La transición y la democracia han cambiado el lenguaje de los españoles en los últimos cinco años
El lenguaje del español ha sufrido un cambio profundo en los últimos años. No cabe duda de que la transición lo ha reformado y la democracia lo ha decantado. La presencia de ese nuevo lenguaje se advierte en la calle y se aprecia en la escritura. En este trabajo se habla de los actores de esa novedad y de las circunstancias sociales, políticas y culturales en que se ha producido. Los españoles hablan ahora de otras cosas y con otras metáforas. La vida española es otra y por eso los códigos con que se define son diametralmente opuestos a los que dominaron hace, por ejemplo, cinco años.
Pasando un poco de lingüistas, hablistas y estructuralistas (que en buena medida pasaron solos), habría que decir que el español peatonal de la calle transicional habla de otras cosas y habla de otra forma, de 1977 a 1982, y no sólo porque hayan pasado cinco años de movida democrática, sino porque, quizá, cada cinco años se renuevan las palabras sagradas y, profanas de la tribu. El fútbol, el tiempo (clima), los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, los inconvenientes del vivir y, finalmente, la cosa pública, o política, puede decirse que son los temas constantes, permanentes, recurrentes del español medio. La persistencia del tema futbolístico (aparte la ordalía inminente del Mundial) nos revela que la Liga y la Copa no eran sólo un recuerdo del franquismo para tener dopados a los ciudadanos, como teorizaba la oposición en sus líneas Maginot.Todos los países tienen un tema común, general, mostrenco, un espacio léxico, y en España es el fútbol. Decía William Blake, influído por Hegel, que "no hay progreso sin contrarios". No hay conversación sin un subtexto de discrepancia, porque las concordancias absolutas son letargias. El fútbol ha permitido a los españoles disentir unos de otros, durante muchos años, como antes los toros, y la diferencia está en que los toros, como fiesta más culta, y, sobre todo, más española, han generado un lenguaje que destiñe sobre el coloquialismo nacional. El argot taurino es un ejemplo muy claro de impregnación del idioma por el habla, del lenguaje por la calle. Más que regular desde lo general ese caso particular (dialecto) que es el habla taurina, el lenguaje más académico se ha visto bordado, durante años y siglos, por una serie de taurinismos que hoy son ya inerciales en el castellano.
En contraste con esto, el fútbol ha penetrado mucho menos, como habla, en la vida española. Se habla "en fútbol" cuando se habla de fútbol. Cuando se habla de otra cosa, todo lo más se dice que un político le ha metido un gol a otro. Esta menor coloración futbolística de nuestra habla, con respecto de los toros, se explica, sin duda, por la pobreza del argot deportivo y por el origen extranjero de este deporte. "Casarse de penalti" es expresión, por otra parte, meramente pícara, mucho menos valiosa, como creación popular de lenguaje, que el "más caballos" del antiguo público taurino, tan utilizado luego por escritores y políticos como grito que delata, incluso, el guerracivilismo latente en la sintaxis.
El tiempo (clima) como tema de conversación, tampoco ha variado en la calle, y sigue siendo abrumadoramente superior a las divagaciones sobre el tiempo cósmico o metafísico, que sólo se producen como recurrencias en la excepcionalidad: "No somos nadie", en un velatorio, "Cómo pasa el tiempo", en un aniversario. La apelación al tiempo que hace, recrudecida por la popularidad de los "hombres del tiempo" en los mass-media, puede que sea una latencia del origen y la naturaleza agraria de nuestro pueblo y nuestra sociedad. Uno tiene escrito que el español casi siempre es de pueblo. El conserje, el taxista, la señora de clases pasivas, miran al cielo todavía, en la gran ciudad, con una mira da de pastor sabio. La pelliza de Viriato se conserva en muchos armarios, entre el tervilor, el ante y la napa, y a veces nos la ponemos. O, más bien, llevamos siempre un Viriato interior.
La lucha por la vida
La lucha por la vida, lo que Baroja llamó "la busca", se dice hoy "buscarse la vida", y aunque la frase no es de ahora ha sido retomada por las academias del aire de lo cheli, con juvenil instinto para elegir entre los roperos lexicales de la abuela: -Si tú me pegas una puerta, yo me busco la vida, tío.O, dicho convencionalmente (aunque el cheli sólo sea un nuevo convencionalismo): "Si me abandonas ya me las arreglaré". En este "me las arreglaré" hay o había tanto metaforismo como en "pegar una puerta" por despedir. El análisis estilísticó más avanzado sabemos que ha llegado a afirmar que toda palabra es una metáfora. Adán, nominando animales y plantas en el paraíso, no hace sino metaforizar, trasponer cosas a sonidos, y Valéry dice que el poema es una vacilación "entre sonido y sentido". Lo que hoy le da sentido a las palabras gato o chat, respecto de ese animal, no es sino la reiteración del sonido.
