El PSOE que necesitamos
Recuerdo las elecciones generales de 1979. Fueron bruscamente adelantadas con el propósito de conseguir una mayoría cómoda, que no se obtuvo. Evoco la propaganda socialista, cuyos restos todavía asoman en algún que otro muro al borde de la carretera: «Un Gobierno fuerte para un país seguro». Y esta era la intención, dándose tanto los medios para implementairla como el método para conseguirla. Los dos años y meses transcurridos desde el congreso celebrado en un hotel madrileño, todavía en la tolerante ilegalidad, no habían menguado el entusiasmo, aunque sí sosegado el ánimo y atemperado los programas, en contacto con una realidad más compleja de lo que nuestras esperanzas presentían. Conocíamos los textos que allí se aprobaron, mas también los aprendieron nuestros adversarios, que no enemigos, y toda la acumulación ideológica de los tiempos clandestinos, ya superada en el quehacer cotidiano de la democra cia a construir, fueron invocados por ellos para tapar las reflexivas alternativas que el PSOE proponía. Ante amplios sectores de la opinión pública -deseosos de cambios pero con incertidumbre ante los caminos- se proyectó el testimonialismo atípico, cubriendo el auténtico programa socialista y, en última instancia, la intención de voto expresada por los sondeos se desvió hacia la abstención o el conformismo. Ahora, cuando vamos a entrar en el último año de legislatura, el próximo vencimiento del mandato parlamentario conduce a plantear la alternativa socialista, modificando sus datos en lo que la circunstancia obliga, mas manteniendo el talante con que se caracterizó ante el país. Hoy será más difícil que se rechace argumentando su falta de coherencia con las resoluciones congresuales, ya que, tanto las más recientes como las de octubre de 1979, fundamentan la acuciante sensibilidad en el razonamiento, soslayando la embriaguez verbal. Por otra parte, la agravación de la crisis pone de manifiesto que UCD ha utilizado con debilidad los resortes del Estado.
Las insistentes demandas sociales de seguridad necesitan un partido que reafirme la fortaleza en el gobierno de los hombres y en la administración de las cosas para atenderlas adecuadamente.
Cambio en la seguridad
Tradicionalmente el concepto de seguridad ha estado vinculado a la derecha, y fundamentalmente al mantenimiento de los aspectos más epidérmicos del orden público. Posteriormente, en sociedades en crisis, al cundir el deterioro económico y con el propósito de aminorar la crispación social, los grupos con medios poderosos de incidencia en la opinión tratan de convertir en convención admitida la presunción de que los conservadores poseen más solvencia y capacidad para estabilizarla. Esto es lo que sucedió hace casi tres años y en lo que se insiste nuevamente ahora. Por ello, admitiendo el concepto de seguridad -exigido por las circunstancias que vivimos-la izquierda democrática ha de asumirlo en todos sus aspectos, necesitando el partido socialista afirmar su competencia en la Seguridad frente al desempleo, no sólo para frenarlo, sino también para invertir el peligroso parámetro que está reduciendo el segmento de población activa a cotas desproporcionadas con las habituales en Europa. La creciente desertización del factor trabajo está llevando a una desmoralización de imprevisibles, aunque lamentables, consecuencias. Seguridad en la búsqueda de un nuevo equilibrio económico, cuya concreción pasa, forzosamente, por la reactivación de la inversión. Está claro que la pública puede incentivarla, pero que la privada constituye su componente esencial. Se precisa, consecuentemente, considerar a las nacionalizaciones no como un tabú, sino como una conveniencia, lo que, a su vez, supone que no siempre lo son. Algunos supuestos eficaces, como la Regie Renault, nos han fascinado intelectualmente y hemos desdeñado los más numerosos de gestión ineficaz, provocados inicialmente por doctrinarismos a superar. Ahí está, vecino, el caso de Portugal y, más recientemente, la reforma húngara, la cual, a pesar del totalitarismo de principios, se propone devolver a la iniciativa privada áreas industriales y de servicios. En España habremos dado un paso de gigante si trabajamos para que el INI tenga valor competencial. Aquí lo prioritario ha de posarse en el ámbito distributivo y en la humanización de los sistemas de trabajo, teniendo en cuenta la presencia sindical.
