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Tribuna
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El valiente compromiso con la realidad del siglo

Cuando el 24 de mayo del pasado año Pablo Serrano leía su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando -discurso titulado Relación espiritual y formal del artista moderno con su entorno social-, los asistentes al acto solemne pudimos oír ideas como citas e incluso nombres que testimoniaban por sí mismos el sentido renovador, el compromiso moral con su época, del académico electo. La voz de Pablo Serrano rejuveneció, en efecto, el ámbito venerable al hilo de citas de Le Corbusier, Sartre, Auden, Umberto Eco, Marcuse, Klein, etcétera, grandes personalidades de la cultura y el arte de nuestro siglo, precisamente lo que necesitaba más la Academia y quizá por lo que dio entrada entre sus. miembros a uno de los creadores más significativos del arte español de posguerra.Por lo demás, en aquel discurso, no fueron tan sólo la cita de autoridades, sino también las propias ideas expresadas, las que nos situaban ante la sincera incertidumbre y, en medio de ella, ante el valiente compromiso de un artista que no quiere volverse de espaldas a la realidad de su siglo.

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"¿El artista debe ser agresivo dentro de una sociedad que también lo es?". Ante esa pregunta, que él mismo se formuló así entonces, contestaba que "el artista, en su papel de rector o de coordinador de la agresividad espiritual, asume integramente, tanto en el plano mental como en el sentimental, el sentido de su condición histórica".

¿Cabe mejor testimonio de arraigo creador, aunque hoy -y por ello es mucho más arriesgado y difícil- echar raíces signifique no sostenerse cómodamente apoyándose en el pasado, sino sostener el futuro a costa de uno mismo?

Este servir de raíz al porvenir, con todo lo que supone de búsquedas, dudas, posibles errores, peligros ciertos, que Pablo Serrano ha practicado siempre, es lo que le sitúa como un humanista de nuestra época.

Por eso, no voy a tratar aquí sobre su brillante carrera como escultor, dominador paciente de la materia plástica, inventor de formas y abierto a toda suerte de experimentaciones, sino sobre esa calidad testimonial que le ha caracterizado y que le ha impulsado a realizar homenajes memorables a figuras egrelgias de nuestra cultura contemporánea, entre los que se cuenta como su ejemplo más precioso el justamente célebre busto de Antonio Machado o los grandes monumentos en memoria de Pérez Galdós y Miguel de Unamuno.

Por otra parte, protagonista él mismo o, cuando no, cómplice entusiasta de todas las experiencias vanguardistas que se han ido produciendo en nuestro país los últimos treinta años, Pablo Serrano ha recorrido el ascético camino de purificación plástica que ha llevado al arte contemporáneo a cuestionarse todo a buscar la cara oculta del objeto y hasta el potencial expresivo de su destrucción, que es, a la vez, un acto de protesta y el exorcismo ritual de la supervivencia del arte. En este sentido, Pablo Serrano ha sabido ser por igual un expresionista con acentos proféticos, un político solidario, un ingeniero, un poeta... En una palabra: un hombre no sólo de su época, sino, por su creación, conformador de aquello que servirá en el futuro para comprenderla mejor.

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