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Tribuna
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Sigmund Freud Las Malvinas

Andrés Ortega

Los tam-tam de la guerra han vuelto a vibrar en el Reino Unido tras años de silencio. Es perfectamente razonable condenar algunos aspectos de esta guerra no declarada. Sus motivaciones y efectos políticos son relativamente sencillos de comprender. No así su dimensión social. Si nos sorprende que un pueblo civilizado como el británico se lance apasionado en un conflicto que recuerda a los del siglo XVIII en el Caribe, es que estábamos equivocados."En realidad, tales hombres no han caído tan bajo como temíamos, porque tampoco se habían elevado tanto como figurábamos", escribió Sigmund Freud en un opúsculo Sobre la guerra y la muerte. "El hecho de que los pueblos y los estados infringieran, unos para con otros, las limitaciones morales, ha sido para los hombres un estímulo comprensible a sustraerse por algún tiempo al agobio de la civilización y permitir una satisfacción pasajera a sus instintos retenidos. Y con ello, no perdieron probablemente su moralidad relativa dentro de su colectividad nacional".

Aunque aplicadas a un contexto diferente, las palabras de Freud no pierden su vigor en las frías agua del Atlántico sur. El pueblo británico, racionalizando sus emociones, goza del sentido de la crisis único modo de conservar ante sí mismo un sentido de la unidad nacional. La humillación del 2 de abril ha quedado atrás. El sentido de impotencia y decadencia que síguió a la crisis de Suez, de 1956, está en suspenso. El patriotismo es una fiebre que muchos de los británicos más jóvenes no habían jamás sentido antes. La nostalgia es aparente. Las escenas en los puertos al despedir a los buques y a los muchachos así lo refleja. Se multiplican los llantos y se tiene el sentimiento de que "esto nos afecta a todos", aunque la vida cotidíana, salvo por las noticias, no se vea mayormente transformada por esta guerra.

Conflicto a la antigua

Esta es una guerra territorial -aunque sea por un territorio que Londres no desea conservar a largo plazo-. Es un conflicto a la antigua que, como ha señalado el profesor Philip Windsor en estas páginas, ha producido un cierto alivio. Toda guerra moderna no tiene por qué ser nuclear, si en ella participa un Estado que dispone de estos armamentos. El pueblo británico no es un pueblo pacífico ni pacifista. Los rigores de la civilización han producido extraños animales, como el gamberrismo en los estadios de fútbol, que más que un acontecimiento parece un movimiento. Un elemento fundamental en esta guerra y su popularidad, es el mar. El agua separa y enfría, remodelando la percepción de la distancia. La miseria de las batallas navales es más trágica, pero menos evidente que la de las terrestres. De ahí la reacción relativamente escasa que han producido aquí las muertes británicas en el Atlántico sur. ¿No fue Freud el que habló de la esterilidad de luchar con razones en el mundo de los intereses? Hasta el momento, es una guerra irracional pero humana. Su humanidad reside en que se diferencia aún entre combatientes y no combatientes. Todavía no se han producido graves combates cuerpo a cuerpo. Pero la tecnología moderna ilustra también la deshumanización de este tipo de conflictos. Los radares y los misiles son los anónimos autores de las muertes.

Cuando los primeros buques británicos zarparon de Portsmouth el 5 de abril, la voz popular británica decía que los argentinos echarían a correr al ver acercarse el primer navío con la Union Jack. Desde que el destructor Sheffleld se fue a pique, los británicos respetan más al enemigo argentino. Pero desde Londres parece que la Royal Navy vuelve a mandar sobre las olas. La realidad es que mucha gente se sentiría defraudada si el destacamento naval británico no recuperara las Malvinas por la fuerza de las armas.

Las glorias del pasado han resucitado, el espíritu de Nelson está vivo. Cuando la guerra comenzó, los británicos demostraron al mundo que podían hacer algo solos..., aunque Europa les apoyara y los Estados Unidos les ayudaran en el campo de la inteligencia y de los suministros de carburante en la isla de la Ascensión. La fiebre se pasa o se agrava. Pero, en los últimos días, los arquetipos del subconsciente colectivo británico han resurgido con una fuerza que habíamos olvidado.

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