Europa ante la nueva América
En octubre de 1962, en el momento de la crisis de Cuba, Estados Unidos contaba con un número de misiles estratégicos cinco veces superior a la Unión Soviética, y en la actualidad nadie discute la superioridad de la URSS. De haberse erigido en garante del actual estado mundial, los norteamericanos apenas pueden ahora responder a la seguridad de su propio territorio. Complementariamente, los problemas en toda la zona de América Central y la hostilidad del ciudadano estadounidense a nuevas veleidades de intervencionismo armado incrementan la parálisis del soñado poder norteamericano. En este contexto, Europa, que aceptó durante un amplio período la tutela de Estados Unidos, registra hoy uno de los movimientos más fuertes de antiamericanismo, unido fuertemente a una creciente aspiración pacifista que, en opinión del autor de este análisis -redactor jefe de 'Le Monde' y experto en cuestiones internacionales-, puede conducir a un riesgo demasiado grande ante el robustecido potencial soviético. El mundo se encuentra en una tesitura próxima a lá explosión, concluye André Fontaine en este artículo para EL PAIS, en el cual subraya que se hace necesario asumir cuanto antes que el enfrentamiento entre el Este y el Oeste sólo conduce a la ruina.
Paul Valéry había escrito de Europa, antes de la segunda guerra mundial, que "aspiraba a ser gobernada por una comisión americana", y estas palabras se consideraron proféticas a lo largo de mucho tiempo. Después de haber escrito, durante dos milenios, la historia del mundo, los herederos de Carlos V y Luis XIV, por fin reconciliados, pajrecían haber abdicado en el Tío Sam. No obstante, y como es obvío, al encomendarle, como hacían, la misión de protegerles, lo que provocaban, finalmente, era enajenar su libertad de acción. De hecho, las veleidades independentistas nunca duraron mucho. Francia y Gran Bretaña fueron seriamente llamadas al orden por la Casa Blanca en 1956, a raíz de su intervención conjunta en Suez. De Giulle fracasó en su intento de reunir en torno a su persona una Europa europea. Y cuando Michel Jobert, en 1973, consiguió convencer a los miembros de la Comunidad Europea, amargados por haber ;ido dejados totalmente al margen en la guerra del Kipur, de la necesidad de hablar a América "con una sola voz", bastó un discurso levemente enérgico de Henry Kissinger ante los pilgrims de Londres para que renunciaran a ello.La situación ya no es la misma hoy día. De un extremo a otro de Europa proliferin las críticas contra Estados Unidos. Mitterrand y Schmidt han coincidido en denunciar los tipos de interés en uso al otro lado del Atlántico como un obstáculo esencial para el resurgir de las economíis europeas. Francia ha reconocido los movimientos de guerrilleros que luchan en El Salvador contral los protegidos de Washington y -vende armas a Nicaragua, que, a 'los ojos de la Casa Blanca o del Departamento de Estado, no es sino una cabeza de puente de Rusii y Cuba. Alexander Haig ha tratado a lord Carrington de jesuita e hipócrita. El movimiento pacifista evoluciona en la mayoría de los países de Europa. Sobre todo en Alemania, donde la ínstalación, reclamada con insistencia por Estados Unidos, de las armas denominadas de guardarropía, necesarias para contrarrestar la amenaza de los misiles SS 20 soviéticos, no está ni mucho menos asegurada en la actualidad.
Dicho en pocas palabras, esta corriente no ha tenido buena acogida. Se oye hablar cada vez más de una crisis de confianza, que podría muy bien inducir a los americanos a poner en práctica la amenaza, tantas veces formulada en el pasado, de retirar sus tropas de Europa, de "replegarse en su fortaleza".
Puede que la amplitud real de esta crisis de confianza sea discutible, pero desde luego no se puede dudar de su existencia. Si se desea sinceramente intentar ponerle remedio, primero habrá que determinar las causas, sin pretender con ello incoar un proceso de responsabilidades, porque éstas, tanto en el presente caso como en otros muchos, están evidentemente compartidas.
Causas de la quiebra
Las causas pueden resumirse en muy pocas palabras: todo ha cambiado, y en primer lugar, Estados Unidos.
