Trebujena o la dignidad del pueblo soberano
La palabra pueblo ha sido abusivamente vapuleada -como el pueblo mismo- en el monocorde ritmo de lenguajes políticos progresivamente vaciados -o vacíos ya de origen- y en no menos monocordes lenguajes pretendidamente literarios o poéticos.No es fácil decir ciertas palabras con verdad. Y es fácil, en cambio, faltar a la verdad de ciertas palabras. La palabra pueblo ha sido o es una palabra particularmente mentida o violada. A veces, ciertas palabras resultan inutilizables mientras no llegan a nacer de nuevo en contra de sus usos corruptos o bastardos. Lo popular, el pueblo, han sido objeto de apropiaciones abusivas desde los más diversos intereses, en latitudes nuestras o en todas latitudes. Sin embargo, bajo la esclerosis mortal de las palabras, queda en España pueblo. Es, en definitiva, lo que queda. Aunque la irónica solución brechtiana de disolver el pueblo y elegir otro, cuando haya conflicto entre Gobierno y pueblo, parezca ir ganando adeptos, es decir, perdiendo por malaventura su crítica naturaleza, en muchas partes de este vasto mundo y de la grande y general historia.
Y queda, sin embargo, pueblo. Puede ser un hombre cualquiera, un individuo solo y anónimo, encontrado por azar en un camino o en un campo o en cualquier esquina de una ciudad cualquiera, el que nos dé de pronto, por lo general con muy pocas palabras (porque el pueblo, y más el pueblo analfabeto, respeta en verdad la palabra), la dimensión del pueblo. Pero pueden ser muchos hombres los que repentinamente precipiten en ellos la manifestación del pueblo. Y cuando así sucede, a esos muchos los sentimos, extraña y poderosamente, como uno. Como aquel que un día habíamos encontrado solo y, en su sola unidad, se nos había revelado pueblo, es decir, muchos. Porque la manifestación del pueblo como tal conlleva esa brusca, repentina, fulgurante aparición de muchos como uno. Y sólo entonces podría, en rigor, la palabra pueblo pronunciarse. Con respeto y destocándose, como dicen que hacía don Francisco Giner cuando entraba en lugar público o popular y se destocaba con leve, casi insensible gesto, saludando así la presencia del pueblo soberano.
La súbita, repentina manifestación del pueblo como tal tiene algo sacro. Sabemos que nos hallamos en presencia del pueblo por una memoria superior a la nuestra individual, por una memoria que nos encadena a otra y es mayor que nosotros. Y esa memoria nos hace reconocerlo. Hay pueblo en Trebujena. No población. Hay pueblo. Ante la impresionante fotografía, en este mismo diario publicada, de los hombres de Trebujena, sentimos que se produce ese especial reconocimiento de sí que el pueblo impone. Sentimos la concentrada, tensa, constitución de los muchos en uno. Hemos visto estos rostros, nos decimos, estos mismos rostros, estas mismas cabezas. ¿Cuándo? Los hemos visto nosotros, los han visto nuestros padres y los padres de nuestros padres. Y sentimos el respeto que se siente ante las formas irrenunciables de la memoria, ante la honda, grave, manifestación del pueblo.
Sí, hemos visto estos mismos gestos, la misma concentrada dignidad, la misma simple y natural razón que, por su simple y natural manifestarse, denuncia ya la vanidad y la falsía de cualquier otro argumento enunciable. No haría falta conocer lo sucedido; bastaría contemplar este haz de hombres reunidos, jóvenes y viejos, que actúan sin saberlo -o entre todos sabiendolo- un antiguo drama, el drama de la convocación de los hombres contra el obsceno empuje de lo injusto, en esta hora, en una hora de precisa injusticia, que se carga a la vez de toda la injusticia de los siglos.
Tal es la memoria que en nosotros opera, la memoria que nos hace reconocer como absoluta dimensión humana la dignidad del pueblo, de los muchos en uno, que como tal se manifiesta. Nos la hace reconocer y nos suma irrenunciablemente a ella. Opción irrenunciable. Tal es lo que nos dicen los hombres de Trebujena. Y acaso sea eso que nos dicen lo único que, en definitiva, aquí nos queda. Si eso no se salva en este país, nada nunca más será salvable. Sí, eso. La dignidad del pueblo. Del pueblo soberano. O que merece serlo.
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