-Seguridad en el sistema educativo, para dotar cumplidamente, tanto en cantidad como en calidad, las necesidades del alumnado a todos los niveles, lo que a su vez impulsará desde la universidad y desde los organismos especializados la investigación idónea para alcanzar cotas importantes de autonomía tecnológica. El desesperanzado grito unamuniano del «¡Que inventen ellos!» ha de considerarse, únicamente, como extemporáneo anacronismo de un genio literario. Esta seguridad requiere además la fijación consensuada de la normativa que ha de regir las esferas de la enseñanza pública y privada, de tal modo que, cuando el paso del tiempo aconsejara su modificación, se descarte absolutamente cualquier guerrilla o guerra escolar. En esta materia, el diálogo con la Iglesia ha de ser permanente, a fin de evitar tensiones innecesarias.
-Seguridad en las relaciones internacionales, La solvencia del Estado impone un compromiso para que la alternancia no perturbe la continuidad de sus grandes líneas. Ello no obsta, naturalmente, para que el talante del Gobierno las complete en cada supuesto, que en el nuestro será a favor de la distensión y de la paz. En este tema ha de medirse el alcance de las pro mesas, para que su eventual irrealización futura, en función de lo posible y lo imposible, no retorne contra nosotros. Aquí sí que los pies han de ahormarse en suela de plomo. Las buenas relaciones con todos los países deben traducirse en mejores con los que compartimos instituciones y formas de vida.
Es claro que al lado de estas seguridades se alinean otras de mayor o menor calado que pueden ser referenciadas. Por supuesto, la seguridad ciudadana, la cual connota el mantenimiento del orden público ejercido con flexible autoridad; la del tráfico alimentario, para impedir las consecuencias nocivas que se derivan de la complaciente permisividad; la urbanística, a fin de que el espacio de nuestra cotidianidad deje de afligirse por la carencia de los convenientes ámbitos lúdicos y culturales. Y tantas otras que se anudan en el vasto concepto de seguridad que los socialistas hemos de plantear, y que sólo podrá manifestarse a través del cambio. Necesitamos, por consiguiente, que el PSOE proponga el cambio en la seguridad, un cambio en el que no existan más tensiones de las convenientes ni menos de las necesarias, comprendiendo que la única manera de evitar retrocesos es no urgir los acelerones. Su carácter lo define bien Maurice Duverger, al escribir: «Las transformaciones parecen lentas, porque necesitan el acuerdo de una mayoría prudente ante los cambios. Después de todo están más arraigadas que las que se imponen tras una ruptura revolucionaria. Maduradas lenta, pero regularmente, aceptadas por todos de grado o con conformidad, las reformas surgidas de las papeletas de voto tienen a la larga una fuerza irresistible. Como los árboles. Como la vida».
Un partido para el cambio
Para cumplir estos objetivos, el partido socialista ha de desarrollar un comportamiento que, si único por el talante inspirador, se desdobla en su dinámica al extenderse al electorado y al ceñirse a la militancia.Su éxito depende de cómo sus planteamientos se abran paso entre los sectores a que convoca. El campo de acción desde una perspectiva lejana es tá delimitado con claridad: son los asalariados. Mas cuando nos acercamos y dejamos de contemplar la rotundidad de las fronteras, lo que surge es una realidad plural, tanto más múltiple y rica cuanto la sociedad es más compleja y, moderna. Asalariados son los obreros fabriles y los ertipleados del terciario, pero también lo son los técnicos, los ejecutivos y los funcionarios. A ellos pueden asimilarse, por el modo con que ganan sus medios de vida, los intelectuales, los enseñantes y los profesionales, e incluso por su actividad productiva y dependencias financieras, los comerciantes y los pequeños y medíos empresarios agrícolas e industriales.