Hace veinte años, en el apogeo de la presidencia Kennedy, que había devuelto al país su juventud, su dinamismo y su lustre intelectual, Estados Unidos parecía encontrarse en la cima y tuvo la debilidad de creer que nadie podría, no ya sobrepasarle, sino tan siquiera darle alcance. Mientras que el socialismo, en el Este, se hundía en el marasmo burocrático, el capitalismo triunfante parecía estar a punto de lograr una victoria definitiva sobre lo que se había considerado durante mucho tiempo sus taras congénitas: el desempleo, las crisis cíclicas, la explotación del hombre por el hombre.
El mito del desarrollo, mal bautizado exponencial, acreditaba la idea de un rápido crecimiento de la sociedad de consumo. El "mejor de los mundos" estaba a la vista, pero no era el de Cándido ni el de Huxley, sino la apoteosis del sueño americano: el de una vida armoniosa, en que la aceptación de los designios de la providencia aportaría a todos y cada uno la riqueza y la felicidad, a poco que se hiciera gala de un sano espíritu de iniciativa. A esta sociedad de perfectos, o de casi perfectos, especie de falansterio a escala de una superpotencia, le correspondía, naturalmente, guiar a las demás naciones por la vía de la prosperidad.
El tema calvinista de la predestinación se cumplía en el eslogan de la Manifest Destiny, tomado de John O'Sullivan, un periodista de mediados del siglo XIX.
Hannah Arendt ha puesto de manifiesto, mejor que nadie, el abismo que media entre el sueño americano inicial -el de la "fundación de la libertad"- y su degeneración "bajo el impacto de la inmigración masiva... en busca de una tierra prometida donde manan la miel y la leche". La tierra prometida no era sino un espejismo, y ha bastado la aventura de Vietnam para que se disipe... Vietnam, a donde Kennedy envió los 15.000 primeros consejeros americanos, como vanguardia de un Ejército que contaría en 1969 con 540.000 soldados. Vietnam, en donde Estados Unidos descubrió que podía ser derrotado, donde contrajo, mucho antes que el del petróleo, el chancro de la inflación, que no ha terminado aún de roer al mundo. Vietnam, donde la fibra moral, de la que tan orgulloso estaba Eisenhower, quedó gangrenada por todos los vicios de la Tierra, donde los paladines de la democracia, no satisfechos con dejarse matar por tiranuelos amputados de su pueblo, se comportaron en ocasiones como criminales de guerra. Vietnam, en fin, donde la masa de la nación americana ha perdido, por un espacio de tiempo dif'icil de prever, pero sin duda muy largo, la peligrosa tentación de enviar a sus marines a dejarse matar sea donde sea.
El Salvador ilustra esta transformación profunda: la gran mayoría de la población americana se ha declarado hostil, de acuerdo con los sondeos, a cualquier intervención armada en esta región tan vital para la seguridad de las Naciones Unidas, hasta el punto de que la han llamado durante mucho tiempo su backyard (patio trasero), con intervenciones constantes de sus marines durante medio siglo largo.
No contento con empañar la imagen de Estados Unidos y, a raíz del Watergate, de sus instituciones; no contento con minar su economía y la nuestra, el síndrome de Vietnam ha constituido para la política extranjera americana un enorme handicap desde 1973. En todas las ocasiones el Congreso ha atado las manos de la Administración, que nada ha podido hacer por salvar los regímenes anticomunistas de Indochina ni por oponerse a la intervención de los cubanos en el Africa ex portuguesa, de los vietnamitas en Camboya o de los soviéticos en Afganistán.
La correlación de fuerzas
La evolución de la relación de fuerzas no ha contribuido poco a la parálisis de Estados Unidos. En octubre de 1962, en el momento de la crisis de los cohetes de Cuba, Estados Unidos contaba con un número de misiles estratégicos (*), cinco veces mayor que el de Rusia. Diez años después, en 1972, el primer acuerdo SALT establecía la paridad estratégica entre las dos superpotencias, concediendo, sin embargo, una ligera ventaja a los soviéticos, en lo que al número devectores autorizados se refería, para permitirles compensar el retraso -ampliamente recuperado desde entonces- que arrastraban en el ámbito de los cohetes de ojiva múltiple (MIRV). Es, por tanto, impensable que Moscú aceptara volver a la situación de inferioridad que tantas veces le obligó en el pasado a inclinarse ante las intimidaciones americanas. "Nunca, más les dejaremos repetir lo que llicieron ustedes en Cuba", dijo el víceministro de Asuntos Exteriores soviético, Kuznetsov, al ex procónsul americano en Berlín, McoCloy, poco tiempo después de la crisis de los'cohetes, que se cerró con una verdadera capitulacióri del Kremlin. Este aviso constituye la base para comprender el colosal esfuerzo que Rusia ha realizado desde entonces para equilibrir su arsenal estratégico con el de los americanos.
