Vacío y ambigüedad

Eugenio Mateos ha escrito una obra de teatro sadomasoquista. Es una relación entre tres personajes dentro de un espacio blanco y duro; personajes que cambian de papeles, que se transforman, que se hieren, que se matan. Aparece un personaje triunfante: una mujer castrante, dominadora. Con una cierta forma de vanguardias antiguas, Eugenio Mateos realiza una "obra abierta", en la que las interpretaciones de los espectadores parecen tener más libertad que la de los personajes: se puede deducir lo que se quiera de la supuesta o real condición de hermanos de los tres, de la comunidad de su pasado, de la ambigüedad de su sexo. Se puede incluso no entender nada de lo que pasa en el escenario -cosa que les pasó a muchos espectadores la noche del estreno- y abandonar rápidamente la lucha por la mejor comprensión: si el autor no quiere explicarlo, allá él. Hubo más interés en presenciar la sucesión de escenas crueles que en el desarrollo de la obra.A este interés contribuye muy especialmente la interpretación y la dirección: quizá son los mejores valores del espectáculo. El escenógrafo Alberto Barrios produce la sensación de vacío aséptico con una excelente iluminación de José Miguel López Sáez -iluminación de estados de ánimo, de subrayados de frase y situación-, y el director Francisco Carvajal mueve sus personajes con habilidad y sabiduría. Juan Messeguer impresiona como actor desde que aparece en escena, y su trabajo de ambigüedad hombre-mujer -tan presente ahora en nuestro teatro, tan repetido, y habría que analizar por qué- lo realiza con muy buen oficio; las escenas con una excelente actriz que es Gabriela Hernández suelen ser muy buenas, y en ellas se ve no sólo la calidad de los dos actores, sino también la mano del director. Carlos Kaniowsky es el tercero en el reparto: su papel es el más pasivo, el más desprovisto de recursos o de carácter, o por lo menos eso resulta de su interpretación.

Todos están por encima de la obra, que repite situaciones que se han hecho tópicas desde el Sartre de Huis clos al primer Beckett, pero con un lenguaje con más pretensiones literarias y con mayor incomodidad para el oído.