Si del ser pasamos al pensar, nos topamos con que sus tradiciones, hábitos, convencionalismos y reflexiones han suscitado opiniones y actitudes plurales ante la vida social, a veces contrapuestos, como también lo suelen ser, asimismo, los intereses parciales de estos grupos cuyo interés globalizador e identificativo les conduce a desear, en cambio, una sociedad fundada en permanente libertad y acuciada por la aspiración de una creciente justicia. Por tanto, el partido socialista procura atender a los sectores relacionados, estableciendo alternativas que, compatibilizando los intereses, a ratos complementarios y a ratos contradictorios, en un programa integrador, no descuiden por otra parte los plurales condicionamientos intelectuales que encuadran la lucha por la libertad y la justicia. Por esto es perfectamente legítimo, además de saludable, que dentro del humanismo socialista sean varias las fuentes doctrinales y las vías metodológicas que, inspirando el quehacer militante, hagan perdurar la coexistencia de diferentes sensibilidades que se ubiquen a la izquierda o sean más moderadas. En España se da un espacio electoral atraído por la izquierda en sus propósitos, aunque frenado en sus incertidumbres, espacio con capacidad de afianzar la victoria en los momentos decisivos. Fue él en gran medida quien, por acción u omisión, otorgó el triunfo a UCD, y a él se dirige de nuevo tanto UCD como sus desgajados.
Es, en resumen, un espacio competitivo en el que los éxitos de unos se convierten en derrotas de los otros, con independencia de subjetivismo más o menos tácitamente expresados, lo que obliga a que cada cual lo afronte con sus recursos propios. Mas ese espacio puede ser también ocupado por el partido socialista si practica con tolerancia, responsabilidad y generosidad las resoluciones de sus dos últimos congresos; si, en definitiva, pudiera obtener la confianza de quienes aspiran al cambio en la seguridad, marginando cualquier duda sobre la credibilidad que el socialismo democrático ha de poseer para contestar adecuadamente al reto de la historia.
Lo anterior precisa un partido que no convierta las casas del pueblo en reductos testimoniales de una enteca variante ideológica, si no que, por el contrario, se inserten en el contexto social, cuidando sus múltiples sugerencias. Los partidos socialistas y socialdemócratas del centro y norte de Europa son numerosos y variopintos, porque su actividad se vierte en múltiples actividades, sin solapar la discusión teórica con el debate sobre el sexo de los ángeles.
La preocupación de nuestros últimos congresos abre la vía a esta riqueza organizativa. Se precisa decisión ante ello y superar algunos obstáculos, como la oligarquización en diversos niveles, denunciada públicamente por el secretario general, Felipe González, obstáculos que frenarían los progresos en la implantación orgánica. Es claro que tales enquistamientos, en el supuesto de no ser contrarrestados, pudieran conducir la vocación política a un páramo sin fecundidad -excepto para los Rastignac de turno-, y a una creciente mediocridad en los cuadros a favor del conformismo de actitudes.
Estoy convencido de que tales perturbaciones no arraigarán, que terminará imponiéndose el tanto vales cuanto eres, sobre el tanto eres cuanto vales. Dentro de la disciplina democrática -que ha de ser paradigína característico tanto de la nación como de los partidos- las lealtades verticales quedan sometidas al imperio de las solidaridadescompartidas.
Con un partido así, ante el país con sus problemas, hic et nunc, ¿qué es lo que hay que hacer? Moses Herzog, el principal personaje de Saul Bellow, se contentaba con poco: «Hay que hacer lo que se puede hacer, lo que los demás te dejen hacer». Pero para los socialistas democráticos la respuesta es insuficiente, y debiéramos esforzarnos por convertirla en ésta: lo imposible, mañana puede ser posible.
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