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Pronósticos fallidos

IGNACIO SOTELO

¿Desde qué criterios podemos enjuiciar la actual situación política de España? Cualquier calificativo que le demos -buena, regular, mala, malísima- implica partir de un horizonte previo, tanto de lo que consideramos deseable como posible. En dónde estamos, en relación con donde hubiéramos querido estar, o dónde estamos, en relación con donde estábamos en el pasado. La situación es buena respecto a lo que ambicionábamos o respecto a lo que hubiera podido ocurrir. Un positivismo simplista, para el que no existen más que los hechos, suele acabar justificando todo lo existente como lo único posible. Lo que va sucediendo es la confirmación empírica de lo real. De todas las posibilidades que se consideraron en el pasado, la única acertada sería la que termina por realizarse; lo demás, ilusiones que sólo cuentan si de algún modo influyen en lo que va siendo.Desde un enfoque positivista, lo que ha ocurrido es siempre lo que tenía que ocurrir, considerados todos los factores que han intervenido en el proceso, y que, desde luego, en su totalidad significativa no se revelan más que a posteriori. Si en el pasado barajamos otras hipótesis de lo que podía ocurrir se debió a que ignorábamos factores que iban a resultar decisivos o a una ponderación incorrecta del modo de su imbricación. Toda explicación supone el reconocimiento de una concatenación de causas, proyectando una necesidad, que lo es sólo desde la estructura lógica de nuestra argumentación. Toda explicación resulta así una construcción post festum, en la que se vinculan hechos y, factores ya conocidos para dar cuenta de lo que ya se sabe.

Queda claro, por tanto, que al estimar la situación política actual podemos estar preguntando por muy diferentes cosas. Dos, por lo menos, conviene diferenciar:

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1. Sin valorar si pudiera ser mejor o peor en relación con nuestros deseos, se pide tan sólo una explicación de lo ocurrido. Las cosas han sucedido así, descartando la realidad todas las demás posibilidades como falsas o inservibles. No vale empeñarse en que las cosas también pudieran haber ocurrido de otra forma, dedicándonos al deporte vacuo de buscar culpables para el hecho intolerable de que las cosas suelen ocurrir sin tomar en cuenta nuestros deseos. En este realismo, que se quiere a ultranza y que suele resultar bastante miope, subyace la resignación como manera de justificar un cinismo que se pretende tan lúcido como egoísta: tomarnos las cosas como son, para que, por lo menos, yo me salve y no reciba todas en la misma mejilla. El único comportamiento inteligente consistiría en acertar en el pronóstico de por dónde van las cosas, plegándose a tiempo a lo que, queramos o no, va a suceder.

2. No importa tanto dar cuenta de lo ocurrido -de poco sirve adornar lo acontecido con el manto de la necesidad- como entender las razones por las que no ha ocurrido lo que esperábamos que ocurriese. El pensa-miento que cuenta es el hipotético y conjetural, que maneja distintos planos -latentes, supuestos, obvios- de la realidad. Muy lejos nos llevaría exponer satisfactoriamente las ventajas que conlleva este segundo modo de preguntar. Por lo pronto nos libra de cometer el error característico de los que han enajenado su libertad; a saber, explicar el derecho, es decir, lo que debe ser a partir de lo que es, en vez de juzgar críticamente lo que es desde nuestra convicción de lo

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que debe ser, desde nuestra idea del derecho. Sin esta doble dimensión de lo que es, frente a lo que debe ser no cabe ni la crítica de lo que es ni el afán práctico de transformar la realidad en la dirección debida. Este segundo modo de preguntar tiene además otras ventajas, como permitir la revisión crítica del modelo teórico desde el que hicimos el pronóstico que resultó falso; conservar en nuestro análisis factores que, si no han influido hasta ahora de una manera significativa, no quiere decir que no lo vayan a hacer en el futuro, etcétera.

En vez de colocar en cadena unos cuantos factores que darían cuenta de la necesidad de lo acontecido -la razón humana parece que no encuentra sosiego hasta convencerse del carácter irremediable de lo que ocurre-, quizá sería ejercicio intelectual más prometedor si, al comparar cómo concebimos la salida del franquismo y cómo ha ocurrido realmente, nos preguntamos por las razones por las que algunas veces acertamos en nuestros pronósticos, y en la mayoría de los casos lo sucedido -para bien y para mal- poco ha, tenido que ver con lo esperado.

La formación del consenso

Para comprender lo ocurrido resulta de gran valor comprobar que los dos pronósticos más generalmente compartidos -el régimen duraría hasta la muerte de Franco, y el éxito de una salida pacífica supondría la aceptación de la monarquía- se han verificado plenamente. Desde que Franco superó la crisis de la derrota del Eje - 1945 y 1946-, y sobre todo desde que logró integrarse en el mundo occidental gracias al tratado con Estados Unidos, en 1953, la mayoría de los españoles hacen coincidir el fin de la dictadura con su muerte fisica. Los partidarios del régimen no dudan de su estabilidad, por lo menos mientras viva Franco; sus temores se centran en lo que pudiera ocurrir el día que, desapareciese; de ahí el afán de crear una perspectiva de continuidad en el futuro lo bastante vaporosa para no perturbar el poder indiscutido de Franco. La oposición, muy minoritaria y marginal, aunque creciente con los años, debido tanto al desarrollo socioeconómico del país como a verse llegar el desenlace, no puede hacer otra cosa que ir preparando alternativas viables y tomando posiciones para después del fallecimiento. Toda la política de la década de los sesenta, y con mayor razón en la primera mitad de los setenta, radica en ir preparando los acontecimientos que se desean -cada cual desde su óptica- para después de la muerte de Franco. Al aceptar como irremediable la magistratura vitalicia del anterior jefe del Estado, se inicia una convergencia táctica entre el franquismo más abierto y la oposición más realista, que precede y explica el consenso que va a caracterizar a la transición. Consenso que implica de por sí la aceptación de la Monarquía.