El advenimiento de la paridad estratégica ha transformado radicalmente el juego internacional y ha degradado de un modo, sin duda irremediable, la importancia del arsenal nuclear de Estados Unidos. De garante del status quo mundial, se vio reducido al papel, único y exclusivo, de protector del suelo americano, desde el día en que ya no pudo compensar su inferioridad en el ámbito convencional. Desde hace diez años, como mínimo, la existencia en uno y otro bando de lo que se ha dado en llamar capacidad de segunda réplica, es decir, capacidad para sobrevivir y responder a un ataque por sorpresa, hace pesar sobre aquel que utilizara primero sus miisiles estratégicos la terrible amenaza de unas represalias de amplitud por lo menos igual a las pérdidas daños infligidos a su adversario.
El ocaso y la incertidumbre
En consecuencia, la disua.sión apunta hoy mucho menos a la agresión propiamente dicha, o al chantaje de la agresión, que a la decisión de ser los primeros eri utilizar las armas estratégicas, ya sea con fines de agresión directa o para acudir en ayuda de un aliado atacado. Es obvio que esta situación concede grandes ventajas; a la superpotencia que no sólo está en
(*) Por arma estratégica se entiende todo ingenio nuclear con un alcance igual o superior a 5.500 kilómetros o cualquier ingenio nuclear que, lanzado desde un avión o un submarino, puede alcanzar el territorio de una de las dos superpotencias.
Europa ante la nueva América
posesión de la superioridad en hombres y armamentos convencionales, sino que tiene apuntados de modo permanente sobre Europa Occidental más de doscientos misiles SS 20, con rampas de lanzamiento móviles y cargados, cada uno, con el equivalente de 64 Hiroshimas.A ello viene a sumarse la degradación, ya mencionada de pasada, de la situación en América Central. Todavía en 1965 Lyndon Johnson consideró natural enviar 30.000 marines a Santo Domingo para evitar que surgiese una segunda Cuba. Se Estados Unidos disponía de un coto privado, nadie ponía en duda entonces que éste se hallaba enclavado en el istmo que separa el Caribe del Pacífico. Pero este mito se ha derrumbado como tantos otros. Nicaragua, emancipada hoy de la tutela de los Somoza, compra sin vabilar sus armas a Rusia. En El Salvador, el Frente de Liberación Farabundo Martí se declara abiertamente partidario del comunismo. Tanto en este país como en la vecina Guatemala, la guerrilla se cobra, cada año, decenas de miles de muertos. Estados Unidos empieza a descubrir que. su situación se asemeja a la de Europa, dominada por Hitler, cuando Churchill, para convencer a Stalin de las ventajas de un desembarco en el Sur, la comparó con un cocodrilo con el dorso protegido por una formidable coraza, pero con un vientre blando muy vulnerable.
El ocaso de América no se mide sólo por la pérdida radical de los votos con que antaño contaba en las Naciones Unidas. Su poder económico se ha debilitado también con respecto al de sus aliados europeos. En 1955, la renta acumulada de éstos era del orden de las tres cuartas partes de la de Estados Unidos; en la actualidad son prácticamente iguales. Esta misma transformación se ha producido también en los gastos militares: en el mismo lapso de tiempo, su importe ha pasado, en Europa, de un 41 a un 68% de los de Estados Unidos.
Pero las naciones europeas no se sienten por ello más seguras Los sucesos dé mayo de 1968, en Francia, como eco del rechazo casi universal de la juventud frente a una sociedad de consumo excesivamente egoísta y prosaica a sus ojos, evidenciaron ya que el pilar moral e ideológico sobre el que se cimentaba la sociedad occidental era menos sólido de lo que generalmente se creía. En este sentido, los escándalos Lockheed o Matesa y los affaires que han marcade los últimos años del mandato presidencial de Valéry Giscard d'Estaing no han hecho sino echar leña al fuego.
La crisis del sistema capitalista, latente desde 1971 y súbitamente agravada por la subida brutal de los precios del petróleo, ha hecho que se tome conciencia de la fragilidad de otro pilar, el de la economía. A partir de la toma de rehenes en Teherán y de la invasión de Afganistán, todo el mundo fue asimismo consciente de la fragilidad del pilar militar. La misma Alemania, erigida durarite tanto tiempo en roca de la alianza, se encuentra -hoy en pleno desconcierto.
