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La guerra del Atlántico sur

La posición de EEUU en la crisis ha abierto un gran foso en sus relaciones con Latinoamérica

El presidente de Venezuela, Luis Herrera Campins, ha iniciado consultas para la celebración de una cumbre latinoamericana, con el fin de exigir a Estados Unidos que revise su política en la crisis de las Malvinas. Esta propuesta se une a otra reciente del mandatario costarricense Rodrigo Carazo para que la Organización de Estados Americanos (OEA) traslade su actual sede en Washington a otro país.Al margen de su viabilidad, ambas iniciativas no son sino expresión de la profunda fractura que ha creado entre América Latina y Estados Unidos el alineamiento de la Administración Reagan junto al Reino Unido en el contencioso de las Malvinas.

La mayoría de los analistas políticos coinciden en que, sea cual sea el resultado de la guerra en el Atlántico sur, nada será igual en América. Incluso Gobiernos que han criticado el empleo de la fuerza por parte de Argentina para la ocupación de las islas han acusado a Washington de involucrarse en una guerra colonial.

El apoyo a las tesis británicas puede costarle caro a Estados Unidos. Por el momento, ha perdido a dos de sus más firmes aliados en el continente: a Argentina, por razones obvias, y a Venezuela, porque Caracas está especialmente interesada en que se reconozca la soberanía argentina sobre las Malvinas, lo que la permitiría intentar la recuperación del Esequibo, un enorme territorio que ocupó el Reino Unido en plena guerra de la independencia americana y que actualmente forma parte de Guyana.

La falacia monroísta

El apoyo, "incluso militar", que Cuba promete a Argentina es un indicio claro de que la guerra de las Malvinas se ha convertido, de hecho, en una guerra nortesur, con posibles implicaciones en el conflicto este-oeste. Se ha demostrado, en fin, que la vieja tesis monroísta de "América para los americanos" no era sino una formulación imperialista, que permitía a Estados Unidos manejar los asuntos continentales como los de una nueva colonia.

El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que Estados Unidos convirtió de hecho en un instrumento hemisférico contra los movimientos revolucionarios o progresistas, es desde la crisis de las Malvinas un difunto. Incluso los más seguros aliados estadounidenses empiezan a sospechar que es un andamiaje sólo útil para los intereses norteamericanos.

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Callejón sin salida

La propia Organización de Estados Americanos puede haber entrado en un callejón sin salida. El canciller boliviano, Gonzalo Romero, ha manifestado que "ha llegado el momento de redimensionar el sistema interamericano", reduciéndolo al ámbito de los países latinos.

En México, la Prensa ha resucitado el caso de un archipiélago al oeste de California, que Estados Unidos ocupa desde la guerra del siglo pasado, a pesar de que estas islas quedaron excluidas del tratado de paz por el que México cedió una tercera parte de su territorio después de una guerra de ocupación.

Incluso las Repúblicas bananeras centroamericanas, tan dependientes de Estados Unidos, se han situado unánimemente al lado de Argentina y han subrayado que el posicionamiento estadounidense supone un serio revés para las relaciones continentales.

Cordura

El canciller brasileño, Ramiro Saraiva, que en cada una de sus manifestaciones ha apelado a la cordura de los dos países contendientes para que alcancen un acuerdo diplomático, se ha sumado al coro de los que opinan que las Malvinas, y más concretamente la postura norteamericana, ha puesto en tela de juicio a las instituciones continentales.

Al sur del río Grande se ha abierto una brecha que no será fácil de llenar.

El golpe de mano de los generales argentinos ha despertado en todo el continente un sentimiento antiimperialista, cuyo alcance habrá que medir en los próximos meses. Nunca como hoy los países de América Latina han sentido tan fuerte que son el patio trasero de Estados Unidos.

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