiones a estremecer, sin necesidad de colocarlo nunca en el primer plano de la acción. La habilidad del director consiste en facilitar esa información sin desprenderse nunca de la anécdota argumental. El resultado es ejemplar, admirable. El público recibió la película entre fuertes aplausos, que se prolongaron en la calle durante una manifestación pacífica que exigía la retirada de Turquía del Consejo de Europa.

Esa unanimidad se hizo también patente ante las demás películas presentadas, aunque fuera para el rechazo y no la aprobación. La Semana de la Crítica, por ejemplo, se inauguró con una torpe y vieja película polaca, Los puntos sensibles, escrupulosamente elegida entre aquellas que no ofrecieran conflictos políticos de ningún orden. El aburrimiento del público coronó ese esfuerzo, ya que la crónica fantástica que el realizador Andrejew Piot hace de los años venideros no logra superar lo trivial. La posible transposición de la vida actual al futuro imaginado es obvia e intranscendente. Lo que también puede decirse del filme de China Popular que, como de costumbre, irritó a la concurrencia por su evidente infantilismo.

La cinematografía norteamericana da una cierta Visión de decadencia en el Festival de Cannes. La amplia publicidad contratada en los murales que abarrotan La Croisette ofrecen una triste idea de la capacidad imaginativa de Hollywood. En letreros luminosos, circulares o simplemente gigantescos, se anuncia el rodaje de la enésima película de James Bond, la segunda parte de Grease, la tercera de Rocky, la tercera también de La guerra de las galaxias; la centésima de La pantera rosa, la segunda de Star Treck, la tercera de Tiburón (que tendrá problemas para ser titulada en España, toda vez que ya se realizó en nuestro país una falsa continuación de los títulos americanos, aprovechando el impacto comercial de las dos primeras partes). Sólo Annie, dirigida por John Huston, aparece anunciada como novedad, y es, evidentemente, una novedad relativa que se alimenta de un previo éxito teatral.

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