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Tribuna
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Los sueños del hortera producen monstruos

A la hora de preguntarse qué pasó con la primera revolución proletaria triunfante de la historia y, sobre todo, qué fue de sus artistas y de sus artes -ese espejo en el que se miraron durante años intensos y apasionados los creadores del mundo-, no faltan justificaciones históricas, pesimismos doctrinarios y cobardías orgánicas. Suele también haber un argumento confortable en su fatalismo, pero insuficiente, y que se resume en: "Tenía que pasar lo que pasó, no podía ser de otro modo...".Con el decreto del Comité Central del PCUS por el que se reestructuraban las organizaciones literarias y artísticas (abril de 1932), es decir, se las suprimía y reducía a unidad oficialista, culminan quince años de pendiente hacia abajo, que se inicia en el reino de la utopía y desemboca en el reino de la burocracia. De aquí a la presentación en sociedad del monstruo Realismo socialista no hay más que un paso adelante de dos años. Dos años atrás, un poeta georgiano llamado Mayakovski, antes de pegarse un tiro en el corazón, había dejado escrito en su testamento poético: "La barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana". ¿Se ha dado alguna vez en menos palabras una explicación más sencilla de aquel proceso hacia el desamor que fue la vida del arte en la Rusia bolchevique?

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La URSS y el arte en libertad

Paisanos incompatibles

Mayakovski y Stalin, dos paisanos incompatibles, dos contrarios inconciliables. La barca del amor... y la vida cotidiana (o mejor, la muerte cotidiana). El principio de placer y el de realidad, el deseo y la norma, el instinto de vida y el instinto de muerte. ¿Qué más? No, esta historia no es sólo un asunto freudiano. Ni siquiera, sólo un asunto de elegantes y de horteras. Es, eso sí, asunto oscuro y nítido, abigarrado y sencillo a la vez.

En los tiempos de Lenin las organizaciones artísticas proliferaban por doquier. El arte y la vida llegaron a confundirse en las plazuelas. Cada cual tenía su idea de cómo debía ser el arte que correspondiera a la revolución. Para los "blusones azules" del Prolekultz, antiinformales y casi siempre estéticamente inmaduros, una cultura proletaria habría de negar en su totalidad a la cultura burguesa; para los "blusones amarillos" del futurismo, las formas artísticas debían explotar con salvaje y refinada belleza a la vez. Estaban los lingistas de la escuela formalista, los constructivistas, imaginistas, suprematistas...

Pintores, arquitectos, músicos, escultores, cineastas, poetas... discutían, se exhibían, llegaban a los puños también... Ellos, los Kandinsky, los Chagall, los Malevitch, los Tatlin, los Stepanova, los Gabó, los Pevsner... se encargaban de la decoración de las ciudades... Lenin, sin entenderlos -sus gustos apuntaban a los clásicos-, les dejaba hacer intuyendo que su juventud creadora enriquecía a la revolución. Y Lunacharsky y Trotsky les apoyaban, o les propinaban tirones de orejas, según les diera....

No era exactamente el triunfo del deseo del que hablaba Bretón, pero a veces se le parecía bastante. Y no dejaba de ser de una extravagante hermosura que en un país que se regía por partido único se dejaran crecer flores tan diversas. ¿Perjudicaba esta diversidad al arte?, ¿perjudicaba esta diversidad a la revolución?

Sí parece que perjudicaba a organizaciones con deseos hegemónicos, formadas por mediocres artistas y literatos, apoyados por una buena caterva de críticos, que tenían como ideal la descripción fotográfica de los paisajes y de las almas (y sabido es que las almas no se pueden fotografiar).

Dudosos cubiles

La mayoría de esos oficiantes del realismo académico procedían de dudosos cubiles del pasado. Y, con el triunfo de la mediocridad conjurada, llegarían a ser los ingenieros de almas, inspirada esa expresión acuñada por el padre castrador para halagar la vanidad de los hijos más dóciles. Los caínes estaban ya suicidados, exiliados, deportados, ejecutados... o simplemente relegados. Era el momento justo para presentar al monstruo. Se encargaría de ello el fiel ejecutor Andrei Jdanov; y el venerable Máximo Gorki serviría de ilustre coartada cultural para la gran operación que se iba a poner en marcha.

El realismo socialista, que empezó y acabó no siendo ni realismo ni socialista, fue una falacia, un delirio, un frenesí... ; el sueño de un hortera en una noche de verano.

Angel García Pintado es dramaturgo, autor de un reciente estudio sobre la historia de las vanguardias artísticas.

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