Dos buenos cómicos
Aquí un amigo (Buddy, buddy).
Director: Billy Wilder.
Guión: Wilder e I. A. L. Diamond, sobre la novela "L'enmerdeur", de Francis Veber. Música: Lalo Schifrin. Intérpretes: Jack Lemmon, Walter Matthau, Paula Prentiss, Klaus Kinski. Comedia. Norteamericana, 1981.
Local de estreno: Avenida.
Son ya varios los éxitos obtenidos por Billy Wilder en películas interpretadas por Jack Lemmon y Walter Matthau. Con el primero de ellos consiguió las que posiblemente sean sus mejores obras (Con faldas y a lo loco, El apartamento) y con ambos las pocas buenas comedias que el cine norteamericano nos ha ofrecido en los últimos años (En bandeja de plata, Primera plana). Es lógico, pues, que se repita el mismo reparto. Y lógico también que el ambiente amistoso que debe presidir la colaboración de los tres hombres trascienda a las imágenes comunicando al espectador un clima relajado, divertido, cordial.
Cuando se trata de comedias, ese ambiente tiene el peligro de convertirla, en un juego de amigos, autocomplaciente, que no aprovecha todas las oportunidades del guión o que abandona la necesidad de construir una historia más sólida. Las gracias personales, de los intérpretes reemplaza el rigor que había presidido sus películas anteriores. Surge así una contradicción peligrosa: dar por inevitable el buen resultado final sin proponer los medios adecuados.
Aquí, un amigo es, en este sentido, ejemplar. Lemmon y Matthau se convierten en los únicos atractivos de la película. Su trabajo, inteligente y brillante, propone la diversión de las secuencias. La historia no consiste más que en una situación endeble que se agota antes que el tiempo de proyección. No tiene Wilder más remedio que alargarla, aunque en el exceso corra el riesgo de arruinar su buen punto de partida.
Un asesino a sueldo (Matthau) va a realizar el último trabajo de su carrera, pero es interrumpido por un presunto stilcida que, al no poder soportar el abandono de su esposa, decide llamar la atención. Los intereses de imbos hombres chocan en una situación perenne hasta que el desenlace propone la esperada sorpresa final. No hay un enriquecimiento de la historia, como es habitual en otras películas de Wilder. Quizá ello se deba a la pérdida de una visión corrosiva que hizo de Wilder uno de los más agudos testigos de su sociedad.
Lo que Wilder no ha perdido es su confianza en la fuerza de la imagen. La elegancia de su puesta en escena, la lógica dramática que la preside, es de nuevo motivo de admiración. Aunque no sea ésta, ni mucho menos, la mejor de sus obras.
Babelia
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