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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El volcán de Centroamérica

HACE YA muchos años que el sistema de Gobierno democrático pareció imprescindible para administrar unas sociedades que se consideraban en la punta de la civilización. Las formas de poder derivadas del ancien régime -la autocracia- quedaron no sólo condenadas, sino consideradas como vergonzosas, humillantes para quienes las ejercen. La guerra mundial pareció que consagraba esa forma de Gobierno y que pretendía universalizarla. Desde antes, y sobre todo desde entonces, las autocracias procuran como pueden ponerse la piel de cordero, asumir un vocabulario y unos procedimientos externos y ser admitidas en sociedad. Las elecciones son uno de esos resortes de la nueva magia. Es indudable que el sistema electoral está en la base de toda democracia; pero depende de en qué condiciones se celebre y hasta dónde pueda manipularse. Se produce ahora un conjunto de elecciones en una de las zonas de mayor tensión del mundo, una de las más explotadas y codiciadas: el grupo de países de América Central.No es aceptable, desde la pureza democrática, la convocatoria de elecciones generales en El Salvador para el 28 de marzo. Es un país arrasado por su propio Ejército, dominado por un Gobierno al que quieren dar apariencia de legitimidad algunos democristianos (otros están en la oposición, en el exilio) y que disfruta del reconocimiento y la ayuda de Estados Unidos, a pesar de que incluso Washington emita a veces algunas reticencias acerca de las matanzas de civiles que se suceden en aquel país; pero la tesis americana consiste en poner diques a cualquier posible progreso del comunismo, encerrando en este término movimientos progresistas o revolucionarios de muy diferente condición y desatendiendo la realidad de que las luchas sociales en los países del Tercer Mundo vienen avaladas por un pasado de pillaje y corrupción gobernado por las oligarquías. ¿Se pueden celebrar elecciones en medio de una guerra civil, en un estado de guerra? Si se celebran, ¿podrán considerarse como un paso hacia la democracia? ¿Hacia qué democracia? Las preguntas son demasiado inquietantes. Es de temer que se vaya a consumar una ficción sobre un montón de cadáveres.

Guatemala -elecciones el día 7 de marzo- es otro caso. Poco a poco la revuelta de los campesinos, de los indios y de un número de guerrilleros, organizados va tomando las características de una nueva guerra civil. Hay también matanzas: las perpetra un llamado Ejército Secreto Anticomunista, claramente relacionado con el poder actual. La Iglesia católica -que, como en El Salvador, abraza la causa de los pobres- estima que entre militares y bandas paramilitares han matado en el año pasado a 11.000 civiles. Una vez más, la única tesis del Gobierno de Estados Unidos y de la oligarquía dominante es la de que "el bloque comunista tiene un interés máximo en dominar Guatemala para continuar su expansión". Sobre esa base, el régimen de Guatemala ha ido eliminando de la esfera política a todos los moderados, incluyendo democristianos, y las fuerzas paramilitares los han asesinado. Una de las acusaciones más notorias contra la crueldad del régimen la hizo el propio vicepresidente, Francisco Villagrán; fue sustituido por un coronel, mientras el general presidente acusaba al presidente Carter de ser un "agente del comunismo". La elección de Reagan ha cambiado el panorama, aunque Washington siga expresando reticencias, pero siempre matizadas por la necesidad de hacer frente al expansionismo soviético.

Este expansionismo tiene su punto de referencia en Cuba y en Nicaragua. El triunfo de los sandinistas en Nicaragua fue uno de los hechos que movió a Reagan a cambiar toda la política americana de Carter; la define como "otra Cuba". Las diferencias son notorias. La revolución sandinista, ayudada por Cuba, reúne un conjunto de fuerzas diversas y se mueve con precaución, pese a que la influencia marxista-leninista en un sector del Ejército es cada día mayor. La Iglesia conserva su fuerza y las multinacionales su situación: el 60% de la economía nicaragüense sigue en manos privadas. Pero es indudable que el régimen nicaragüense está muy lejos de cumplir las condiciones básicas de una democracia. Hay un Consejo de Estado de 51 miembros: lo dominan los sandinistas, que reducen las actividades de los partidos políticos y evitan las elecciones, que anuncian sólo como posibles para 1985. Nicaragua es uno de los puntos de desacuerdo entre Estados Unidos y sus aliados occidentales: mientras estos últimos -sobre todo Francia y Alemania- creen que la ayuda al régimen es necesaria para conseguir la democracia y evitar la penetración soviética, Washington continúa proclamando que Nicaragua es "una plataforma de terror y guerra". De todas maneras, se mantienen embajadores mutuos en ambos países y un proceso de diálogo subterráneo puede haberse iniciado. Las elecciones más tranquilas son las de Costa Rica, este domingo. Es un país sin ejército, con sólo una policía nacional, donde el poder se va turnando entre socialdemócratas y conservadores: el electorado suele castigar al partido en el poder eligiendo al contrario. Ahora le correspondería a esa moderada izquierda que, por otra parte, mantiene excelentes relaciones con Reagan: es una democracia en la esfera de influencia de Estados Unidos, y no pretende salir de ella. Entre otras cosas, porque necesita sus compras, sus ayudas, para sobrellevar una economía sumida en una profunda crisis. Pero resulta casi obvio suponer que la suerte de la propia Costa Rica no a poder verse separada por más tiempo del conjunto de países de la zona. Centroamérica es hoy una de las candentes piedras clave de todo el inestable equilibrio mundial.

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