Muestrario de posiciones
La ostpolitik, que le valiera a Willy Brandt el premio Nobel de la Paz, presenta vina desagradable contrapartida: las ventajas que había permitido olbtener del Este para las poblaciones de Berlín Occidental y la Repáblica Democrática Alemana pueden ser puestas en tela de juicio en cualquier momento. Por ello, Helmut Schmidt se ve obligado a niantener con respecto a Moscú tina actitud muy prudente.
En la actual coyuntura cabe, pues, plantearse cuatro actitudes:
1. La política del avestruz. Sigamos como si no hubiera pasado nada. Agachemos la cabeza para no ver los nubarrones que cubren el horizonte. Interpretemos de la manera más tranquilizadora posible los malos presagios. La guerra de Troya no tendrá lugar. Todos conocemos la continuación.
2. La política de Abundio, que se tiraba de cabeza al río para que no le mojara la lluvia. Es la política de los movimientos pacifistas, que se imaginan que el mejor medio para alejar el rayo consiste en romper el pararrayos. Si no fueran suficientes el sentido común y la lectura de Maquiavelo -"entre un hombre armado y un hombre qué no lo está, no cabe ninguna comparación"-, el estudio, incluso superficial, de la historia contem poránea debiera mostrarles claramente la fragilidad de sus esperanzas. En 1940, a Hitler le importó un bledo la neutralidad de Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Stalin hizo otro tanto con la de Finlandia y los Estados bálticos antes de borrar provisionalmente del mapa a Polonia, que no le había hecho nada, y de poner bajo su férula a media Europa sin consultar con los interesados. Las medidas unilaterales de reducción de la carrera de armamentos adoptadas por el encanta dor Jimmy Carter (renuncia al bombardero estratégico B1 y a la bomba de neutrones, interrupción de una cadena de cohetes intercontinentales) no han surtido ningún efecto sobre el esfuerzo de rearme soviético. Hoy, el abando no por los alemanes o los holandeses, sin contrapartida alguna, del proyecto de instalación de eurosimiles no haría sino ratificar la aplastante superioridad soviética en el continente.
3. La política de los halcones americanos, agrupados en torno a secretario de Defensa, Caspar Weinberger. Según ellos, la URSS se encuentra actualmente en uni situación económica tan dificil que bastaría con cortarle los créditos acelerar aún más la carrera de ar mamentos para obligarla a desvia hacia las necesidades civiles un parte de sus ingentes gastos militares.
Pero esta política tiene el incon veniente de que ya se ha intentad en varias ocasiones, en el pasado sin muchos resultados. Además, ¿qué garantía hay de que los soviéticos, antes que ceder, no vayan a intentar una salida en un sector en el que la superioridad de sus medios convencionales y tácticos les aseguraría prácticamente la impunidad? Las tropas que han concentrado en las fronteras con Irán han conducido ya a Eugene Rostow, director de la Agencia Americana para el Control de Armamentos, a plantearse la pregunta de si no pretenden poner a prueba en dicha zona la resolución de la Administración Reagan.
4. La política del sentido común, la de la doble decisión (double track), adoptada por el Consejo de la OTAN en diciembre de 1979, a la que han renovado su apoyo Helmut Schmidt y Frangois Mitterrand al término de su entrevista en París. Esta política consiste en recomendar, a la vez, la instalación en Europa de las armas de guardarropía norteamericanas, sin las cuales la inferioridad de Occidente llegaría a ser dramática, y la negociación entre las dos superpo tencias de un acuerdo por el que se extendiera al viejo continente la paridad nuclear que existe actual mente a escala intercontinental. Es la única vía que permitirá espe rar algún día la distensión de las relaciones y, gracias a ésta, quizá, el alivio del destino del pueblo polaco, que las condenas de unos y las sanciones de otros no hancho sino agravar. Dicho esto, habrá que decidirse cuanto antes a asumir algo que resulta evidente; a saber, que el enfrentamiento entre el Este y el Oeste a nada conduce, si no es a la agravación de las crisis y a la militarización de las sociedades. Hora es ya de plantearse la situación atacando de raíz el verdadero problema de este fin de siglo y de milenio: la enorme contradicción entre la riqueza de unos y la pobreza de otros, que reproduce a escala del pueblo planetario tan grato a Marshall McLuhan, las condiciones que existían en Francia, en Rusia y en España la víspera de las explosiones de 1789, 1917 y 1936.
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