Diríamos, pues, insinuando una ley general, concretando lo inconcreto, que en los temas eternos el habla no progresa, no cambia, no evoluciona, y estos temas son el espacio léxico mostrenco (fútbol o toros), el clima y la lucha por la vida. Pero también debemos pensar, a la inversa, que estos temas son privativos, o casi, de españoles de una cierta edad madura (o tercera) o de españoles muy confinados voluntariamente en un determinado tema (españoles monográficos), como en el caso del hincha de un equipo de fútbol, que vive toda su epopeya en función de tal (al margen de obligaciones profesionales o familiares).
¿Evoluciona el habla por temas sectoriales o por la condición grupal de los hablantes? Seguramente, ambos dinamismos se interinfluyen en unos casos, y dejan de hacerlo, en otros.
Así, la lucha por la vida, que hoy, con el paro, se ha extendido de los padres de familia a los jóvenes y adolescentes (falta de un primer empleo), es leída (hablada) por éstos de una manera que ya nada tiene que ver con Baroja:
-Estoy volcado porque no sale un curro y no hay un manús a quien levantar lo colorado.
El cantante Ramoncín, que está confeccionado un gran diccionario cheli, puede aclarar cada una de estas expresiones que, por otra parte (y ésta es su mejor legitimidad), me patecen ya legibles para cualquiera, porque se han extendido mucho.
El español de la calle
La cosa pública, que decíamos al principio, la actualidad política, viene recibiendo tres tratamientos en el habla, desde la implantación de la democracia hasta hoy: tecnicismos/neologismos políticos, glosa verbal / tradicional del español de la calle, nuevo dialecto "descodifícador" de los aludidos tecnicismos.Los tecnicismos políticos se difunden a través de la televisión y los periódicos y llegan a prender en el habla, sobre todo, curiosamente, los neologismos, casi nunca afortunados (prenden, quizá, porque la criatura humana, para acceder a un concepto nuevo, válido o no, no tiene otro camino que el de una palabra nueva). Así, "a nivel de", "compromiso", "remodelación", "aparcar" (que es ya metáfora más política que automovilística: aparcar hombres, partidos, ideas), o "incentivar". Este último verbo, a mi parecer, es creación de alguno de los últimos amanuenses de Suárez. La democracia, una circunstancia nueva, ha traído un lenguaje nuevo, casi nunca bello, pero sí motivacional para las masas y, por tanto, eficaz, contra lo que digan los castos académicos de la castísima Academia.
El habla política tradicional / convencional nos descubre ya en su morfología, antes que en su sentido, la opinión del hablante: "Todos los políticos, oiga, son unos golfantes". "Los mismos perros con distintos collares".
"Primero roban unos y luego les toca a los otros". "Los políticos, ya se sabe". "Los periódicos sólo traen mentiras". Lo inercial de este discurso está revelando ya, al margen de sus pobres contenidos, una resistencia pasiva ante lo nuevo. (Pasiva o activa). El, habla, en esto, no sólo traiciona al pueblo, sino igualmente a los propios políticos. Así, cuando López-Rodó dijo en ocasión memorable (yo le dediqué columna en este periódico) que él era "demócrata hasta las cachas". Con esta frase pretendía aggiórnarse en el tardofranquismo (de nada le sirvió, según cantan votos). Pero es que en la frase misma estaba contenida la contradicción morfológica (y, por tanto, mucho más que morfológica) del enunciado. "Hasta las cachas" es un popularismo viejo y de mal gusto, que disuena especialmente en un hombre que se pretendía de lámina elitista. Con esta frase, L L - R "iba de moderno",., que diría un cheli, más su modernidad política quedaba traicionada por el vulgarismo viejo que había elegido (o que le había elegido a él: el lenguaje habla a través de nosotros, según famoso axioma). La biografía política de López-Rodó ha rubricado esto.
La transición como lenguaje, pues, arroja estos corolarios: el habla inercial se corresponde a actitudes inerciales, pasivo / defensivas (ante la democracia, la vida o las nuevas costumbres, y, por supuesto, ante el lenguaje mismo). El dialecto neologizante de los políticos, economistas y sociólogos, es más eficaz que estético (eficaz en cuanto que toda palabra nueva, aunque sea espúrea o vacía, tira de una idea nueva, tiende a legitimarse enconcepto). Este dialecto es recogido / rechazado por el pueblo entre la admiración y la ironía: Forges / Arniches.
Finalmente, todas las tribus léxicas que se agrupan en él proceden del cheli, la droga, el inglés mal traducido, el dialecto quinqui y los argots carcelarios o delincuentes. Hoy son la horda textual y avanzada de un habla que, pasando de todo discurso anterior, crea, provoca, invoca y busca una realidad nueva mediante una manera nueva de nombrar la realidad, porque, como dice Piet Mondrian, hoy expositor en Madrid, "las formas crean relaciones y Ias relaciones crean formas".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.