La biografía artística del pintor catalán Anglada Camarasa, en una antológica de su obra
Una antológica de la obra del pintor catalán Anglada Camarasa (1871-1959) se inauguró anteayer en la sala de exposiciones de la Caja de Pensiones (La Caixa) en el Paseo de la Castellana, 51, Madrid. La exposición reúne más de ochenta óleos, litografías y dibujos fechados entre 1885 y 1947, además de cuatro piezas desconocidas y no catalogadas hasta ahora. La muestra ha sido concebida para dar una idea de la evolución de la rica biografía artística del pintor.
El planteamiento de una gran exposición retrospectiva del pintor catalán Hermenegildo Anglada Camarasa podría parecer de menor urgencia que aquellas otras recuperaciones de grandes nombres de nuestra vanguardia histórica con que se ha venido paliando el hambre atrasada del público en estos últimos tiempos. Incluso de haberse llevado a cabo hace unos años, buena parte de la crítica pensaría en esta empresa como en un intento de aprovechar una moda, supuestamente entonces de dudoso gusto, la que se entendía como recuperación frívola y nostálgica de las fórmulas modernistas del cambio de siglo.Hoy, afortunadamente, las cosas parecen verse de otro modo, y no sólo porque hayan quedado desterrados, en una perspectiva crítica más amplia, los prejuicios frente a la tradición del simbolismo tardío, sino porque en la figura de Anglada nos encontramos con un caso singular de injusticia histórica que afecta a quien fue uno de los pintores más interesantes, aún en sus posibles contradicciones, de su tiempo.
Los frecuentes y caprichosos vaivenes del gusto afectan notablemente, sabemos, a la valoración que cada época da a unos y otros pintores, y la fama de Anglada se resintió particularmente de ese movimiento pendular. Su momento de principal esplendor, esto es, aquel que va de los primeros años del siglo a la guerra del catorce, hizo de él uno de los artistas más célebres del panorama europeo. Son testimonio de ello los éxitos, clamorosos y polémicos a la vez, despertados por igual en París, Venecia, Londres o Viena. Es bien conocida la anécdota de Manolo Hugué, narrada por Pla, en la que el escultor cuenta cómo, a su llegada a París, muchos eran los que se sentían orgullosos de estrechar su mano, sólo por tratarse de un compatriota de Anglada. Tras ese cénit -y con un paréntesis de esplendor americano, principalmente a través del Instituto Carnegie de Pittsburg-, su fama fue declinando, a nivel general, si no hasta un olvido absoluto, al menos hasta verse incluso infravalorado frente a otros pintores de circunstancias históricas semejantes, pero de interés indudablemente menor. Las causas de este cambio de actitud hacia Anglada tienen su raíz principal, más que en un estancamiento del propio artista o en esa sumisión que se le suele achacar ante el decorativismo de gusto cosmopolita de su época, en la miopía de una lectura histórica que ha negado su atención a cuanto no cuadra, como antecedente o como realización efectiva, con la trayectoria linealmente evolutiva de las sucesivas vanguardias artisticas de nuestro siglo.
Producción dispersa
La actual exposición antológica de la sala de exposiciones de la Caixa nos permite seguir, con sus cincuenta óleos y treinta dibujos, cada uno de los momentos principales de la trayectoria de Anglada, y no en una mera representación de circunstancias, sino a través de muchas de las piezas más relevantes de cada período. El resultado parece excelente, máxime teniendo en cuenta que se ha jugado sólo con obras que provienen de colecciones de nuestro país, frente a una producción que se encuentra dispersa por todo el rnundo.Otro acierto, tal vez uno de los más interesantes de esta selección, ha sido el de procurar no centrarse sólo en la excelente colección de Anglada del Museo de Port Pollenga, salvo cuando el interés de las piezas obligaban su presencia en esta muestra. Más bien se ha querido cargar el acento, sin menoscabo de la posible calidad o representatividad del conjunto, en obras de procedencia privada y que sólo pueden ser accesibles al público en ocasiones como esta.
La antología se abre con diversos ejemplos del período de formación de Anglada, entre las que cabe destacar aquellos paisajes que dejan sentir la huella del realismo tardo-romántico de Modest Urgell, su más admirado maestro. Junto a éstos encontramos diversas academias, práctica que Anglada mantuvo vigente mucho tiempo, y que gustaba de exponer junto a realizaciones más audaces.
El verdadero esplendor personal del artista, en lo creativo y en lo mundano, coincide con el período situado entre 1904 y el estallido de la guerra europea. En él, paradójicamente, el empleo de una temática regionalista, a base de gitanas y escenas valencianas, se armoniza con una plena identificación de lenguaje con aquellas corrientes centroeuropeas que, en un eje Viena-Moscú, dan por igual lugar a una figura como Klimt o al preciosismo folklorista ruso con el que conectará el primer Kandinsky. Muchos son los hitos de la producción de Anglada que dan cuenta, en la exposición, de este momento fundamental. Baste citar la presencia de tres lienzos absolutamente impresionante: El ídolo, Granadina y el espectacular retrato yacente de Sonia de Kamery.
Las últimas etapas
La exposición se cierra con ejemplos de los últimos períodos paisajistas de Anglada (correspondientes a las etapas de Mallorca, Montserrat y Pougues les Eaux) y en los que, tradicionalmente, quiere verse un inicio de decadencia acomodaticia de la obra de Anglada. El contemplar hoy estos lienzos nos permite dudar de tal idea. Muchos de ellos nos traen, despojada de otras complejidades temáticas, toda la sabiduría pictórica del artista en su vertiente más interesante. Por encima de las modas regionalistas y del decorativismo de fondos a lo Toorop, Anglada es, ante todo, un colorista singularmente acertado, aun allí donde se muestra más audaz. Y hoy que la crítica es capaz de acercarse a él sin los prejuicios de antaño, es esta, tal vez, la vía que nos permitirá calibrar la huella real que dejó Anglada en el entorno histórico que tanto lo admiró.
Babelia
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