_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las varias crisis de las Malvinas

LA CRISIS de las Malvinas está teniendo ya repercusiones políticas y diplomáticas muy importantes: van a seguir desarrollándose. La dimisión aceptada de lord Carrington como secretario del Exterior del Gobierno británico tiende a conjurar las amenazas que pueden desplomarse sobre todo el Gabinete de Margaret Thatcher. Carrington no sólo ha fallado en proporcionar la información suficiente como para advertir del riesgo de la invasión argentina, sino en mantener al Gobierno -y al país- en la creencia de que el asunto se estaba conduciendo con toda seguridad por las vías de negociación. Una explicación que no basta a los británicos, que no acaban de comprender cómo una amenaza que se viene produciendo desde hace tiempo, y muy concretamente desde mediados de marzo, ha sorprendido de tal forma al Gobierno y al Estado Mayor, con la flota a distancias inmensas del lugar del riesgo. El secretario de Defensa ha presentado también su dimisión, pero no le ha sido aceptada: la crisis ya alcanzaría al corazón mismo del Gobierno. Pero antes o después este se verá seriamente afectado, mucho más tras la revelación de los Servicios Secretos británicos de que ellos habían informado al gabinete de la posibilidad de invasión más de una semana antes de que esta se produjera.El partido laborista ha hecho, como es tradicional en la política británica en casos graves, profesión de fe de su cooperación con el partido gobernante para atajar el problema; pero eso no le impide pedir cuentas y exigir respuestas. El problema está en la calle: los miles de personas que han acudido a despedir a la flota que zarpaba hacia las Malvinas, sin saber exactamente cuándo van a llegar y qué tienen que hacer -hay un problema de repostar los barcos: parece que el Gobierno portugués no ha negado la base de las Azores- tenían las lágrimas, los gritos y las banderas adecuadas a las vísperas de combate. El nacionalismo no es una exclusiva de las dictaduras, y los británicos pueden no saber dónde están exactamente las Malvinas y la razón de la presencia británica allí, pero están sintiendo una humillación que viene detrás de otras muchas, y pretenden una cierta acción decidida y clara. No se sabe si el Gobierno está en condiciones de darla, y si la medida de congelación de los fondos argentinos está en el Reino Unido y la expulsión de los diplomáticos del país rival pueden ser suficientes.

El desarrollo de todo esto puede interferir seriamente en las relaciones con Estados Unidos. Washington se está esforzando en divagar sin aclarar, y en escudarse en la Organización de Estados Americanos, cuyo análisis puede ser favorable al acto argentino, porque también hay un nacionalismo americano y un sentido anticolonialista, aunque repruebe el acto de fuerza y solicite negociaciones urgentes. Pero los británicos no están nada contentos de que la OTAN no sea un seguro suficiente para cubrir el Atlántico Sur y se limite en esta ocasión a lo que sus siglas indican, el Atlántico Norte, cuando en otras se extiende hasta el fondo del Este del Mediterráneo. Washington tiene en Londres su mejor aliado europeo y ni puede ni quiere enemistarse con él, pero tampoco le interesa de ninguna manera desautorizar al Gobierno argentino dentro de la política de Reagan de considerar el comunismo como la verdadera amenaza en el subcontinente: Argentina, con Chile, forman una fortaleza importante contra las revoluciones en el Cono Sur. Y tiene que mantener además como pueda su doctrina de "América para los americanos"': Las Malvinas son América, el Reino Unido es Europa... Ciertas tendencias aislacionistas -frente al Mercado Común, pero también frente a la OTAN- pueden aparecer como consecuencia de todo esto reforzadas en el Reino Unido de Gran Bretaña.

Mientras el escenario de la despedida a la flota -tan habitual en la historia inglesa- se desarrolla en los puertos, en la plaza de Mayo de Buenos Aires hay otro escenario. El general -presidente, después de haber obtenido la adhesión de todos -incluso de sus víctimas, de quienes unos días atrás se manifestaban en el mismo lugar pidiendo "paz, pan y trabajo"; en el escenario mismo de "las madres de Mayo"-, está ahora forzando la situación, hablando del riesgo de ataque directo al país; los comentarios oficiosos no excluyen siquiera la posibilidad de un bombardeo de Buenos Aires o de un desembarco de infantes de marina británicos en sus costas. Una polibilidad evidentemente exagerada y fuera de lugar, a menos que los hechos se envenenasen demasiado. Pero todo ello tiende a afianzar la unidad nacional y llevar la pasión patriótica a un extremo. Los militares argentinos han llevado el tema a un punto sin regreso posible: una retirada de las Malvinas, por imperativos internacionales o por hecho de guerra, podría hacer caer al Gobierno y al régimen. No hay alternativas. Mientras, la dictadura cae ya sobre las Malvinas: al intento de huelga de los habitantes sojuzgados responde ya el nuevo gobernador anunciando la apertura de campos de internamiento para los rebeldes. Que, en realidad, sea cual sea la noción de justicia que se quiera dar a la posesión de las islas son ciudadanos británicos con pasaporte de pleno derecho.

Un punto a considerar seriamente en toda esta cuestión es la posición de nuestro país y las dubitaciones de la diplomacia española, a las que ya estábamos acostumbrados. Por una parte, distante y distinto si se quiere, el hecho real es que Gibraltar supone una cuestión de descolonización en mucho parecida a las Malvinas con el peculiar acento de que el país colonizador es el mismo y los colonizados somos primos hermanos. Un menguado apoyo a la posición de Buenos Aires -por no hablar de una simpatía hacia Londres- se vuelve en ese sentido contra nosotros en la cuestión gibraltareña, y hará desvanecerse algunas posibilidades de penetración cultural, política y económica en América del Sur. Pero un alineamiento con el régimen argentino y su posición de fuerza nos alejaría de los países del Mercado Común y situaría la cuestión de Ceuta y Melilla y las fantasías del nacionalismo marroquí sobre Canarias en muy dificiles interrogantes de futuro. La única lección segura de todo esto es que la fuerza y la violencia son un mal sistema de resolver los conflictos entre los hombres, y suele ser el único además que tienen en su mano las dictaduras militares de todas las latitudes. Y hay también un aprendizaje menor pero interesante a incorporar en el acerbo de nuestra clase política: la fulminante dimisión del ministro británico de Asuntos Exteriores, tan de contrastar con el aferrarse a los cargos de los ministros de este país, sea la colza o lo que fuere lo que les estaba echando de ellos a voces.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_