Unicamente pequeñísimos grupos de extrema izquierda conciben la posibilidad revolucionaria de acabar a la vez con el régimen político de Franco, con el aparato del Estado y con su base social capitalista. El fin del franquismo se traslada al comienzo de la revolución socialista y, como desde la dinámica interna de la sociedad española nada habla a favor de este desenlace, una vanguardia de iluminados, infiltrados por no se sabe cuantos servicios secretos, recurren a la lucha armada. Estas bandas terroristas sólo adquieren una cierta significación, allí donde pueden vincularse a una ideología nacionalista. Con todo, importa dejar constancia que, además de un consenso amplísimo a favor de una transición pacífica, cuaja en la década de los sesenta una resistencia revolucionaria, con mentalidad tercermundista, para la que acabar con el régimen supone, antes o después de la muerte del dictador, la implantación de una nueva sociedad, y en el País Vasco, hasta un nuevo Estado. El recurso a la violencia terrorista unifica en la práctica a las distintas ideologías ultras, de modo que a menudo dificilmente puede distinguirse, en un. mismo afán desestabilizador, lo que proviene del GRAPO o de la ETA de lo que proviene de las bandas fascistas de ultraderecha, aunque el terrorismo objetivamente sólo sirva a estas últimas.

Un porvenir sin previsión

Si en lo esencial los pronósticos acertaron, dada la esperada continuidad del orden social y de las estructuras básicas del Estado, en el modo concreto de la transición hacia un régimen democrático de factura occidental la realidad vivida superó todas las expectativas. Se equivocaron los que, como Luis García San Miguel, pensaron que "las posibilidades de cambio realmente existentes, y no simplemente deseadas o temidas, se dan en el interior del sistema mismo. Sin traspasar los límites de su estructura básica, el sistema puede abrirse o cerrarse, endurecerse o liberalizarse, alejarse de o acercarse a las democracias occidentales", acertando en lo principal: "la democracia, si llega, saldrá del propio sistema por un proceso evolutivo y no por ninguna ruptura brusca del misrno". Y erramos mucho más los que creímos que "el franquismo ' trataría de perpetuarse" y que, al no ser "capaz de sobrevivir a las dificultades a que había de hacer frente" después de la muerte de Franco, tarde o temprano, con mayor o menor presión popular, desembocaría en una ruptura democrática, que devolvería la soberanía al pueblo español. Ni reformismo evolucionista dentro de las estructuras básicas del régimen ni ruptura liberadora. Si Luis García San Miguel hubiera distinguido el aparato del Estado de las "estructuras básicas del sistema", distinción dificil de hacer en el franquismo, pero fundamental para dar cuenta de lo ocurrido, su análisis hubiera,resultado perfecto. Con todo, es el que más se aproxima a la realidad de los.surgidos entre las filas de la oposición.

El politólogo alemán Klaus von Beyme, en un libro publicado en 1971 sobre la Elite de poder y la oposición en España, hace algunos pronósticos sobre el sistema de partidos que pudiera surgir "después de Franco". Partiendo de la geografia electoral de la II República, de extrapolaciones sacadas de países con un grado de desarrollo cultural y socioeconómico parecido al de España y de la interpretación de algunas encuestas realizadas por Foessa en 1970, prevé: 1. Una fuerte representación parlamentaria de la derecha franquista "en el caso de que se permita concurrir a los comicios a una organización sucesora de Falange"; 2. Una concentración del, centro derecha en un gran partido democristiano; 3. Un debilitamiento del PSOE en competencia con distintos partidos socialistas y un predominio claro del PCE en la izquierda; 4. Con excepción del País Vasco, la práctica desaparición de los partidos nacionalistas, sin sentido en una sociedad capitalista en expansión, que necesita incluso superar los mercados nacionales, y en razón de los grandes movimientos migratorios que se han producido en la última década y que continuarán produciéndose.

Cada uno de estos pronósticos no deja de tener una base aceptable de verosimilitud, aunque el ulterior proceso histórico haya mostrado la falsedad de los cuatro. ¿Dónde se ha cobijado la masa de franquistas que parecía haber hecho suya la ideología oficial? ¿Quién podía suponer que la Iglesia, muy inteligentemente, iba a renunciar a una fuerza política propia? Comparando la situación del PSOE y del PCE a comienzos de los setenta, así como el llamado modelo mediterráneo de partidos, ¿cabía acaso prever que los socialistas iban a conseguir no sólo unirse, sino afianzarse como la única alternativa de Gobierno a corto plazo? A principios de los setenta ¿podía alguien predecir que el partido comunista iba a desmoronarse en la cuesta de la transición? Donde el error parece más de bulto y menos justificado es en el pronóstico de un debilitamiento de la cuestión regional a la salida del franquismo y, sin embargo, no faltaban sus buenas razones para augurarlo. No me parece mal ejercicio, para comprender un poco mejor la situación en que nos encontramos, indagar las causas por, las que no han sucedido muchas de las cosas -agradables y desagradables- que pensábamos que iban inexorablemente a producirse.

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