La memoria inventada
Obsesionado por su pasado, en cuyo recuerdo encuentra la protección que cree que el futuro le niega, el protagonista de Dulces horas intenta volver al ayer, a través de un proceso que él mismo fuerza y falsea. Sin embargo, en esa enloquecida búsqueda quizá encuentre la posibilidad de una versión distinta de su propia vida, la sospecha de que ese pasado no existió en los mismos términos que él soñaba. Algo quedó confundido en su memoria, una parte sustancial de su vida se vio truncada.La madre, sobre todo. Esa mujer excepcional, sensible e inteligente, que se resiste en la versión dramatizada de su hijo a no aparecer reconstruida también en su evidente egoísmo, en su crueldad. El protagonista de Dulces horas, incapaz de reconocerle tal complejidad, sólo será libre cuando venza la dependencia de ese recuerdo. Al final del proceso puede haberlo conseguido. No obstante...
Dulces horas
Guión y dirección: Carlos Saura. Fotografía: Teo Escamilla. Producción: Elías Querejeta. Intérpretes: Iñaki Aiera, Asumpta Serna, Alvaro de Luna, Alicia Hermida. Drama. Española, 1981. Locales de esteno: Pompeya, Peñalver
Un autor vuelve siempre a sus consideraciones más personales, rebusca en sí mismo el sentido de toda su obra. Carlos Saura emparenta con el personaje de su última película en haber entendido que en la reflexión del pasado pueden encontrarse las raíces y los sentidos de muchas lógicas presentes. En otras películas suyas (El jardín de las delicias, La prima Angélica, Elisa, vida mía) esa búsqueda abrió el camino de una estética propia, donde la mezcla (a veces pretendidamente confusa) de la realidad y la memoria aportaba una sutil explicación de las cárceles priadas del autor y de nuestros traumas colectivos.
Sin embargo, se distancia Saura de su personaje, una vez, sobre todo, que le ha colocado en el centro de la acción, como una pieza más del decorado. La reflexión no se apoya tanto en el contorno familiar como en ese hombre, pretendido objetivador, que contempla a la familia con pretenciosidad y con miedo.
La historia no muere en el pasado, como ocurría en La prima Angélica, sino en un posible futuro, irónico, ambiguo e inquietante, que posiblemente cierre un cierto capítulo en la filmografía de Saura. El camino, no obstante, continúa abierto. Otras muchas madres pueblan la tierra, y la última embarazada del filme reconstruye de nuevo un cierto pasado, querido o existente, cierto u otra vez soñado.
Saura ha realizado Dulces horas con tal precisión dramática, que quedan eliminadas las explicaciones anecdóticas. Ello le permite jugar en cada secuencia con la facultad de la sorpresa, ya que el espectador comprende en momentos diferentes a los de los personajes, la auténtica realidad de cada acción. Ello corre el riesgo de agotar la expectativa. El atractivo de la pausada recapacitación de Saura no e ve acompañada, en este caso, le imágenes de idéntica fuerza. Cada espectador conectará con la película de forma personal, pero quien esto escribe no encontró en Dulces horas, vista en un pase privado, la fascinación de otras películas del autor, quizá por la dificultad de los actores principales (sobre todo, Asumpta Serna), que realizan trabajos honestos, pero con escasa comunicación. La complejidad de sus personajes hubiera nececisad de matices más ricos, fundamentalmente en la parte referida al presente. Ello desnivela el interés por el filme. La secuencia del tío militar, por ejemplo, se alarga excesivamente, sin aportar elementos enriquecedores, mientras que las secuencias musicales, en un seductor ensamblaje de sonidos y movimientos de cámara, alcanzan, por su lado, los momentos álgidos.
Babelia
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